Dios en la mesa… de los trabajadores de Espósito

Dios en la mesa… de los trabajadores de Espósito

06 Diciembre 2016

La pregunta por la existencia de Dios, en mi caso personal, viene asociada a la historia de la Iglesia Católica como institución, a una valoración negativa de sus intervenciones en la vida política nacional y del papel que ha jugado a lo largo de la historia universal. A mi agnosticismo (no sé realmente si dios existe o no - guardo para mí tanto el beneficio como el dolor que me otorga esa duda -) le sumo, entonces, el desprecio lógico que me causó enterarme qué era lo que hacían quienes “llevaban la palabra de Dios” a los campos de desaparición, tortura y muerte, a los lugares más abyectos, aciagos y desalmados que nacieron en la noche (el mejor lugar para los ejércitos) de las entrañas podridas de una Argentina oscura y mortífera. Los pontífices de la muerte bendecían la tortura, sin que los cables que alimentan a su alma negra se desconecten, sin que su decidido pulso temblara, en absoluto. No hay en esa iglesia del oro, el poder y la muerte, nada que pueda seducirme, nada tengo que hacer allí.

Pero lo que esa tarde ocurrió en Sarandí fue diferente. Walter Benjamín ha sabido escribir algunos pasajes que ilustran las maneras en las que, para él, el mesías aparece, por las hendijas de la historia. Las formas en que se manifiesta lo sagrado, lo que nos trasciende. Me permito plantear que ese día la idea de Dios, eso que es Todo y que nos trasciende, esa idea que es una fuente inagotable de amor por lxs otrxs, la que brinda la posibilidad de la común unión, fue el espíritu del acontecimiento, aquello que representó esa misa heroica que el Padre Paco tuvo la humildad de presidir frente a la carpa de la resistencia de los trabajadores de la curtiembre Espósito, crucificados por ese “patrón del mal” innombrable, el Sr. Espósito.

Fue Paco quien en su sermón nos preguntó, y se preguntó, cómo es que podían festejar ésta navidad quienes día a día, en ésta Argentina cambiada y horrible, crucifican a cientos de trabajadores y trabajadoras condenándolos al infierno del desempleo, esos “Poncio Pilatos” de hoy, que no saben más que pensar en un país para pocos.

Asistimos, sin saberlo previamente, a una celebración de la lucha de lxs humildes, de las y los despojados de la historia, a un homenaje sublime a la resistencia. Y en ese momento exacto en que la palabra se hizo verdad, porque se vivía como se hablaba y se hablaba como se vivía, con el cuerpo marcado por el discurso, recordando a Jesús, que dio su vida para proteger y defender a otros (porque derrota no es perder una batalla, sino no haber vivido para dejar una dimensión ética ejemplar como legado), apareció en mi la posibilidad de pensar la idea de Dios en una relación con nosotros mismos diferente. Penetrar en lo sagrado desde otro lugar, hacerle el lugar a un dios. La palabra del Padre Paco así lo hizo posible.

Entonamos las estrofas de algunas canciones populares que trataron de soplar con el viento un mensaje de defensa de una perspectiva que hoy es difícil de encontrar en quienes piensan (las derrotas políticas logran que confundamos algunos desencantos con la verdad y algunas posiciones discursivas salen de la escena, hasta que, en algún momento, se produce su retorno, a pesar de las bombas, de los fusilamientos, de los muertos, las muertas y los desaparecidos y desaparecidas con los se han manchado de sangre las páginas de nuestra historia reciente).

La vida reclama, decía una Teresa Parodi vigente en sus estrofas, tanto como un Víctor Heredia que nos venía a recordar, en un momento poderosamente luminoso que: “Patria es memoria y sueño bajo la piel”. Un santuario que ocupaba la mesa central de un altar improvisado, con estampitas oxidadas y amarillas de Mugica, que alberga, resguarda y protege a la Virgen de Luján, con Milagro Sala y el pedido “por una navidad sin presxs políticxs” y Francisco quien parece, viene, aunque sea simbólicamente (a pesar de sus posibles contradicciones) a suturar estas tendencias al interior de un cristianismo también posible en medio de una institución que ha sabido dar lugar a personajes siniestros y expulsar o relegar a los héroes y las heroínas de un pueblo siempre castigado con dolorosas perdidas y ausencias.

Mientras lo escuchamos hablar algunos nos calzamos los lentes (buscamos disimular las lágrimas). Lo que está pasando nos provoca una emoción indescriptible. Primero nos sentimos solos, hasta que alzamos la vista y vemos que alrededor nuestro todos estamos atrapados por los mismos sentimientos, un gran impacto se apodera de nuestros corazones. Es evidente que Paco sabe tensar las cuerdas de nuestra alma en el tono justo.

