3 de febrero de 1876: termina la Guerra del Paraguay

3 de febrero de 1876: termina la Guerra del Paraguay

03 Febrero 2012

Se cumplen 136 años del final de la Guerra del Paraguay. Como una continuación de nuestro especial, publicamos el final del clásico libro de José María Rosa La guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas. Una nueva oportunidad para repensar el genocidio del que fuimos partícipes, y los derechos sobre los terrenos que le quitamos al país hermano a raíz del “triunfo”.    

Bernardo de Irigoyen

El presidente Avellaneda había vencido las dificultades para hacer a Bernardo de Irigoyen ministro de Relaciones Exteriores. El 2 de agosto de 1895, ocupó éste la cancillería; en octubre se siente una benéfica influencia argentina en Asunción: el presidente Gill parece emanciparse de Leal (Virrey en Asunción) y designa a un ministerio que no le ha sido sugerido desde la legación brasileña (Urdapilleta en Interior y Saguier en Hacienda). El estupor de Leal fue enorme y planeó la consabida revolución para arrojar del poder al “hombre del Brasil”, que cambiaba de rumbo.     

¿Qué ocurría? No era solo que en la Cancillería argentina había una mano más firme que las anteriores; era que el Brasil de 1876 no era el mismo de dos años atrás. Irineo Evangelista de Sauza, el poderoso visconde Mauá, había debido cerrar su banca y una difícil crisis –que presagiaba el fin de la grandeza imperial. Agitaba a Brasil; los republicanos y abolicionistas se multiplicaban y la gran riqueza de los cafetales –falta de brazos porque no había podido reponerse a los negros llevados a morir en los esteros paraguayos- pierde el monopolio mundial que hasta entonces mantenía. Tampoco está Río Branco en la jefatura del gabinete. Es cierto que Caixas es un héroe, pero a veces los héroes no sirven para dirigir la política.

Por su parte la situación de la Argentina se mejoraba. La derrota del mitrismo en La Verde y Santa Rosa había sido completa, y los años que corrieron entre 1874 y 1876 fueron de florecimiento financiero y económico (que terminaron en la inevitable crisis de 1877)). En la Cancillería se sentaba Bernardo de Irigoyen, que de todos los diplomáticos que tuvimos en esos tiempos fue quién más sentido común y mayor visión a distancia. No es un elogio, porque los demás fueron muy pequeños.

Irigoyen se entendió con el presidente Gill por medio de Adeodato Gondra, radicado en Asunción donde estaba establecido y vinculado familiarmente. Gondra no ocupaba ningún cargo diplomático, pero junto con el cónsul Sinforiano Alcorta, valía más que nuestros diplomáticos designados allí, a la espera de un traslado a Europa. Gondra promete a Gill en nombre de Irigoyen, apoyarlo contra las fuerzas de ocupación brasileñas y mantenerlo contra la consabida revolución de los “milicos” armados por los comandantes imperiales.

Negocia calladamente el tratado definitivo de paz. Irigoyen esta de acuerdo en renunciar al norte del Pilcomayo; pero se mantiene el problema de Villa Occidental. El ministro argentino no puede renunciarla sin ponerse en contra el patrioterismo de patria chica del gabinete de Avellaneda, y tampoco puede, en plena justicia, reclamarla. Se llega a una solución: el límite sería el Pilcomayo, pero la zona de Villa Occidental se sometería al arbitraje del presidente de los Estados Unidos.

Era lo mismo que dársela a Paraguay porque la Argentina no podía exhibir ningún título a ella, mientras los paraguayos los tenían sobrados. Eran los únicos títulos que tenían, desde que los brasileños saquearon sus archivos y se llevaron todo, menos los derechos paraguayos a la zona que el tratado de la Triple Alianza daba a los argentinos. Además estaba -¡documento precioso!- la carta de Mitre a Tejedor de 1872, que éste publicara, donde aquél decía que la Argentina no tenía ningún derecho a Villa Occidental.

