El trabajo es cultura: memoria, derechos y comunidad frente al vaciamiento neoliberal
Esto no es diagnóstico: es posición
Lo que propongo no es un aporte técnico ni un matiz académico. Es una afirmación política: el trabajo es cultura. Y reconocerlo como tal es una herramienta de defensa frente a la avanzada que pretende arrasar con el lenguaje, los cuerpos, los derechos y la memoria del pueblo trabajador.
En un país donde se premia la especulación financiera y se criminaliza la organización, volver a poner en el centro al sujeto trabajador es una decisión estratégica. No como una figura abstracta, sino en su diversidad concreta: quienes cocinan, cuidan, crían, limpian, enseñan, construyen, organizan, curan, militan, producen y resisten.
La política del vaciamiento
Hoy se pretende imponer una visión del mundo en la que el trabajo no tiene valor si no genera renta, y donde la política solo es válida si se subordina a la lógica del mercado. Se nos quiere convencer de que los derechos son privilegios y de que la cultura es gasto superfluo.
El vaciamiento no es solo económico. Es simbólico. Es ideológico. Y por eso, nuestra respuesta también debe serlo.
Una herramienta para disputar sentido
Desde la Comisión Bonaerense de Trabajo y Cultura, impulsamos la Perspectiva de Cultura del Trabajo y Derechos Sociolaborales no como una innovación técnica, sino como un acto político. Una estrategia para volver a nombrar lo que el mercado quiere borrar: que el trabajo no es mercancía y que la cultura no es decorado.
Esta perspectiva se construye desde adentro, pero empujando los bordes. Se fortalece en el entretejido de militancia, gestión y memoria que resiste incluso cuando no hay decisiones políticas plenas. Porque a veces, las políticas públicas empiezan por ser disputas simbólicas que alguien se anima a nombrar primero.
Cinco pilares para una disputa
- El trabajo como hecho cultural
No es solo empleo. Es historia, cuerpo, saber, comunidad. Eliminar su dimensión cultural es entregar el sentido del trabajo al capital.
- La cultura como derecho y como herramienta política
La cultura del trabajo organiza memoria, deseo, esperanza. No es relato congelado: es potencia popular.
- Una mirada situada: clase, territorio y cuerpo
Toda política pública que ignore el cuerpo concreto que trabaja, sus marcas y desigualdades, es funcional al statu quo.
- Disputa de sentidos frente al ajuste
El lenguaje del ajuste naturaliza la injusticia. Esta perspectiva propone una narrativa propia: la del hacer colectivo y la organización como respuesta política.
- Continuidad histórica y resignificación
No partimos de cero. Somos herederos y herederas de sindicatos que fueron bibliotecas, imprentas, peñas. Somos parte de una historia que no empieza ni termina con nosotros.
No venimos del mármol. Venimos del barro.
La cultura del trabajo no es una consigna nueva. Es una verdad popular que late en cada olla, en cada asamblea, en cada aula y en cada fábrica. No se decreta: se construye con y desde lxs trabajadores.
Desde la Comisión Bonaerense de Trabajo y Cultura, proponemos esta perspectiva con cuerpo, con calle y con doctrina. No llegamos desde la planilla. Llegamos desde el territorio, desde la militancia, desde la pedagogía popular y desde el teatro como herramienta política.
¿Qué disputamos cuando decimos “trabajo”?
Disputamos el sentido mismo de la vida en común. Disputamos la idea de que valés solo si producís ganancia. Disputamos la idea de que el mercado es el único organizador posible. Disputamos un modelo que descarta, divide y normaliza la injusticia como mérito.
Por eso, nombrar el trabajo como cultura es recuperar la memoria de los derechos y anticipar la construcción de comunidad.
Una política de Estado con memoria y decisión
Esta perspectiva es posible porque hubo una decisión política previa: el Ministerio de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires se propuso hacer política cultural desde el trabajo y para el trabajo. Eso no es común. No es neutro. No es accesorio. Es una definición de Estado con raíz obrera.
El Ministerio está hoy conducido por un dirigente que no abandonó su trayectoria sindical al asumir la gestión pública. Al contrario: la transformó en acción. Esa continuidad entre militancia, historia y política activa hace posible pensar otras formas de hacer Estado. Y disputar, desde ahí, sentido.
Para cerrar: si no lo decimos nosotras, lo dice el mercado
Así como existen perspectivas de género, de juventudes o de discapacidad, el trabajo necesita su propia perspectiva cultural y política. Una que sepa leer los conflictos, escuchar los territorios y reconocer los cuerpos que trabajan. Una que dialogue con las organizaciones, con las memorias y con la comunidad viva.
Porque el trabajo no es solo producción. Es identidad. Es lenguaje. Es derecho.
Y la cultura del trabajo es base para cualquier comunidad que quiera vivir con justicia y dignidad.
* Florencia Lisarazo es responsable de la Comisión Bonaerense de Trabajo y Cultura – Ministerio de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires
