El esteticismo en la política argentina contemporánea: utilidad, eticidad y anti-política

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El esteticismo en la política argentina contemporánea: utilidad, eticidad y anti-política

06 Septiembre 2016

Permítaseme comenzar con una referencia acotada sobre el vertebrador concepto de eticidad (1) en el robusto ámbito de la política, a saber en su hemisferio práctico. Si tenemos en cuenta el sendero que ha tomado el Poder Ejecutivo en la actualidad de la Nación, es preciso aseverar que se trata “expresis verbis” de una administración “libero-económica”. Prácticamente el grado de expresividad política de aquella, fundamenta el sincope de la eticidad promovida por el peronismo de la última década, asentada como vestigio con todo lo execrable y maravilloso que aquella acarreó, y eventualmente admitiendo, prima facie, que todo gobierno peronista es proporcionalmente antagónico con cualquier regularidad político-liberal.

Ahora bien, si posicionamos fácticamente la disconformidad social acaecida estadísticamente en estos últimos meses como representación real de la ética popular que ha conformado el peronismo de Néstor y Cristina Kirchner, es asertivo considerar que por más que éste gobierno haya accedido democráticamente al poder, no es condición necesaria para denominar a aquel como uno que hace “política” sin más. Quizás ésta acusación pueda atomizarse como intolerante en relación a las vicisitudes históricas, y que los argentinos bien sabemos, de los gobiernos electos democráticamente y el desfasaje que este concepto puede denotar; pero es preciso controvertir de modo evidente que la decisión política no articula necesariamente una decisión éticamente representativa, o mejor dicho que el grado de representatividad no es proporcional a poseer intuición política, o bien a aceptar correspondientemente las reglas institucionales de la política, que se resume con vacuidad en la premisa inane de “dejen gobernar”.

Atengamos ahora, para desbrozar esta cuestión, que la política en la actualidad se basa en un orden ecléctico, a decir, en un orden que entre la teoría y la praxis existen matices, que podríamos constatar con los conceptos de demagogia, desidia, desiderativilidad, posibilidad, etc., y que estos necesariamente no son denostados por su propia o no inmoralidad, sino por su utilidad. Esto se debe a que la perfectibilidad de un sistema político no se mide en la mayoría de sus vertientes por sus medios, sino por sus fines, es decir por su realizativilidad. Ahora bien, si esto fuese tan sencillo de esgrimir, habría destituciones de cargos estatales a diario y no habría una estabilidad política que sea fecunda para la administración estatal.

La cuestión que hiende en ésta problemática es por la identificación que a grosso modo confiere la imagen representativa de un gobierno, y por lo tanto por aquella que podríamos denominar como la política estetizada o bien estetización de la política (2). ¿A qué me refiero con este término? La cuestión por la identificación es diametralmente concomitante, pero a su vez alternativa, con lo que llamamos los militantes políticos como poseer “conciencia política”, o estar partidizado, o sucintamente politizado, lo cual suscita y prefigura a ciertos ámbitos políticos a la adecuación de los intereses y convicciones objetivas configuradas y territorializadas por un idiolecto, un servicio, o hasta una bandera. Una persona, que está politizada no dejara de creer en un proyecto político por un caso aislado de corrupción, o bien por un desliz en el compromiso político. Esto abre un amplio espectro de decisiones y a su vez de restricciones, aquel dirigente político que se compromete y cumple es aquel dirigente que representa ideológicamente a una comunidad, creando así una imagen de si con la cual adquiere por ella legítima gobernabilidad y por lo tanto unidad política como identidad (3).

La estetización de la política se ha acrecentado a lo largo del Siglo XX, y aún más en el XXI, y como ejemplo de ésta progresión es quizá el peronismo, a decir el movimiento de mayor preponderancia en la historia política argentina. Por otro lado, mirando en perspectiva este proceso, el estatuto estético posee otro cariz, como la esfinge por así decirlo, que se doblega a las apariencias, algo de lo que también ha sido presa inocentemente el peronismo por ser un régimen que se cimienta en la estetización de un “conductor” tal y como es expresado en la doctrina peronista, que actualmente en muchos casos, está promovido por la prensa y los medios de difusión masivos, que con formalidad utilizan asiduamente los partidos para comunicar sus ideas políticas. Al igual que la otra forma estético-política, ésta tiene como preámbulo la eticidad puesta en imágenes, que posteriormente pueden ser llamadas a la identificación, es decir las imágenes, el discurso convertido al afán de identificación, pero a diferencia de la primera, ésta se dirige al placer estético como verdad sin más y a la promesa como engaño.

Ahora bien, es singular como estos mecanismos operan para la creación o hiper-realizacion (4) de un sistema político para sus adherentes, o para el deseo paupérrimo de aquellos. Aquí es posible ver más profusamente, en estos casos, como se entrelazan como si fuesen parte de un estambre, la ética, la política y la estética, ya que su articulación deja en evidencia el aparato vacío de contenido, nada aún más alejado del buen quehacer político. Y porqué afirmo que es vacío de contenido, a decir, porque todo partido político en particular, o todo gobierno en general pueden crear su propia estética, pero jamás gobernar con su propia ideología sin que esta integre a los intereses populares o el de las amplias mayorías. La paradoja estético-política a la que ha incurrido, o a la que deseado incurrir el gobierno de “Cambiemos” ha sido a ésta; a través de la legislación de las apariencias ha intentado e intenta desplazar la eticidad de un pueblo, deslindar la ética y por lo tanto la estética que ha sido construida a lo largo de doce años de conquistas populares. Es llamativo como la demagogia de un gobierno puede forzar, en su intento por mantener la gobernabilidad, la pervivencia de las imágenes. Por ello nadie mejor que ellos para poner a prueba el principio anteriormente expresado, que como he dicho, es un deber ejecutar, legislar no solo con la imagen esgrimida políticamente, sino que aquel debe también hacer política con aquella eticidad constituida y por lo tanto el buen uso de su estética.

(1) Eticidad en este caso puede ser análogo al concepto de “espiritualidad” moderno o técnicamente a la Volksgeist alemana (trad. Espíritu de un pueblo). Véase “El espíritu de las leyes” de Montesquieu o “La filosofía del derecho” de G. W. F. Hegel.

(2) El término originalmente es atribuido al filósofo alemán Walter Benjamín en su obra “La obra de arte en la época de su reproductividad técnica”, en un intento de crítica e identificación de los nuevos sistemas estatales, que en pocas palabras, adjuntan los procesos individualizantes, tecnológicos y estéticos adscriptos en la política contemporánea.

(3) Es considerable que la cuestión por la identidad o identificación política como un tópico puramente estético es cuestionable, pero si es admitido como fundamento de la ambigüedad representativa en las jóvenes democracias, es plausible condicionar a aquellas que no admiten el fundamento ético como a su vez uno estético conforman una maquinaria que diezma y arruina los lazos sociales, económicos y políticos.

(4) Véase por ejemplo “Estado de excepción: homo sacer II, 1” de Giorgio Agamben.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)