Cannabis medicinal: cómo mejorar la calidad de vida en pacientes con enfermedades crónicas

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Cannabis medicinal: cómo mejorar la calidad de vida en pacientes con enfermedades crónicas

10 Abril 2015

Por Rocío Cereijo

La Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de la Plata realizará ensayos clínicos con marihuana para aplicarlo como tratamiento alternativo en el uso de la medicina del dolor en pacientes con enfermedades crónicas. La iniciativa surgió a partir de la investigación del profesor Marcelo Morante, quien sostiene que en los últimos 30 años se desarrollaron investigaciones científicas respecto a la medicina cannábica. “Es una de las drogas más investigadas y utilizadas en la historia de la medicina. De reciente no tiene nada. Quizá muchas más evidencias científicas que de otras moléculas que los médicos aprobamos, que tienen mucho más apoyo de las empresas farmacológicas”. En diálogo con la AGENCIA PACO URONDO, Morante habló de su experiencia en Canadá con el especialista en medicina del dolor del Hospital General de Montreal, Mark Ware y de los objetivos de la investigación local.

APU: ¿Cómo comenzó a interesarle el uso terapéutico del cannabis?

Marcelo Morante: Todo surgió por una motivación personal: la enfermedad de mi hermana. La creación de AIMED (Área de Investigación en Medicina del Dolor) me hizo pensar en cuáles serían las moléculas nuevas; porque cuando uno habla de investigación en la Facultad (de Medicina de la UNLP), lo tradicional ya está analizado sobre lo nuevo. Aparecía una posibilidad de estudiar estas moléculas y, puntualmente coincidían con una búsqueda que había hecho a partir de que mi hermana tiene convulsiones refractarias. Además, mi mamá había tenido un tumor en el cerebro; así que coincidentemente, tanto para el tumor de cerebro como para las convulsiones refractarias, había una molécula que aparecía en todos los artículos: el cannabis medicinal. Con la angustia que me habían generado las historias de mi hermana y de mi mamá, opté por ir a otro idioma, a otra comunidad científica. Gracias a que soy profesor de la Facultad de Medicina, pude contactarme con Mark Ware, que es un profesor de Canadá, que había escrito mucho sobre eficacia y seguridad de los cannabinoides en uso medicinal. Lo contacté por el caso de mi hermana, para que me diera las pautas de cómo había avanzado el proyecto allá.

APU: ¿Con el fin de imitarlos aquí?

MM: Claro. Me comentó que en 1999 habían recibido la orden del Ministerio de Salud de darle curso a la investigación de la medicina cannábica. En el 2001 empieza la primera legislación, la MMAR (Marihuana Medical Access Regulations), donde los pacientes oncológicos con una sobrevida que se estimaba no mayor a dos años, podían tratarse con este tipo de medicina para el dolor, principalmente, y se les permitía el autocultivo. Buscaron una cepa holandesa, una planta estandarizada; porque una de las dificultades que tenemos en este tipo de medicina es ésa: encontrar una proporción fija entre THC (tetrahidrocannabinol) y CBD (cannabidiol). A los pacientes les daban esas semillas de esa cepa para que pudieran hacer su propio cultivo. Tuvieron algunas dificultades y esa regulación del 2001 se modificó, mientras yo estaba allá, en 2014. Comenzó a llamarse MMPR (Marihuana for Medical Purposes Regulations) donde, si bien las reglas siguen siendo similares, no se permite más el autocultivo; no hay intermediarios, solamente hay empresas licenciadas por el Estado, que producen esa cepa purificada, controlada.

APU: ¿Con qué enfermedades se utilizó o utiliza?

MM: En 2001 se trataba solamente el dolor oncológico. Pero como había más patologías que podrían ser potencialmente tratables con la medicina cannábica se empezó a tratar la Esclerosis Múltiple, la Caquexia, el SIDA, Epilepsia Refractaria, Migrañas... al día de hoy cada vez hay más. Porque fueron descubriendo que sería un buen complemento para las enfermedades crónicas que, básicamente modifican el humor, el sueño, el apetito y el dolor. Entonces, eso que tienen en común esas enfermedades crónicas, podría ser tratado con esta medicina que impactaría sobre un sistema propio: el Endocanabinoide que, a nivel cerebral, tiene esas funciones controladas. O sea que, si tenés un sistema de receptores que controlan estas funciones y tenés una sustancia de afuera que puede modificar esas funciones, podría ser una buena estrategia terapéutica.

