La estrategia en la lucha contra el cientificidio

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    Ajuste en ciencia y tecnología
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La estrategia en la lucha contra el cientificidio

30 Diciembre 2025

Resumen

El artículo analiza las formas de enfrentar el cientificidio en Argentina y distingue tres momentos en esa lucha: el espontaneísmo reactivo, la defensa organizada y la iniciativa estratégica. La postura reactiva, atravesada por una cultura cientificista, tiende a reducir el problema al financiamiento y a respuestas fragmentadas, lo que deriva en desgaste y crisis de sentido. La defensa organizada representa un avance al reconocer el carácter estructural y deliberado del cientificidio y articula a los distintos organismos del sistema, aunque permanece mayormente en una lógica defensiva y sectorial. Frente a estos límites, el texto plantea la necesidad de generar un reposicionamiento estratégico que recupere la iniciativa política, amplíe alianzas sociales y dispute el sentido de la ciencia y la tecnología como parte de un proyecto nacional.

Introducción

A la hora de discutir cómo enfrentar el cientificidio, suelen aparecer iniciativas como: “hagamos una juntada de firmas”, “mejor, una movilización”, “una denuncia judicial o una jornada deliberativa en el Congreso”, “una feria de ciencias” o incluso “la toma pacífica del Polo Científico Tecnológico”. Todas ellas son, sin duda, acciones válidas. Sin embargo, comparten un problema central: al carecer de un marco estratégico, se convierten en una sucesión inconexa de propuestas, dependientes de circunstancias diversas. El resultado habitual es que medidas sin planificación producen, a lo sumo, picos pasajeros de entusiasmo y participación, seguidos de estancamiento y, ante la falta de resultados, desgaste y descreimiento.

Este problema se superpone con una distorsión propia de las dinámicas sociales y comunicacionales contemporáneas. En la era de las plataformas digitales, parte de la energía política se canaliza en formas de participación rápidas e intensas pero efímeras, que generan una descarga simbólica individual con escasa acumulación organizativa. La “disfunción narcotizante” y el activismo de hashtag o de sillón describen este proceso: la sobreexposición informativa y los gestos digitales de adhesión o repudio tienden a sustituir la acción colectiva por una sensación de involucramiento que rara vez se traduce en organización o estrategia. Estas prácticas pueden fragmentar la protesta al dispersarse en expresiones individuales inconexas. No obstante, cuando existe masa crítica y orientación estratégica, estas infraestructuras pueden convertirse en vectores de coordinación y construcción de poder real.

En cierto modo, el comportamiento por oleadas es inevitable, sobre todo en procesos de resistencia prolongados. Sin embargo, para que el movimiento no vuelva al punto de partida —o incluso retroceda en conciencia y organización—, se requiere un enfoque de mediano y largo plazo que supere los vaivenes coyunturales y oriente al conjunto de actores y acciones. Con ese fin, se propone una sistematización de tres momentos en la lucha contra el cientificidio: i. Espontaneísmo reactivo, ii. Defensa organizada, iii. Iniciativa estratégica.

Conviene realizar tres aclaraciones. En primer lugar, aunque existe un carácter acumulativo entre fases, esto no implica que todo el complejo científico-tecnológico avance en la misma dirección ni al mismo ritmo. Por otro lado, las posturas desarrolladas son tipos ideales, y una misma persona o grupo puede desplazarse entre ellas según dinámicas internas o factores externos. Por último, si bien el foco está en el sector CyT, el triunfo o fracaso de la pelea depende en buena medida de condiciones sociales, económicas y políticas más amplias. Esto no debe conducir a una actitud pasiva de espera; por el contrario, articular una estrategia que potencie la lucha del sector contribuye a modificar las relaciones de fuerzas sociales.

