El Ojo Mocho o contra una Botánica de la herencia

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El Ojo Mocho o contra una Botánica de la herencia

18 Enero 2017

El Ojo Mocho fue una revista fundamental en mi formación. Y sobre todo en mi deformación académica. Era el sitio donde se palpaba, se experimentaba una disrupción, una pasión. Y conformado por una grupalidad conspiradora, misteriosa, subyugante. Leer El Ojo Mocho durante la cursada de sociología de fines de los 90 era tanto un riesgo a perder (perderse en) quien sabe qué rumbo institucional imaginario, como un acto excitante, pulsional, oculto, maldito. Al tiempo, escribí y seguí escribiendo en El Ojo Mocho. Pero la sensación confabúlica, de comenzar a formar parte de esa runfla, de esa comunidad espectral (con ya tres generaciones que se solapaban y superponían), aún me perdura.

Casi al mismo tiempo que publican mi primer texto allí, en El Ojo Mocho (cuyo nombre no cansa de repetirse, ojo mocho, como mantra arrabalero, de figuración pendenciera y de mirada crítica, al sesgo -lo dijimos, mezcla rara del Paul Klee benjaminiano y apingüinado-), fundábamos una revista que no podía no tener al mismo Ojo Mocho como referencia. En ciernes epistolarias. Ya eran tiempos kirchneristas, aun no los llamábamos así, o tibiamente, la desconfianza nos ganaba. Incluso o por estar inoculados de postmenemismo y su filosofía de la no-verdad (como la llama Schwarzbock), donde no ya había nada que esperar, en qué confiar, ya nada más por ver, "postparanoicos" (agrega), y así todo, desconfiados. Y fue un texto precisamente de Horacio González (suerte de penúltimo Corleone arltiano y picaresco) el primero en publicarse en En ciernes: una diatriba epistolar, desde la Biblioteca Nacional, sobre las nuevas formas comunicativas, ante un tintineante Sacher que le decía que había que "modernizarse" (avisos de incendio que comenzaban a sonar), y al que Horacio lo retaba a duelo, exacerbando una modernidad a la que él y no el posmoderno Sacher, sí defendía, en su impronta ética, trágica, y a la vez absurda, surreal.

Modernidad (mas no modernización) que la París en la que de repente estamos, y nos encontramos, no puede más que dar marco para la pregunta creo fundamental que debemos hoy seguir haciéndonos. La pregunta por la herencia. Herencias intelectuales, herencias de politización de la intelectualidad, herencias políticas, militantes, que son vapuleadas en pos de dicho discurso modernizador en Argentina, en Brasil, en Venezuela, Ecuador, desmoronándose un frente de resistencia latinoamericano, algo que el resto del mundo ni siquiera discutía ni discute en términos de posibilidades de acción política antagónica, concreta y a gran escala.

¿Qué hacemos con nuestra herencia? ¿Cómo reconvocarla cada vez para que nos guíe sin aplastarnos?

Estuve en el cementerio de Montparnasse y me encontré con Durkheim, Sartre y Cortázar. Con Proudhon, Baudelaire y Man Ray. Nuestra herencia, nuestros muertos, francófilos como somos, como nos hicieron ser. No estaban Deleuze, Foucault ni Derrida, que junto a Ranciere, Nancy, Didi Huberman, siguen conformando nuestro renovado y franchute aparato teórico, nuestras estructuras de pensamiento, nuestra herencia cotidiana.

¿Qué hacer con estas, aquellas pesadas herencias? ¿Con las malditas, las maldecidas? ¿Cómo poder encontrar en sus entrelazamientos, sus intersticios, sus montajes intempestivos, insurrectos, una voz, un mirar, de ultra/entre tumba?

En la de Cortázar alguien da una clave. Le deja una carta, traicionera, pero corajuda, de puñalada trapera (no es fácil matar, y el muerto prócer siempre podrá defenderse, he ahí sus epígonos cadavéricos) en la que lo tilda de traidor, y alerta sobre los muchos otros traidores como él que estarán vagando por allí.