APU: ¿Qué impacto tuvo en los pacientes las investigaciones canadienses?

MM: Mark Ware en 2004, en Canadá, la aplicó en el dolor no oncológico poniendo una dosis de la forma herbácea que no tuviese más de un 12.5 % de THC y la comparó con la medicina habitual para el dolor: Pregabalina, Morfina, etcétera. Entonces, a un año de evaluación de estos pacientes, ve que la toxicidad había sido más o menos la misma. Es decir, no era mucho más tóxica en términos de efectos cardiovasculares, cardiorrespiratorios, hepáticos y cognitivos.  En cambio si vieron que, cuando analizaban calidad de vida, era mucho mejor para los pacientes que habían consumido cannabis. En la Facultad de Medicina queremos replicar esto, con los pacientes diabéticos  con neuropatía.

APU: ¿Cuáles son los modos de consumo?

MM: Son cuatro. La que más que impactó es la forma del vulcano, que es por aerosol, de forma vaporizada.  Es un aparato que le da temperatura a la hierba, que la vuelve activa, va a un recipiente como si fuera una aerocámara y el paciente inhala; o sea que está libre de gases tóxicos de combustión. Después hay comprimidos sintéticos de Marinol y de Nabilone o Cesamet. Por último está el Sativex, que es un aerosol sublingual. Si uno tiene que comparar, con respecto a lo que vi en Canadá de esas formas de utilización, la hierba (vaporizada) sigue teniendo grandes diferencias con respecto a la eficacia, porque se le atribuye una serie de efectos de componentes sinérgicos. Es decir, la planta tiene distintos constituyentes que cuando los sumás generás un beneficio mayor que el sintético, más puro. A eso apuntan los estudios canadienses: a buscar la mejor variedad según la patología. No usan aceites o tinturas, sino estas formas. En Estados Unidos apareció una nueva forma que es rica para la epilepsia, el Epidiolex, que tiene solamente CBD.

APU: ¿Cuál es la diferencia entre el THC (tetrahidrocannabinol) y el CBD (cannabidiol)?

MM: La planta siempre tiene una parte más psicoactiva que es el THC, que si bien es más potente como analgésico, también es más potente para producir efectos adversos como la psicoactividad: cambio en la conducta, cambio en la percepción temporal y espacial. El CBD actuaría como neutralizador de esa parte psicoactiva. Los canadienses apuntan a encontrar una proporción de psicoactividad a partir del THC y de no psicoactividad a partir del CBD; buscaban distintos porcentajes. Por ejemplo, había cinco variedades con distintos porcentajes de CBD y THC y se fijaban cómo impactaba cada cepa en cada una de las patologías. entonces, si buscaban para el dolor agudo, usaban cepas muy ricas en THC; si buscaban para la artritis reumatoidea, usaban una cepa más rica en CBD, vía oral, el Marinol. Analgesia: THC; Inmunomodulación: CBD. Entre medio quedan muchas patologías, entonces hay que ir buscando una modulación.

APU: Lo que implicaría un compromiso más profundo con el paciente.

MM: Si hacemos un análisis serio, estoy convencido de que nos va a obligar a los médicos y a los docentes a establecer una relación distinta con el alumno, con el paciente. Creo que es una herramienta que viene a replantearnos cosas. Nos viene a replantear que tenemos enfrente a un enemigo: las enfermedades crónicas y el sufrimiento. Tenemos que dejar de ser prejuiciosos. Los profesores tenemos que aprender que esta etapa la vamos a aprender desde otro lugar: escuchando a nuestros pacientes, con la humildad que corresponde. Yo tenía un jefe que decía: “Si querés saber lo que le pasa a un paciente, preguntale a él”; y es contundente esa frase. Esta molécula exige otro trato: un compromiso entre el médico y el paciente.