Espontaneísmo reactivo 

La actitud reactiva es la posición espontánea de quien se encuentra bajo una agresión inesperada. En el sector CyT, debido a sus características culturales predominantes, suele expresarse como una postura mayormente cientificista. Combina comportamientos que van desde la actitud del avestruz (meter la cabeza bajo tierra para tratar de pasar desapercibido y no darse por enterado de lo que sucede), la resignación pragmática (“esto ya lo vivimos, va a pasar, hay que ver cómo sobrevivir mientras tanto”), hasta acciones de protesta dispersas guiadas por una lógica reactiva: ante la amenaza puntual, me defiendo. Superado el momento peligroso —ya sea por una victoria momentánea o una derrota—, los actores regresan a la pseudo normalidad previa. Algunas de esas conductas espontáneas se entienden también como una defensa psíquica frente a un trauma: la irrupción brutal del cientificidio en un universo que se pensaba protegido por el mérito, la racionalidad y el reconocimiento. 

Aunque no siempre se formula de manera explícita, estos hechos reactivos pueden considerarse la estrategia de facto que subyace en la mayoría de los casos. En el plano discursivo, se articula por lo general con argumentos típicamente cientificistas, apelando a los “valores intrínsecos de la ciencia”. Por ello, deposita expectativas en el apoyo académico internacional o de sociedades científicas, reproduciendo criterios de validación internos al sector: resulta más relevante una editorial en Nature o Science que una reunión con la CGT, los gobiernos provinciales o el empresariado argentino. Por otro lado, las plataformas digitales intensifican y estabilizan el funcionamiento reactivo mientras se refuerza la ilusión de intervención, al enfatizar la expresión espontánea de emociones y el impacto inmediato en detrimento de la paciente construcción organizativa y la planificación estratégica.

Esta perspectiva tiene, al menos, tres debilidades que emanan específicamente de la imbricación de espontaneísmo y cientificismo: una reducción cuantitativa del problema, una mirada fragmentada del sistema y una crisis de sentido en torno al quehacer científico.

En primer lugar, cuando la postura reactiva se articula con el imaginario cientificista, concibe el cientificidio como un problema exclusivamente cuantitativo: el núcleo del conflicto sería el financiamiento. Si el dinero aparece, los problemas se resolverían. Precisamente porque reduce el conflicto a un problema de recursos, este enfoque tiende a evitar la confrontación política y la identificación de responsables, bajo el argumento de preservar el diálogo con las autoridades.

Esta reducción a lo presupuestario es posible porque la ciencia se concibe como separada de un proyecto nacional: podría existir buena ciencia con independencia del contexto. Si no se la molesta, la ciencia funciona. Su lema implícito es “autonomía y recursos”. Esta concepción se vuelve una debilidad, ya que no logra responder a la crisis de legitimidad de la República del Saber. Como María Antonieta en Versalles, el investigador cientificista recorre el laboratorio sin comprender el origen del malestar social que se expresa extramuros y percibe el ataque a la ciencia como inmerecido. Por ello, su táctica principal es la “visibilización”: mostrar lo que sucede y el valor del trabajo científico, confiando en que la exposición pública pueda frenar el conflicto. Sin embargo, la alta exposición lograda con el streaming del CONICET o las sucesivas notas en medios masivos desmiente que la cuestión crucial sea de visibilidad (si bien, claro está, es un punto a tomar en cuenta). 

En segundo lugar, esta postura tiende a reproducir la fragmentación y las jerarquías del propio sistema científico-tecnológico. El foco se coloca en la institución de pertenencia, lo que conduce a que el CONICET concentre la atención por su tamaño y reputación, y a que se visibilice principalmente lo que ocurre en la zona centro del país. A los sesgos del cientificismo se agregan así el “Conicet-centrismo” y el “porteño-centrismo”. Como resultado, otras instituciones del complejo CyT distribuidas en distintas provincias —muchas de ellas más afectadas— quedan fuera de la mirada pública: no se nombran ni se reconocen. Esta falta de una perspectiva de totalidad, combinada con el énfasis casi exclusivo en el financiamiento, explica que el enfoque reactivo evite hablar de cientificidio o, cuando lo hace, lo reduzca a un “ajuste económico sobre el CONICET y la Agencia”.

