Preferiría hacerlo: notas sobre La organización permanente de Damián Selci

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Preferiría hacerlo: notas sobre La organización permanente de Damián Selci

21 Diciembre 2020

Por Malena Nijensohn | Foto: Manuel Fernández

Hubo una vez, hace más de dos siglos, un hombre frenético que en la claridad del mediodía corrió al mercado para anunciar la muerte de Dios: no su inexistencia ni su carácter ilusorio, sino el hecho de que este había sido asesinado. Allí estaban reunidos los hombres que no creían en Dios y, al oír esto, lanzaron una carcajada, incapaces de comprender lo que ellos mismos habían producido. Se reían, estos intelectuales depresivos, a distancia crítica del acontecimiento que signaría los siglos venideros y ante el cual se mostrarían incapaces de dar respuesta.

Con La organización permanente de Damián Selci estamos ante un hombre frenético que no necesita correr a ningún lado, pues ya está ahí, poniendo el cuerpo, en medio del Pueblo. El libro también trae consigo un anuncio: que en la época de la Insustancia y de su ethos posestructuralista (la muerte de Dios), si no queremos caer en la inacción, el nihilismo o, peor, el relativismo, algún nuevo sentido para la emancipación puede –y acaso debe– formularse. Y, anticipemos la tesis principal del libro: ese sentido está inscripto en el campo discursivo de la militancia.

Si el proyecto posmarxista de Ernesto Laclau era, en sus propias palabras, “hacer la política nuevamente pensable”, es decir, traerla al primer plano, concebirla como no derivada de ninguna instancia anterior, podríamos decir que el proyecto posposmarxista de Selci consiste en hacer la militancia nuevamente pensable. La razón populista piensa lo impensable del marxismo y La organización permanente piensa lo impensable del populismo.

Así, este libro desafía las coordenadas del pensamiento político contemporáneo, que se encuentra atrapado en las precauciones metodológicas posestructuralistas (1. no hay esencias, 2. no hay purezas, 3. no hay sujetxs predestinadxs a hacer al revolución y 4. no hay un télos que signe el paso el tiempo) y es por tanto incapaz de formular algún proyecto transformador. La organización permanente viene a proponernos un sueño, un objetivo utópico acorde y a la altura de los estándares teóricos del ethos posestructuralista. Porque ¿por qué no hacerlo? ¿Por qué no recrear una posibilidad para una vida de izquierda? ¿Por qué no desafiar la derrota sin guerra de los horizontes revolucionarios y la victoria de la vida de derecha como única vida posible (tesis invocadas por Silvia Schwarzböck en Los espantos, libro que por cierto da inicio a la colección Cuarenta Ríos)? La organización permanente así como Teoría de la militancia de Damián Selci son, si se quiere, una insistencia: darle algún sentido a una vida que ya no tiene sentido, a una vida que se está pudriendo junto con el capitalismo y las personas.

Los dos riesgos que La organización permanente se propone conjurar son la tan mentada tarea intelectual de la crítica, incapaz de ir más allá de unas descripciones aterradoras del capitalismo actual y de unas imaginaciones sobre futuros aún peores, y el reformismo sin proyecto o cuyo proyecto consiste paradójicamente en alejarse del horizonte. Ambas son, a su manera, deudoras del gran problema que nos legó el posestructuralismo: la incapacidad de dar respuesta a la pregunta Qué hacer una vez eliminado el fundamento. La muerte de Dios nos deja ante un abismo que debe ser saltado, si no queremos caer continuamente a través de una nada infinita.

La apuesta de Selci es osada, acaso un gran delirio (como toda gran genialidad) y consiste en poner a la militancia en el lugar de Dios, dando un último golpe de martillo al nudo onto teológico de inocencia originaria + culpa mundana. Lo que hasta ahora el posestructuralismo no había podido terminar de aniquilar es la Inocencia propia de la Sustancia. Y será la militancia, en la pluma de Selci, quien logre desentrañar hasta las últimas consecuencias la crisis teórica del presente.

