Cómplices del horror

  • Imagen

Cómplices del horror

15 Abril 2016

“La regresión y el empeoramiento no se aceptan. Se viven, a lo sumo, con indignación o con rabia; indignación y rabia que en este caso concreto son, contra lo que parece, profundamente racionales. Hay que tener la fuerza de la crítica total, del rechazo, de la denuncia desesperada (…) Quien acepta con realismo una transformación que es regresión y degradación quiere decir que no ama a quien sufre tal regresión y degradación, o sea, a las personas de carne y hueso que le rodean”.
Pier Paolo Pasolini. Catas Luteranas. 1975

Cuando Pasolini en el 75’ le escribía a su (fantaseado) discípulo Gennariello acerca de la potencia política del “sentir” no hablaba, de ningún modo, de fanatismos extremistas o explosiones irracionales, sino que podía, con su agudeza característica, concebir juntos el sentir y el pensar. Entendía que estos términos no se excluyen mutuamente y que expresar su indignación y su rabia era también una forma de comprometerse y responsabilizarse sobre el estado de cosas de su tiempo.

En este, nuestro tiempo, esta clase de sentimientos se ha convertido en el objeto de un repudio permanente y sintomático. Cualquier expresión de disconformidad con las medidas del actual gobierno se vuelve excusa para calificar al discurso opositor de extremista, fanático y pasado de moda. Las posiciones anti-sentimentalistas oscilan entre una versión condescendiente que desacredita la expresión de disconformidad por considerarla romántica e idealista; y una versión paranoica que sostiene que semejantes postulados (críticos al macrismo) constituyen inmediatamente una amenaza fundamentalista y deben ser sofocados antes de que desemboquen en hechos de violencia.

Lo llamativo de ambas posiciones (ya sea por subestimación, ya sea por sobreestimación de una posición contraria al gobierno) es la descalificación del otro como sujeto político. Mientras el discurso oficial enarbola la bandera del diálogo y el consenso, el intercambio cotidiano se vuelve de lo más hostil en tanto se homologa al fanatismo el hecho de tener una posición política. En efecto, y parafraseando a Jaques Ranciere (en Sobre Políticas Estéticas, 2005) lo estrictamente político es el disenso y no lo contrario. Si efectivamente estuviéramos todos de acuerdo no habría necesidad de la política en primer término.

Es justo aquí donde la cuestión se vuelve alarmante: ¿será que bajo ciertos regímenes, incluso llamados democráticos, no hay necesidad de la política porque las decisiones están tomadas de antemano? Puesto que la sensación que con gran inteligencia (especialmente mediática) se ha logrado instaurar es la de que la política hoy sobra. Incluso constituye un exceso vergonzante. Parece que el axioma de que el presidente fue “legítimamente elegido por el pueblo” anula cualquier discusión posterior con respecto a sus políticas de gobierno ; y que cualquier denuncia o expresión de disconformidad es automáticamente “no dejarlo gobernar”. Si de gobernar se trata, las críticas al macrismo van justamente en sentido contrario. Quienes nos constituimos en oposición no sólo lo dejamos gobernar sino que le rogamos que gobierne, eso sí, dado que el Pueblo es quien lo ha elegido, por favor, entiéndase que “gobernar” es gobernar para el Pueblo. De no hacerlo así, las críticas a su gestión y la acción popular organizada no sólo deben ser permitidas sino que deben ser exigidas por el propio Pueblo que está siendo traicionado.

Como dice Pasolini “No es cierto que ‘a pesar de todo se vaya hacia adelante’. Muy a menudo tanto el individuo como la sociedad van hacia atrás o empeoran. Y en este caso la transformación ‘no debe’ ser aceptada; la ‘aceptación realista’ es en realidad una maniobra culpable para tranquilizar la propia conciencia y seguir adelante”. (Cartas Luteranas, 1975)

¿Será que la vergüenza y hasta la obscenidad que representa para muchos el hecho de que se asuma una posición política es una especie de desplazamiento de la propia culpa sobre quien detenta esta posición? ¿O será que es más complaciente acusar de fanático a quién denuncia los atropellos del macrismo que asumir la responsabilidad de haberlo votado?

Como sea, es hora de aclarar el malentendido: tener una posición política no es ser irracional, más bien es todo lo contrario. No se es más civilizado por no sentir indignación ante la injusticia y la violación de los derechos. No se es más civilizado por no sentir rabia ante la traición a la patria. Y si eso es ser más civilizado, entonces tendremos que recordarnos una y otra vez la terrible imagen de Nietzsche, quien compara “la civilización en su esplendor con un vencedor cubierto de sangre que arrastra a sus vencidos, convertidos en esclavos, encadenados al carro de su triunfo”. (Fragmentos Póstumos, 1885/87)

Sepamos, compatriotas, que ver pasar este carro y permanecer inmóviles, eso sí que es tener una posición política, de todas la peor: la de cómplices del horror.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos para un instante de peligro. Selección y producción de textos Negra Mala Testa y La bola sin Manija. Para la APU. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)