Ciencia y Relato: las críticas por izquierda
Por Leandro Andrini
En este último tiempo se ha producido un fenómeno enunciativo–comunicacional interesante de ser analizado–debatido: algunos destacados representantes de la izquierda tradicional, la nueva izquierda y el progresismo en sus variantes socialdemócratas realizan enunciaciones discursivas, las que pretenden ligar a sus principios político–ideológicos, en publicaciones periódicas como La Nación o Perfil.
¿A qué sujeto político se “le habla” desde esa enunciación y ese lugar de enunciación? ¿Qué políticas construyen (o deconstruyen) sus “críticas” en medios que no responden –en principios- a sus programas políticos? ¿Qué debates son posibles de darse–realizarse cuando se leen detenidamente las opiniones que le suceden, por ejemplo, al artículo de Sabato al que nos referiremos? ¿Qué sociabilización de la palabra articulan en los lugares de enunciación por antonomasia de las “elites dominantes”?
No debemos desentendernos de pensar a los medios comunicacionales a la vez como medios de representación, y como tales representan intereses (diversificados) que responden a diferentes considerandos político–ideológicos. Esta lógica –si bien no permite explicar en su completitud- permite entender el enclave discursivo de Hilda Sabato: “en la introducción, al presentar la creación del organismo en continuidad con las políticas del primer peronismo, se soslaya un dato clave: tanto el Conicet como el INTI y el INTA se fundaron en tiempos del gobierno de facto de Pedro E. Aramburu”. La enunciación se liga, indefectiblemente, a los intereses que históricamente ha representado la centenaria “tribuna de doctrina”. Este acto de mención privilegiada de un nombre por sobre otro une, hibridiza, configura ciertos patrones ideológicos (reconocibles en lo que han sido sus prácticas de exclusión del campo de lo político por el centenario diario de ese fenómeno llamado peronismo). Nótese, también, la benevolencia enunciativa “el gobierno de facto”, no el gobierno dictatorial o la dictadura del General Pedro E. Aramburu.
Por otro lado, es extraño que una historiadora conlleve a razonamientos tales como la generación espontánea –aunque más no sea en una nota de opinión-, y que aparezca representado el surgimiento de instituciones netamente circunscrito a una fecha, o dicho de otra manera, exprese cierta negación sobre los complicados lazos, en continuidades y rupturas, que hacen que una “creación institucional” no sea otra cosa que el acontecimiento visible de un proceso siempre intrincadamente político, y de múltiples aspectos de disputas y consensos.
Un elemental cálculo ubica la creación, al festejarse el 55° aniversario del CONICET (2013 – 55 = 1958, febrero, Decreto Ley número 1291), en el gobierno del dictador promotor de fusilamientos de militantes peronistas y proscriptor de la participación política de mayorías y no en el del derrocado presidente, elegido democráticamente por el voto popular, Juan Domingo Perón. Cabe revalorizar el apotegma sintético de John W. Cooke: “el peronismo es el hecho maldito del país burgués”. Sigue siéndolo. Sigue callándose lo que su obra política tuvo de innovador, y sólo se destacan con declarado énfasis –incluso en la distorsión forzada- aquellos rasgos distintivamente negativos.
En la historia institucional del CONICET, es la primera vez que se reivindica la planificación en ciencia y técnica sostenida por el gobierno de Perón, como Enrique Oliva lo reclamó durante su larga vida militante. Sergio Scalise y Claudio Iriarte lo resumen de esta manera: “se trata de la primera experiencia de planeamiento de estructuras científicas y tecnológicas del Estado argentino”, en referencia a la política del gobierno peronista. Llega al punto de causar desaliento que una historiadora, desde su posición de analista de un spot, reivindique –por omisión- el ostracismo al que sistemáticamente se someten los estudios de una época (evocar a Aramburu también equivale a retrotraernos a lo que no se puede nombrar, lo que no se puede decir, lo que no se puede hacer, lo que políticamente no se puede ser, haciendo valer de facto y en acto el decreto 4161 al cuestionarse, impugnando veladamente, que se nombre al gobierno peronista como el primer impulsor de políticas públicas en ciencia y técnica en un spot institucional de CONICET).
Esto conduce al límite o borde de ignorar toda una etapa (una condición distintiva de la negación), “desconociendo” hechos y más que ello “desconociendo” los documentos existentes: por caso el decreto 9695 (17 de mayo de 1951). La misma persona que sostiene que se “que ofrece una visión distorsionada del pasado del Conicet”, para salvar la visión del “pasado del Conicet” tensa toda posibilidad de interpretación de un pasado sociopolítico más general y complejo que, al soslayarlo, lo distorsiona.