Porque aquí la militancia no es ni culpable ni inocente: está –como todxs– arrojada en el abismo, totalmente expuesta. Y aun así o precisamente por ello se pondrá en el lugar de dar repuesta. Podría no hacerlo, pero lo hace porque, a diferencia de Bartleby, la militancia selciana preferiría hacerlo. Ella no es inocente ni culpable, esas categorías ya no rigen la época de la Insustancia: es responsable. Dado que no hay un autor de los hechos, pues Dios ha muerto, la militancia asumirá el lugar del Creador para que los efectos sean computados a su cuenta. Así, gana jurisdicción sobre esos hechos y adquiere –acaso performativamente– el poder que requiere para transformar la realidad (que, pronto lo veremos, consistirá en transformarse a uno mismo, en convertirse en militante, en asumir responsabilidad absoluta con facultades limitadas).

La verdadera vida no individual, que el posestructuralismo delinea mas no halla en ningún lado, es, para Selci, la militancia organizada, puesto que la identidad de la militancia es siempre otro militante. Su identidad está irreductiblemente contaminada por la otredad, su voluntad es otra, nada le es propio: se ha despojado de su Ego. Precisa de otra voluntad, que a su vez es otra, y otra. Y así ingresamos en el reino de la organización que es forma y contenido del programa político de nuestro tiempo. Si para el populismo la tarea consistía en una articulación hegemónica, para la militancia consistirá en la organización política: no se trata de sedimentar la contingencia del paso, sino de politizarlo –es decir, interiorizarlo, es decir, organizarlo– y, de esta manera, asumir la responsabilidad absoluta por el paso, a cada paso.

Con la militancia llega la hora más jubilosa en la que se hace carne el canto nietzscheano: “¡Amigos, no hay amigos!”, “¡Enemigos, no hay enemigos!” Una renovación integral del pensamiento político se produce en la interiorización radical del antagonismo amigo/enemigo (o Pueblo/Oligarquía, Nosotrxs/Ellxs), al no “descartar la chance de que el Enemigo no sea el otro, sino yo”. (p. 108) Nada puede naturalizarse –ni siquiera el antagonismo amigo/enemigo– pero todo puede organizarse, al dar un paso ante el impasse político, un paso de responsabilidad absoluta que lo que derrota cada vez es ese enemigo en nosotros que nos reserva el lugar de la Inocencia. Por eso, transformar la realidad tendrá que ver con transformarnos a nosotrxs mismxs, con convertirnos en militantes que asumen responsabilidad absoluta por la responsabilidad del otro.

Responsabilidad absoluta, es decir, responsabilidad por la responsabilidad del otro: esto es la ética verdadera, la política verdadera, la militancia verdadera. ¿Para qué queremos el poder, para qué “descubrirnos” recursos mediante la responsabilidad? Para lograr la responsabilidad del otro. Este propósito es perfectamente no-individual. Nadie es su propio fin, porque no hay nada propio. La militancia es desinteresada. No se responsabiliza por algún “interés objetivo”, sino por la responsabilidad del otro. Gobernar es crear militantes. La lucha política tiene lugar contra todo aquello que frene el desborde de la responsabilidad absoluta; todo lo que reduzca al otro al papel del inocente o el culpable, a lo que “sería” según la sustancialidad, según el derecho. Estamos en la Insustancia. El individuo, en realidad, es el pasado. Y la militancia vence al tiempo. (p. 116)

Habría que hacerle a este libro la pregunta fundamental que, como allí se indica, debiera hacerse a cada paso, que consiste en: cuánta gente se sumó a militar. Cuánta gente se va a sumar a militar, directa o indirectamente, como consecuencia de la publicación de esta obra maestra del pensamiento político, que es parte de la constitución de un campo intelectual generacional nuevo: un campo intelectual militante.

Foucault dijo allá lejos en el tiempo que algún día el siglo [el XX] sería deleuziano; ojalá algún día, este siglo sea militante.

*Pueden adquirir el libro La organización permanente, de Damián Selci, en:

https://www.lascuarentaeditorial.com.ar/