Elecciones, por Daniel Mundo
Pasaron las PASO. ¿Ganamos o perdimos? La pregunta central de las elecciones, pues de la respuesta dependerán estrategias a seguir, y principalmente las esperanzas o resquemores a tener. Igual, la impresión es ambigua, de que una victoria en las elecciones de medio término es como una trampa, como si se compraran burbujas y se las quisiera guardar en una botella. El “modelo” no se juega en las elecciones intermedias, que funcionan más como castigo, aviso o control que como aliento y espaldarazo.
A “la oposición” siempre le insuflan bríos estas elecciones. A esta altura de los tiempos políticos se pone ansiosa por encontrar EL candidato, no importa su pelaje ni el proyecto que traiga: importa los votos que consiga, votos que se leen como “robados” al oficialismo. Pareciera que alcanzara con un par de promesas bien pronunciadas, lugres comunes de clase media y mirada franca. La cosa es que se le entienda que ESTO no continuará así encaminado. No debería circunscribirse a una sola perspectiva ideológica, tampoco: vivimos en los tiempos de la complejidad y la tolerancia; sino abrir la mayor indefinición posible. Pero “posible”, es decir, hay límites: no puede afirmar cualquier cosa. El proyecto “opositor” debe recuperar las medidas progresistas del kirchnerismo, pero anteponiéndole otro clima político, más abierto, menos confrontativo y menos autoritario. El sueño clasemediero y peronista de siempre: la política como consenso, el enemigo como un amigo potencial, porque antes de ser lo que somos, todos somos argentinos, una familia. Venezuela es el peligro.
Ya comprobaremos cuánto tiempo dura esta coherencia, ojalá que llegue hasta el 2015. Es más, ojalá que se fortalezca. La derecha tiene que hablar con claridad, salir del armario, plantear qué país quiere —mis excompañeros kirchneristas también me amonestan por estos conceptos: derecha, izquierda, progresismo. Porque lo que la clase media cree —y quiere que todos crean— es que lo que tiene, su auto, su casa, su confort, le corresponde por derecho natural. Y que el Estado debe protegerla y garantizarle el crecimiento. Al fin y al cabo no son los pobres los que motorizan un país. Como contra los poderosos nunca se inviste, son intocables, y como a nosotros tendrían que dejarnos crecer —hasta que nos volvamos, algunos, semejantes a “los poderosos”—, por ello son los mismos de siempre los que deberían soportar el peso de esta coyuntura. ¡Recesión! No nos importa la confrontación, ¡qué sea mayor, incluso, desigual e injusta!, no importa, lo importante es que no la advirtamos. Hay que arrancar de la ciudad esa mirada furiosa en el “franela” del semáforo.
Por otro lado, no es el resultado de las elecciones pero sí el acontecimiento eleccionario el que abre una vía empinada para el gobierno: tiene la tarea ímproba de crear su sucesor. Primero, esto, lo que venga siempre será UN sucesor, es decir algo o alguien que resquebrajará el bloque histórico hegemónico. Lo que le exigirá encontrar lo más rápido posible los vasos comunicantes que lo enlacen con el pasado del que proviene. Esta incertidumbre crea ansiedad. Todos estamos ansiosos, porque las elecciones primarias de medio término en el segundo gobierno sucesivo, cuando ya no hay posibilidad de una re-reelección (salvo en los deseos de los militantes idiotas y de los “republicanos” apurados por reescribir la Constitución), ponen como horizonte una década de política, una década de enseñar a cómo pensar la convivencia, la economía, la localización en el mundo, los deseos de una forma de vida o de otra. La salida por derecha está abierta desde hace mucho tiempo, llámese Reuteman, Scioli, Massa o cualquier personaje del Peronismo Verdadero. La continuidad por izquierda es un enigma tremendo. Sabemos muy bien que no se puede confesar el as que se guarda en la manga, pero eso no reduce la ansiedad. ¿Y si no hay ases ni comodines? ¿Si todo se despilfarra?
¡Todo lo que se hizo!, podré exclamar, todo lo que se hizo no se tirará por la borda como el bebé con el agua de la tina. Pero sin embargo, ¡todo está por hacerse todavía! Con el puño duro. Con la mirada de siempre. Con el discurso indicando con claridad qué entendemos nosotros por realidad, y por qué nos enfrentamos a lo que entienden otros por tal cosa.
Hay otro temor. ¿Y si recién estuviéramos empezando a perder nosotros para que esa realidad que imaginamos sea de más personas, con más derechos, con menos miedo, con algún grado de previsibilidad (estamos en Argentina, igual, y en el capitalismo: la previsibilidad y el ascenso social siempre son relativos)? Lejos de cualquier programa de proletarización, esa locura por la que optaron algunos hace décadas, cuando la injusticia social todavía estaba en pañales. ¿Podrá el miedo de la clase media impedirle ver las contradicciones en el propio discurso, las contradicciones entre los modelos y las encarnaciones, entre lo que decimos que queremos y lo que queremos efectivamente? ¿O este nuevo sacudón es similar al del 2001 o al de 1989 o al de 1976, donde se podó a mansalva a una parte de la clase media y se la integró al ejército de desocupados? En estos casos, los pobres se convirtieron en legión. Ahora están institucionalizados.
Desde Aristóteles en adelante la pregunta por la buena vida es una cuestión central de la política. Siempre hay que volver a reformularla.