Inteligencia artificial y política: los privilegios del progreso y los castigos del atraso

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    El debate sobre la tecnología
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DOSSIER

Inteligencia artificial y política: los privilegios del progreso y los castigos del atraso

03 Marzo 2023

El desarrollo tecno-científico de la humanidad ha logrado, en los últimos tres años, conseguir una vacuna (en tan solo seis meses), para una pandemia monstruosa que se llevó millones de vidas alrededor del planeta.

Al mismo tiempo, también, está en condiciones de crear complejos algoritmos de Inteligencia Artificial que son capaces de razonar coherentemente, respondiendo preguntas complicadas con gran soltura (es sabida la fascinación que ha despertado actualmente, en toda la sociedad, la aplicación ChatGPT).

Por otro lado, consiguió construir el colisionador de hadrones, que funciona en la frontera franco-suiza (máquina que a principios de la década del 2010 pudo obtener evidencia acerca del denominado “bosón de Higgs”).

Avances importantes tanto como los desarrollos que llevan adelante las corporaciones del empresario de tecnología Elon Musk (SpaceX, NeuraLink, entre otras), donde se exponen algunas ideas como la colonización espacial de Marte, para convertirlo en un nuevo planeta habitable por seres humanos, o la intervención del cerebro humano a través de sofisticada tecnología que le permitiría a quien se somete a la experiencia, controlar computadoras o procesos informáticos solo con el pensamiento (Elon Musk sugiere la posibilidad de que será probable poder twittear un pensamiento, si la compañía logra desarrollar correctamente sus investigaciones al respecto).

En el terreno de la nanotecnología, la humanidad está llegando a manipular y “mejorar” a pequeña escala tejidos o materiales varios para lograr desarrollarlos con nuevas y superiores características (enumeremos algunas de las aplicaciones posibles para comprenderlo: lentes de contacto para realidad aumentada, pantallas holográficas que no necesitan lentes 3D -incluso proporcionando la posibilidad del tacto-, papeles alterados que pueden potabilizar agua, nano material bactericida, capaz de matar todo tipo de bacterias y esporas bacterianas aplicable a la producción industrial, piel artificial que protege a la piel real de la deshidratación – un gel transparente que se aplica sobre la piel para crear una película invisible que desarrolla todo tipo de funciones protectoras y preventivas -, nano bots administradores de fármacos capaces de destruir células cancerígenas de manera selectivas liberando medicamentos sobre tumores, actualmente en fase de prueba en animales).

Avanzando más en el universo de la tecnología orientada al cuerpo, nos podemos adentrar en el Biohacking, o en conceptos como el wetware. Que, explicándolos de una manera veloz, diremos que son prácticas para alterar nuestro cuerpo con tecnología para lograr monitorear o alterar funciones del mismo (imposible no recordar la sentencia de la reciente película de David Cronemberg “Crímenes del Futuro”: “La cirugía es el nuevo sexo”, de gran sentido ballardiano).

La capacidad de “hackear” al cuerpo humano trae consigo la posibilidad de evitar el envejecimiento, obtener la cura o tratamientos impensados para enfermedades terminales, o alterar funciones o la anatomía corporal a los efectos de obtener un resultado previamente buscado. En esta dirección, recordemos que es conocido el intento de crear órganos artificiales que persiguen ciertos desarrolladores de impresiones 3D.

Como vemos, la humanidad ha cruzado todas las fronteras entre la tecnología y la vida creando la idea de la “post-humanidad”. Es cierto que la tendencia a la negación a la muerte y la búsqueda de convertirse en “el dios de sí misma” se dejan ver con claridad en todos estos avances tecno-científicos, convirtiendo a Freud en un profeta lúcido de nuestro tiempo, incluso por encima de lo que él mismo pudo ver en “El malestar en la cultura”.

Pero… qué tal si en vez de pensar todas las “aterradoras” formas que puede devolvernos el futuro (a la manera de “Crímenes del futuro”) no pensamos el potencial liberador y positivo que carga la tecnología como instrumento en sí mismo, más que como medio para que un sector de la sociedad se beneficie en detrimento de otros.

Está también demostrado, que el desarrollo y avance de las máquinas (tal y como lo preanunció Marx en aquellos Fragmentos sobre las máquinas) puede traernos la posibilidad de la desaparición del trabajo, y la extinción del valor. Si entendemos al valor como trabajo vivo socialmente acumulado en un proceso productivo que nos deja como resultado una mercancía.

Resulta que el trabajo muerto (el que pueden ejercer las máquinas) puede desplazar al trabajo de los seres humanos, con esto (si no pensamos que los seres humanos que se liberen del trabajo, necesariamente deberán caer en la expulsión social, el hambre y la miseria) aparece un horizonte humano donde cada cual podrá desarrollarse en lo que desea, dejando que una máquina cumpla la parte productiva que antes le tocaba a un ser humano para cubrir alguna necesidad social. Si no queremos avanzar en un planteo tan radical podemos pensarlo por etapas.

Qué tal si esto, al menos, nos permite reducir las extensas jornadas laborales, redistribuir el banco de horas de la producción, los servicios y la logística mundial para que la humanidad pueda disponer de más tiempo de ocio.

Es importante redescubrir el concepto de futuro, tanto como el de desarrollo tecnológico y crecimiento como una idea progresiva que debe ser apropiada por la política que busca la justicia social. De lo contrario futuro y desarrollo serán ideas asociadas exclusivamente al concepto de “capitalismo”, mientras que atraso y hambre, a las promesas de “colectivización socialista” que, según se dice, “han fracasado”. Ignorando que la mayoría de los grandes descubrimientos y corporaciones que mencionamos anteriormente han sido financiadas colectivamente a través de masas de subsidios estatales, o fondos comunes que se componen de tramas financieras que toman su base de sustento en la producción material de mercancías que crean las clases obreras del planeta.

Las derechas del mundo han instalado la idea de que son el progreso, pero sus programas político-económicos en América Latina, por ejemplo, buscan reprimarización de la economía y utilización de la tecnología para una explotación laboral que encuentra más correlatos en el feudalismo que en el capitalismo productivo. El atraso objetivo que producen estas políticas, se presenta como ideas novedosas de futuro e innovación. Mientras que los programas políticos transformadores hacen agua en presentar una idea de futuro que catalice las esperanzas sociales y dé materialidad a un mundo de propuestas que está naciendo y debe encontrar a los emergentes sociales que las canalicen.

Sin dudas, una especie que ha sido capaz de obtener desarrollos tecno-científicos tan avanzados aún no puede ponerse de acuerdo en cuestiones básicas y elementales sobre cómo deben distribuirse de manera igualitaria esos avances. Si solo serán el fruto de un desarrollo desigual que se combinará con bolsones de pobreza estructural, mientras que un reducido sector social de la humanidad podrá disfrutar de las maravillas y los ensueños del mundo de los robots y las alternativas post-humanas, o tendrán una función social, de uso y goce común.

Es evidente que nuestra especie ha demostrado tener sobradas herramientas para avanzar en un salto cultural, político, económico y social de escalas nunca antes vistas en la historia humana. También es evidente que mientras no existan relaciones sociales más igualitarias, tal y como lo planteó el escritor de Ciencia Ficción William Gibson: “El futuro habrá llegado, solo que estará mal distribuido”.


 

Que tal si pensamos en el potencial liberador y positivo que carga la tecnología como instrumento en sí mismo, más que como medio para que un sector de la sociedad se beneficie en detrimento de otros.