En tercer lugar, esta forma de respuesta produce una crisis de sentido: el ataque a la actividad CyT se vive como una herida narcisista: ¿cómo nos van a agredir así, si la ciencia es súper importante? En particular, entre los jóvenes investigadores, el marco cientificista instala un dilema desgarrador ante la imposibilidad de desarrollar la carrera tal como fue imaginada: emigrar o dedicarse a otra cosa. Esta crisis surge de no comprender plenamente la relación entre proyectos nacionales y políticas científicas. Como un baño de realidad, el investigador se enfrenta de golpe al país en el que vive y a la primacía de sus urgencias. No obstante, en el propio conflicto, una parte de este sector desarrolla una mirada más crítica y avanza hacia la siguiente fase.

En síntesis, la actitud reactiva es dispersa y espontánea, siendo afín a la lógica cultural de la era de las plataformas. Reproduce jerarquías y valores internos del sistema, se concentra en lo más visible y apela a la solidaridad académica antes que a otros actores de la vida nacional. Cuando habla de cientificidio, lo hace en un sentido acotado y cuantitativo, concibiendo el problema como esencialmente presupuestario. Su principal forma de lucha es la visibilización de la ciencia argentina, al tiempo que genera una profunda crisis de sentido, especialmente entre los jóvenes.

Defensa organizada

Si la postura anterior es la que brota espontáneamente en amplios sectores inmersos en una cultura cientificista, la que abordamos ahora emerge de grupos organizados —sindicatos y diversas agrupaciones— y de científicos politizados que se distancian de esa mirada. Aunque también pone el acento en acciones defensivas y, en los hechos, coincide en varios aspectos con el enfoque previo, se distingue por cuatro diferencias sustantivas en el diagnóstico y la forma de intervención.

En primer lugar, al surgir de actores con trayectorias de organización y debate, incorpora una mirada más abarcativa del sector. Por ello, contempla la situación de los distintos organismos que integran el complejo científico-tecnológico y advierte rápidamente que el cientificidio en curso excede el ajuste sobre el CONICET o la paralización de la Agencia. Sabe que no se trata de un intento de modernización del sistema, sino de un proceso de desmantelamiento premeditado. Mientras que el espontaneísmo reactivo supone muchas veces que las autoridades no entienden, no saben o no dimensionan el daño de sus políticas, la defensa organizada identifica la intencionalidad política: “sí que entienden, la destrucción es el plan”.

Desde este punto de partida, esta perspectiva señala que lo que está en juego es un plan deliberado de desarticulación de las capacidades nacionales de ciencia, tecnología e innovación, que afecta estructuralmente a instituciones como el INTA, el INTI, el INA, la CONAE o la CNEA, entre otras. Asimismo, reconoce un propósito geopolítico en este proceso, lo que dota al diagnóstico de cientificidio de mayor espesor y habilita la identificación de responsables, frente a los cuales no se vislumbran márgenes reales de diálogo.

En segundo lugar, y en estrecha relación con lo anterior, esta postura asume la necesidad de articular las luchas de los distintos organismos y promueve la solidaridad activa con el sector que se encuentra bajo ataque en cada momento. Entiende que, cuando la ofensiva se concentra en una institución puntual, es allí donde debe focalizarse la atención, desplazando la “centralidad natural” del CONICET o de la ciudad de Buenos Aires propia del enfoque reactivo. En este sentido, puede caracterizarse —utilizando una jerga militar— como una estrategia de defensa en profundidad.

Esta modalidad implica asumir que el avance del cientificidio se produce allí donde encuentra conflictos aislados y desarticulados: organismos descentralizados desguarnecidos por su escaso conocimiento público, jóvenes investigadores que resisten en soledad el recorte de sus becas, o trabajadores contratados que enfrentan de manera aislada la rescisión de sus vínculos laborales. Allí donde los conflictos quedan fragmentados y el resto del sector permanece indiferente, el avance del cientificidio se vuelve más sencillo.

