La muerte de Gabrielli y el “pesar” de un radicalismo que elige olvidar
Por Diego Kenis I El martes pasado, como informó Agencia Paco Urondo, falleció en Bahía Blanca a los 84 años el periodista Mario Gabrielli. En mayo, los fiscales Miguel Palazzani y José Nebbia habían solicitado la detención e indagatoria de Gabrielli y de Vicente Massot por encontrarlos partícipes del plan criminal de la última dictadura desde el diario bahiense La Nueva Provincia, que primero reclamó el golpe, luego aplaudió y exigió la profundización del aparato represivo y posteriormente se ha dedicado, hasta nuestros días, a justificar lo actuado. Pero las notas publicadas por entonces en el matutino no se limitaban a ello, sino que incluían también la estigmatización del sector de la población que sería víctima del genocidio y la distorsión de cada hecho, lo que suponía la presentación de las masacres como enfrentamientos y la reproducción de documentos e informaciones específicas que sólo podían tener como fuente al propio aparato represivo. Gabrielli era secretario de redacción del diario y el hoy director Massot uno de los copropietarios, junto a su madre Diana Julio y uno de sus hermanos, Federico.
Su muerte fue la confirmación de la impunidad biológica de que ya fueron beneficiarios muchos represores y partícipes del plan criminal de la dictadura, como el general Adel Vilas, que comandó la represión en Bahía Blanca durante 1976. Exculpado por el juez subrogante Santiago Martínez, en quien los fiscales detectaron una incomprensión del fenómeno criminal que debió evaluar, Gabrielli se encontraba al momento de su muerte a la espera de una resolución de la Cámara Federal ante la que apelaron Nebbia y Palazzani. Al declarar frente a esa misma Cámara, conformada entonces por otros magistrados, el propio Vilas ofreció en 1987 una precisa definición acerca del rol que cupo al diario en el entramado de la represión. Fue “un valioso auxiliar de la conducción”, dijo.
En su edición de ayer, La Nueva Provincia recordó a Gabrielli como “un amigo”, “un maestro” y uno de sus “más importantes secretarios generales de redacción”, pero no dedicó una línea a marcar las acusaciones que sobre él pesaban al momento de su fallecimiento. En cambio, sí puntualizó como dato saliente de su trayectoria el carácter de “corresponsal naval” que mantuvo durante la dictadura y su viaje por el mundo con la fragata Libertad de la Armada durante sesenta días de 1976.
También consignó la semblanza publicada por el diario de Massot que Gabrielli fue apadrinado por el presidente Hipólito Yrigoyen, al haber sido el séptimo hijo varón de su familia. Pocos meses faltaban por entonces para que Yrigoyen fuera derrocado por el primer golpe cívico militar de la historia nacional, que estrenaría a la picana eléctrica como método de tortura y a una prosa castrense, que cuatro décadas más tarde engrosaría La Nueva Provincia, como justificación.
Sólo tomando en cuenta con inmerecida seriedad el dato suelto, frívolo y casual del padrinazgo de Yrigoyen podrían comprenderse la actitud del diputado nacional radical Juan Pedro Tunessi, quien hoy participa “con pesar” del fallecimiento de Gabrielli en la sección de avisos fúnebres del diario junto a la Sociedad Rural local, el Instituto Nacional Browniano y el Consorcio de Gestión del Puerto de Bahía Blanca.
Una revisión más profunda sobre la historia del propio radicalismo parece ir en sentido contrario a la actitud de Tunessi, que actualiza el dolor que expresó cuando en 2009 pagó no uno sino dos avisos en recuerdo de la fallecida Diana Julio.
Veintisiete años antes, en 1982, un grupo de exiliados radicales publicó en Francia un artículo titulado “Un caso de patología. El odio contra el pueblo de un diario extremista”, desde el cual denunciaba que “La Nueva Provincia de Buenos Aires clama sangre. Su directora, Diana Julio de Massot, quien tuvo participación activa en la confección de listas de la muerte en épocas del gral. Acdel Vilas, no está satisfecha y quiere seguir jugando su papel en nuevos proyectos de represión extrema”.
“Todos los días con notable dinamismo da indicaciones a sus plumíferos de nuevos nombres que hay que denunciar como blanco de la represión. Son para ella enemigos que se han escapado del fuego purificador de la inquisición del Proceso, gente a la que hay que borrar o silenciar de alguna manera”, agregaba la nota, que marcaba también el reclamo que el diario hacía a los militares durante los primeros años de la década del ’80 para que frenen a “radicales, peronistas y otras facciones menores” en su intento de bloquear “esta etapa revitalizadora del Proceso mediante toda clase de acciones políticas”. Evidentemente, Tunessi no leyó el recorte. O prefirió darlo al cómodo olvido.
Su inasistencia a las audiencias del juicio contra represores del V Cuerpo que se desarrolló en Bahía Blanca entre 2011 y 2012 le habrá impedido, asimismo, conocer detalles sobre la persecución a que fueron sometidos durante la última dictadura algunos de sus correligionarios ante el aplauso de La Nueva Provincia que tenía a Gabrielli como jefe de los plumíferos que la nota de 1982 menciona.
En el marco del juicio, prestó testimonio Hipólito Solari Yrigoyen. Sobrino bisnieto de Leandro Alem y sobrino nieto del primer presidente derrocado por un golpe militar, Solari Yrigoyen fue electo senador nacional en 1973, sufrió la persecución de la Triple A y durante la dictadura fue secuestrado y permaneció cautivo en el Centro Clandestino de Detención (CCD) “La Escuelita” y en la Unidad 4 de Villa Floresta, en Bahía Blanca. El diario de los Massot Julio, con Gabrielli como secretario de redacción, lo caracterizaba por entonces como “subversivo”. Junto a él fue detenido-desaparecido el también radical Mario Abel Amaya. Cuando Amaya murió, como consecuencia de las torturas padecidas, La Nueva Provincia no se lamentó como hoy lamenta Tunessi el fallecimiento de Julio y Gabrielli. “Que a Amaya lo lloren los marxistas”, estampó en sus páginas.