Paco continúa. Nos cuenta que el Sr. Espósito intentó invitarlo a comer, tentarlo, tal vez, con los oropeles de las falsas riquezas. Nos cuenta que rechazó la oferta y que tiene una nueva para hacerle al responsable de los despidos en la curtiembre: “Ojalá que para Navidad ya no esté esta carpa aquí, pero sino, lo invito a que venga, el 24 a la noche, al Sr. Esposito, a comer aquí con nosotros, a pasar la noche ¿qué mejor que pasar la navidad, el nacimiento de Cristo, con quienes más lo necesitan?”

¿Cómo se atreve a citar, un cura que lleva en su sotana las imágenes de Carlos Mujica, los versos malditos de Atahualpa que nos hablan de un dios que solo se sienta a la mesa de los patrones? ¿Cómo es posible que se permita leernos una biblia que habla de los ricos que viven a costa de los pobres? ¿Es que entonces existe un evangelio según el hijo (ese que nunca nos leyeron) que puede sostener un discurso de éstas características? Nunca me fue cómoda esa idea, siempre soberbia, del ateo nietzscheano que se jacta de su falta de fe, constituyendo el reverso de un cristianismo ciego, negador de dios y de lo sagrado porque sí. Personaje que hace de la negación de la existencia de dios un valor en sí mismo. Fue Lacan quién terminó de enseñarme que no hay mayor creyente que un ateo, ¿Quién puede afirmar, basándose en qué prueba, la no existencia de Dios? Vale la misma pregunta para la afirmación de su existencia, desde luego. Pero, también hay que decirlo (y a esta verdad, que es al menos una y no toda la verdad, la aprendí haciendo análisis) sin creencia no hay acto. Aun en el más sofisticado argumento metodológico y fríamente científico que soporta a una acción hay poderosos movimientos de fe sosteniéndolo, ¡Qué horrible sería vivir sin creer!

El valor de lo místico resurge y con él todos los olvidados y olvidadas de la historia. Los vencidos y las vencidas reaparecen. Se repiten los personajes históricos, pero hoy tienen otros nombres, otros rostros. Carlos hoy se llama Paco, y sus versos adquieren la fuerza del día en que fueron escritos para rezar por quienes nadie reza. La austeridad y la sencillez como valores cristianos, que se llevan en el cuerpo, vuelven, retornan. El despojo de los bienes suntuarios, el lujo como pecado avaro y la denuncia del “estado de las cosas”, son solo algunos de los factores que reaparecen y componen esta manera de habitar una religión, una manera que parecía ya sólo posible en las descripciones historiográfica algo románticas de pasados a los que ya no nos era posible volver. Ocurre que el enemigo, tal vez, puede hacer emerger lo mejor de nuestras tradiciones perdidas bajo la pólvora y la sangre.

Lo que vuelve, sin lugar a dudas es el salto, lo que en última instancia, es creencia en nuestra práctica diaria. Una apuesta es sin garantías porque, ¿qué o quién garantiza que vamos a volver? ¿Quién conoce el dato del mañana que nos asegura que tendremos éxito, que podremos lograr el objetivo? Desde luego nada ni nadie lo garantizan, toda apuesta es un salto y ese salto es la fe, la poderosa efectividad de la creencia que opera en nosotros y que nos empuja a actuar porque, ¿quién dijo que la sola idea de Dios anula la idea de que son los hombres y las mujeres quienes, actuando, transforman la historia cambiando las circunstancias? Quien lo dijo se equivocaba, y hoy nos sorprendemos a nosotros mismos, comulgando, compartiendo ésta común unión con los obrero de la curtiembre, los despedidos, los negados, los excluidos de la producción y del trabajo, el saldo horrible de un cambio siniestro, rezando por que en esta navidad no haya presos políticos ni trabajadores sin su fuente de sustento, sin la posibilidad de acercarle un pan dulce en la mesa navideña a sus familias. Con Paco rezamos o convocamos a la creencia que opera en nosotros, que hace efectivas nuestras acciones, con la poderosa fuerza de la creencia y la voluntad de la transformación. Nos unimos, tomándonos de las manos, para redescubrirnos como compañeros, como aquellos que están cuando otros y otras se van, como los que te dan una mano cuando estás por caer porque saben que cuando les toque caer, el otro extenderá su mano para evitar el desastre. La patria sigue siendo el otro.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)