Felipe Pereyra Leal

Felipe Pereyra Leal, el ministro brasileño en Asunción, era un veterano de la diplomacia imperial. Suegro de Rufino de Elizalde, había estado en Asunción en tiempos de Carlos Antonio López y su proceder violento le obligó a salir rápidamente del Paraguay. Porque no era un político suave e insinuador como la mayoría de los brasileños, sino de procederes firmes y enérgicos; no se parecía a Río Branco, sino a Honorio Hermeto Carneiro Leao, el marqués de Paraná de los tiempos de Rosas. Itamaraty lo empleaba en los sitios donde se precisaba gritar fuerte (Asunción en tiempos de don Carlos, Buenos Aires en tiempos de Mitre, y ahora nuevamente Asunción), cuando no daba resultado la clásica diplomacia amable y sonriente de los hombres del Imperio.

Es que Cotegipe estaba ya convencido que era inútil proceder de otra manera en Asunción. No había brasileñistas sinceros (ni tampoco argentinistas agregaré). Por eso fue Leal a dar sus consabidos gritos a Asunción. Mandó a Facundo Machain, ministro de relaciones exteriores, a “recibir ordenes” a Río de Janeiro, embarcándolo el 22 de junio de 1875 en la cañonera brasileña Cronnot, acompañándolo hasta el puerto. Esperaba hacer cumplir lo que no hizo Sosa. Fue el último acto de prepotencia brasileña. Machain no quiso quedarse en Río de Janeiro e irá a Buenos Aires a tratar el limite definitivo con Irigoyen, como lo había negociado reservadamente.

Leal quedó, naturalmente, muy molesto. No había más remedio que hacerle una revolución a Gill y a Machain. No porque tuviese la esperanza de cambiarlos por personas más consecuentes, sino para castigar la “media vuelta” que habían tenido la osadía de hacer.

Todo estaba en quien hiciera más rápido las cosas. Irigoyen el tratado o Leal, ayudado por Gondim que para eso estaba en Montevideo, la revolución. Quiso traer 500 hombres del Matto Grosso para reforzar las fuerzas de ocupación, pero Irigoyen, suave y firmemente, le notificó que una intervención del ejercito brasileño en asuntos internos paraguayos obligaría también a intervenir al ejercito argentino de Villa Occidental.

La revolución fomentada por Leal tenía que preparase con rapidez. Corría el dinero y se daban subrepticiamente las armas; pero no se encontraban fácilmente los guerreros. No obstante en diciembre estalló. Se enteró Irigoyen que Gondim, que esta en Montevideo, se embarcaría en una cañonera con armas para los revolucionarios, no podía detenerlo porque el Paraná era internacional, e inútilmente le pidió una conferencia en Buenos Aires para demorarlo. Gondim se negó y la cañonera siguió viaje a Asunción. Pero el práctico del río (conjeturablemente al servicio de Irigoyen) la varará entre Paraná y La Paz. Tres días estuvo allí el brasileño, pero fueron suficientes. Cuando zafó, la revolución había sido dominaba y sus principales cabecillas estaban presos.

Tratado Irigoyen – Machain (3 de febrero de 1876)

Consolidado el gobierno, Irigoyen concluyó con Machain el tratado. De acuerdo con lo convenido por los mediadores (Rocha y Gondra) fijó como límite el Pilcomayo y sometió a arbitraje una franja hasta Villa Occidental, Y además que se retirasen los brasileños. Estos, en difíciles condiciones internas, debieron ceder: no quedaban totalmente derrotados pues la cláusula sobre el arbitraje serviría para mantener recelos entre argentinos y paraguayos y además demostraría el ningún derecho argentino al norte del Pilcomayo.

Pero la cláusula hubo que ponerla para acallar la prensa porteña. El presidente de estados Unidos, Rutherfold Hayes, fue el árbitro elegido. Los paraguayos produjeron toda la documentación para demostrar su mejor derecho al Chaco Boreal; los argentinos –como se descartaba- no produjeron nada. El fallo no era dudoso y en 1878, Hayes sentenció devolviendo Villa Occidental a Paraguay; que desde entonces, y en su reconocimiento, se llamaría Villa Hayes.

Conforme al tratado Irigoyen-Machain los brasileños desocuparon Asunción el 22 de junio de 1876.

Y así terminó la historia.  


           

La guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas,
José María Rosa,
A. Peña Lillo Editor, 1964.