Por el contrario, la defensa en profundidad busca engrosar las líneas defensivas mediante vínculos sólidos y fluidos entre los distintos organismos del sector y las realidades territoriales del país, concentrando la atención en el punto específico de ataque. De este modo, procura no reproducir ni la fragmentación ni las jerarquías propias del enfoque reactivo, y expresa avances tanto en la unidad de acción como en un incipiente principio de unidad de concepción, sustentado en una caracterización más integral del cientificidio.

En tercer lugar, a diferencia de la mirada cientificista, esta postura reconoce que el problema no es solo cuantitativo, sino también cualitativo. Reconoce que el sector CyT requiere cambios en su cultura y en sus prácticas, y que la respuesta basada exclusivamente en argumentos de mérito académico resultan insuficientes frente a una sociedad y un mundo en transformación. Identifica, además, problemas de arrastre en el sistema científico-tecnológico, entre ellos la débil vinculación del complejo de organismos de CyT con la sociedad que lo financia. Si bien se registraron avances en ese sentido, persiste una distancia significativa para que la producción de conocimiento esté orientada por necesidades nacionales, marcando así una clara diferencia con la mirada cientificista.

En cuarto lugar, este tipo de defensa, al enfatizar la organización, opera como un dispositivo de des-narcotización de las plataformas digitales. En lugar de reacciones inmediatas, meramente emocionales y esporádicas, promueve acciones más complejas, coordinadas a escala nacional e incluso internacional, y la construcción de espacios permanentes de articulación que sobreviven a las coyunturas cambiantes. Asimismo, frente a la percepción fragmentada de la realidad, posibilita la acumulación, comparación y análisis de información proveniente de diversos organismos y fuentes, lo que habilita diagnósticos más consistentes. Cabe aclarar que esta superación de la lógica reactiva no implica un rechazo de las redes sociales: cuando existen núcleos estables de análisis y coordinación, estas pueden convertirse en potentes herramientas de sincronización de la protesta y potenciar la organización.

Sin duda, esta posición constituye un avance respecto de la actitud reactiva, aunque mantiene dos limitaciones significativas.

Primero, en la urgencia del conflicto, tiende a diferir para un futuro indeterminado las discusiones sobre las transformaciones estructurales que requiere el sector. De este modo, debilita su propio planteo y, en los hechos, termina muchas veces funcionando como furgón de cola de la reacción cientificista. Además, predomina una lógica de resistencia: aunque intenta ir más allá de las actitudes puramente reactivas, esos movimientos no alcanzan a constituir una ofensiva, debido a la falta de horizonte estratégico. La ausencia de una idea definida sobre los cambios necesarios limita el alcance de las iniciativas, que no logran modificar la tónica general. Se trata de acciones aisladas, valiosas en sí mismas, pero insuficientes para conformar una ofensiva sostenida. Persisten, así, una cierta actitud de victimización y la ausencia de una planificación estratégica.

Segundo, al incorporar una mirada de conjunto sobre los organismos de CyT, esta postura impulsa una articulación interna relevante para revertir la fragmentación del complejo y fortalecer los vínculos en el marco de la lucha. Sin embargo, dicha articulación suele permanecer circunscrita al interior del sistema, con dificultades para proyectarse hacia otros actores de la vida nacional y disputar alianzas sociales más amplias. De este modo, contribuye a robustecer la defensa sectorial, pero al carecer de una orientación estratégica clara, no logra desplegar una capacidad ofensiva ni sostener trayectorias en contextos de creciente precariedad, particularmente entre los jóvenes investigadores.

En síntesis, este segundo momento puede caracterizarse como un avance respecto del enfoque reactivo: supera algunas de sus limitaciones al enfatizar la articulación interna del sector CyT y registrar progresos en la unidad de acción, junto con una incipiente unidad de concepción. No obstante, sus dificultades para construir una conducción estratégica, actuar con planificación y articular acciones ofensivas más allá del propio sector delimitan sus alcances y anticipan la necesidad de una postura superadora. Este límite señala, precisamente, el punto a partir del cual se vuelve necesaria una estrategia que articule defensa, ofensiva y proyecto.