¿Cómo no traicionar pues, traicionando, a la vez, una herencia? Que cual fuerza del pasado, que nos acosa y exige (y siendo que no sentir tal exigencia es la definición misma de la traición lisa, llana, baja), nos obliga a batirnos a duelo, con ella, con quien sea, con quien se lo merezca. Cómo no traicionar pues, traicionando a la vez, esta herencia, la del ojo mocho, que como un acorazado fantasma surcó los mares agitados, tsunámicos de los 90, y ahora, vuelve, como malón traicionero, negrada afrancesada, aluvión fernetero, y se pregunta ¿qué es esto?, como la catilinaria estradiana, pregunta a la que le agregaríamos, el ¿qué hacer? leniniano. Preguntas modernas, en definitiva, que recuperan la tradición disruptiva, pensadora/hacedora/transformadora de mundo (y no de sus fragmentos), invocadora del gran trazo y no de un ejército monográfico (al decir de Viñas) de la modernidad crítica. Y como no responder a ellas con la apuesta por una nueva/otra/utópica comunidad organizada. Que sea amalgama, gesto pulsional, apasionado, runfla confabulada, secreta, arltiana y borgiana, atenta, respetuosa y arrojada a dejarse conmover y arrastrar por las cuerdas populares de una mutable, mutante, pero siempre maravillosa música.

En nuestros casos, no fue, ni nos es sencillo. Y de esa dificultad emerge la sinceridad, la potencia afectiva de una verdad entrañable (no por sentimentalismo, sino por lo que surge desde las entrañas) No otra cosa son, fueron, deberán seguir siendo estas, otras revistas culturales. Fortalezas flotantes, islas de camalotes guerrilleros, tierras en trance perpetuo, ejércitos irregulares de carteros errantes. Que deben entender a la cultura (tal como son llamadas, "culturales") no como una botánica de la muerte, tal como Alain Resnais llamó a la cultura (y nuestros padres brotan por los poros), en su film Las estatuas también mueren (oh), en tanto forma musealizada y cientificista, la occidental, adoradora de dioses abstractos, a contrapelo de la lógica procesual, dinámica, viva, pagana de las culturas “otras”. Cultura, no como forma entomóloga, ocupada en bichitos pinchados para su estudio, en su ser espectáculo muerto, carne de paper, parte de la misma indolencia contemporánea del fluir de nuestros posteos, de nuestras formas comunicacionales cibernáuticas, tan dadas a la hiperquinesis abúlica, la neurastenia exhibitiva, en definitiva, al empobrecimiento de nuestra experiencia, en un decir que se homologa, en sus efectos, a la mudez de los que volvían del campo de batalla, al decir de ese otro padre que camino París e imaginó el mundo técnico y postaurático por venir y desde y con el que hoy hablamos.

Y aquí estamos, en una suerte de extraño encuentro de reencuentros con compañeros en un reducto parisino, que a la distancia tortuosa y fabúlica pareceríamos estar prefigurando una repetición sintomática y paranoide desde nuestros circunstanciales exilios autoinflingidos. Con las imágenes, los relatos, los testimonios que nos llegan de nuestra patria, con las detenciones políticas, represiones y demás formas del ataque a los modos de vida popular que hemos sabido preservar o conseguir. Lo popular es, y por definición, debe ser, lo resistente y por tanto lo conjurado por los poderes. El poder le teme a la chusma, a los negros, a lo negro, aquí, allá. El poder le teme a la multitud. Y aquí pues en esta ciudad, en este país, desde donde emergieron los discursos, las acciones revoltosas, que nos configuran, y alentaron a nuestros próceres, en torno a la igualdad, lo comunitario, e incluso, próceres posmodernos, al elogio a la diferencia, a la exaltación de la emancipación. Y por el estado de vigilancia panóptica y de control que también supimos heredar y ahí si incorporarle concentracionario valor agregado. Si el ojo mocho fue un ámbito de resistencia en los oscuros años 90, valga ésta y otras reuniones y revistas y conglomerados grupales e incluso aislados, personales contemporáneos para hacer resurgir, no dejar diluir, un estado de creatividad intelectual política artística para que desde este momento histórico plagado de indolencia, brutalidad solapada y derechización celebrada y naturalizada, se pueda volver a abrir paso a un proceso de mayor igualdad, justicia y alegría (sí, pero) popular.

* Texto leído en la presentación de El Ojo Mocho 6, el 17 de enero del 2017, en la librería Cien Fuegos, París.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).