Iniciativa estratégica 

Si bien aún es minoritaria, una parte relevante del sector CyT —en particular la más movilizada— ha avanzado desde la posición reactiva hacia una defensiva organizada. En ese segmento se encuentran las condiciones para desplegar un tercer momento, que subsume y supera a los anteriores, y que ya comienza a insinuarse en diversas prácticas, debates y preocupaciones. Cabe aclarar dos puntos. Por un lado, que este pasaje no es automático ni lineal: implica disputas internas, retrocesos posibles y la coexistencia prolongada de las tres posturas dentro del sector. Por el otro, que no se trata de generar de manera inmediata un reposicionamiento estratégico, sino de prepararlo, a la espera de condiciones externas que lo hagan viable, aunque la acción del propio sector puede contribuir activamente a su gestación. Y debe tenerse en cuenta que, en un nivel más general, la iniciativa estratégica no es solo un conjunto de acciones, sino una disputa por el sentido y la hegemonía social, que trasciende a la lucha contra el cientificidio y se articula en torno a proyectos de país. 

Desde el punto de vista estratégico, la preparación de este momento involucra varios planos claramente diferenciables.

Por un lado, implica ampliar la defensa en profundidad, incorporando apoyos por fuera del propio sector CyT. Mientras que en la perspectiva defensiva se buscaba robustecer las líneas de resistencia mediante vínculos entre organismos del sistema y realidades territoriales diversas, recuperar la iniciativa apunta a construir bases de apoyo externas. Esto supone lograr acuerdos o, al menos, acciones comunes con gobiernos provinciales, centrales sindicales y sectores empresariales (agro, industria, economía del conocimiento), así como otros actores clave de la vida nacional.

Por otro lado, esta postura procura recuperar la iniciativa mediante el desarrollo de una planificación estratégica. Ya no se limita a resistir o reaccionar frente a los ataques del gobierno, sino que se propone infligir costos políticos al oficialismo. En ese marco, evita el desgaste en “patrullas perdidas” o en acciones que interpelan únicamente a los ya convencidos y que, por previsibles y rutinarias, no logran afectar al cientificidio. Por el contrario, impulsa acciones originales y creativas orientadas a romper el aislamiento social del conflicto y a generar adhesiones en sectores amplios, incluso en franjas que integran la base de apoyo del propio gobierno. Un antecedente en esta línea fue la acción con estética del Eternauta realizada el 28 de mayo de este año. El objetivo es desorganizar al adversario, ejercer presión sostenida y forzarlo a cometer errores, de modo que los responsables queden expuestos y deban responder por sus actos —como ocurrió con Salamone durante las protestas en distintas provincias en 2024—. En última instancia, se busca volver socialmente vergonzante formar parte de la gestión libertaria.

Por último, este enfoque se distancia de los discursos de victimización corporativa, reconoce las limitaciones históricas del quehacer de la CyT argentina y se propone como un actor clave para la realización de valores socialmente significativos: generación de riqueza, soberanía, salud, educación, seguridad, reducción de la inflación, lucha contra la corrupción y bienestar general. Para ello, resulta indispensable superar la cultura cientificista y avanzar en la discusión de una ciencia y una tecnología orientadas explícitamente a un Proyecto Nacional. Este horizonte aporta un componente moral fundamental para la acción colectiva. Cuando la disputa se reduce al acceso a financiamiento para sostener proyectos de vida individuales o a la ciencia como un fin en sí mismo, tiende a producirse desmoralización ante la frustración de esas expectativas. En cambio, la defensa de la ciencia y la tecnología como patrimonio de la nación habilita una mística fundada en la trascendencia del interés individual.

Este enfoque puede, por lo tanto, contribuir a contener la crisis de sentido que atraviesa a numerosos investigadores, al reconocer que su aporte al país no se reduce a una militancia “puertas afuera” del laboratorio, sino que se realiza en la propia práctica laboral. De este modo, el trabajo científico se concibe como una herramienta para la lucha táctica y para la formulación de respuestas a problemas estructurales del país, contribuyendo a una unidad de concepción que preserve la pluralidad y oriente las diferencias dentro de un marco estratégico compartido. 

Esta postura, de carácter claramente transformador, supone que quienes combaten el cientificidio enfrentan también el cientificismo incorporado en sí mismos y en la cultura del sector. Se trata de una conversión simultáneamente personal, laboral y política, que resulta necesario promover en el contexto actual. Quienes permanecen aferrados al modelo cientificista de producción de conocimiento suelen experimentar frustración y, no pocas veces, terminan abandonando el país o el sistema científico.

¿Cómo avanzar en este plano? Primero, promoviendo discusiones sobre el tipo de ciencia y tecnología que necesita el país, no en abstracto, sino en el interior de cada campo disciplinar, interdisciplinariamente y con otros sectores sociales. Segundo, identificando los cambios necesarios para orientar la producción científica hacia las necesidades sociales, económicas y ambientales de la Argentina. Tercero, elaborando propuestas de mediaciones institucionales que permitan viabilizar esos objetivos, incluyendo transformaciones organizacionales concretas.

Asimismo, en la medida en que las condiciones lo permitan, resulta clave comenzar desde ahora mismo un proceso de cambio, tanto a nivel institucional como en las prácticas individuales y colectivas de producción de conocimiento. Las crisis, lejos de ser únicamente momentos de pérdida, constituyen también oportunidades privilegiadas para impulsar transformaciones de fondo.

Por último, esta posición asume plenamente la complejidad del cientificidio, en sus múltiples planos, actores y motivaciones. Comprende que la disputa debe darse en todos ellos, pero jerarquizándolos a partir de una estrategia que identifique los puntos de mayor vulnerabilidad del oficialismo, incluyendo las tensiones internas, contradicciones y disputas al interior del propio bloque gobernante, que pueden ser estratégicamente explotadas.

En este marco, no solo reconoce a los ejecutores del cientificidio —como ya lo hacía la postura defensiva—, sino que avanza en la identificación de los autores intelectuales y, especialmente, de sus beneficiarios. Estos últimos procuran permanecer en las sombras: son quienes lucran con el desguace de los organismos de ciencia y tecnología, adquieren bienes públicos a precio vil, se benefician de la eliminación de servicios provistos por el complejo CyT y obtienen ventajas de la desregulación de normativas de protección social y ambiental. Se trata, en definitiva, de la élite económica que extrae beneficios de un modelo funcional a la reproducción del subdesarrollo. Esto incluye tanto grandes grupos económicos locales como intereses transnacionales vinculados a la reprimarización, la financiarización y la dependencia tecnológica.

En síntesis, preparar la iniciativa estratégica implica trabajar la unidad de concepción, dotando a la confrontación de un marco ideológico y de una imagen de futuro deseable que articule claramente ciencia, tecnología y Proyecto Nacional, en el marco de la construcción de un bloque social capaz de disputar la hegemonía neoliberal. Supone, además, asumir la multidimensionalidad del cientificidio, identificar a sus beneficiarios —y no solo a sus ejecutores— y profundizar la defensa mediante la construcción activa de apoyos sociales. 

Pasar a la ofensiva requiere de una conducción estratégica capaz de articular los distintos planos de la resistencia —movilización, judicial, parlamentario, comunicacional, entre otros— con acciones creativas que permitan contraatacar, marcar agenda y obligar a los responsables materiales e intelectuales del cientificidio y a sus beneficiarios a rendir cuentas. Este desplazamiento hacia una lógica de avance no está exento de riesgos: tensiones internas, resistencias culturales y mayores niveles de exposición pública. Asumirlos conscientemente forma parte del pasaje desde la resistencia a una estrategia transformadora.

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Cuando la postura reactiva se articula con el imaginario cientificista, concibe el cientificidio como un problema exclusivamente cuantitativo: el núcleo del conflicto sería el financiamiento. Si el dinero aparece, los problemas se resolverían. Precisamente porque reduce el conflicto a un problema de recursos, este enfoque tiende a evitar la confrontación política y la identificación de responsables, bajo el argumento de preservar el diálogo con las autoridades.