La ola derechista llegó al Uruguay

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La ola derechista llegó al Uruguay

01 Marzo 2020

Por Pablo Rodríguez Masena*

Uruguay es en muchos sentidos un país de paradojas y de fantasías.

Su fecha de independencia, recuerda cuando el 25 de agosto de 1825 el Congreso de la Florida tuvo su asamblea y sancionó tres leyes, la que proclamaba su independencia del Imperio del Brasil, Portugal y de cualquier otro poder extranjero; la de Unión que declaraba ser parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata y la del Pabellón que le dio una bandera celeste, blanca y punzó. Así celebra su independencia el 25 de agosto, pero aquel día no nació un país autónomo, sino una provincia más de la Patria Grande artiguista y federal. Recién nacerá la República Oriental del Uruguay en 1830 gracias a la gestión británica que lo fomentó para crear un tapón frente a la expansión luso brasileña y la hegemonía porteña, con la Jura de la Constitución el 18 de julio, que por algo es la avenida principal del centro de Montevideo.

Es un país donde la democracia está arraigada, las instituciones liberales y republicanas consagradas, la estabilidad y tolerancia política son un valor, la participación electoral es muy alta y los partidos políticos, entre los más longevos del mundo siguen vigentes en su función de representación, tiene entre sus particularidades impedir que sus emigrantes puedan votar en el exterior y disfrutar de altos períodos de continuidad política de las fuerzas gobernantes. Durante el Siglo XX, los gobiernos democráticos siempre fueron del Partido Colorado, salvo la década blanca de entre 1954 y 1966, y entre 1989 y 1994 y los interregnos militares de la década del 30 y del 70 y el Siglo XXI empezó colorado y desde el 2004 tuvo tres gobiernos consecutivos de la coalición de izquierdas del Frente Amplio. Por lo que, aún sin reelección presidencial, la norma no es la alternancia política sino la continuidad. 

Durante mucho tiempo a los niños orientales se les enseñaba en las escuelas que eran un “paísito”, chiquito, escondido entre dos gigantes, quince veces más pequeño que Argentina y cuarenta y cinco más pequeñito que el Brasil, comparación que te coloca en desventaja respecto a tus vecinos, a los cuáles miras desde abajo, con respeto, escondida admiración y por qué no, hasta alteridad y rechazo. Es por eso que lo segundo que te enseñaban era Uruguay “la Suiza de América” un país neutral, liberal, progresista, de clases medias, integrado, con una legislación social de avanzada y una economía dirigida por el Estado, un pedazo de Europa inserto en la América morena y originaria con la que no tenía nada que ver, ni en sus tradiciones culturales y menos en las políticas, producto de la obra política de José Batlle y Ordóñez que hizo realidad un sueño socialdemócrata en el continente. 

Es un país creado desde el Estado y como tal necesitó de mitos fundantes para diferenciarse de sus hermanos mayores. Aquellos lo fueron, mientras intenta, sin éxito, un reconocimiento exclusivo por el tango, Gardel, y el dulce de leche. Pequeños, reconocidos por su liberalismo progresista construyó una identidad haciendo de la humildad, el orden, el respeto su marca.

El humor se ha hecho cargo de las “paradojas orientales”. Así ellos mismos se mofan de ser un país sin nombre, es una República que está al Oriente del Río Uruguay, que los presos pasen su condena en la cárcel de Libertad, que en Plaza Cagancha no haya baños, que los duraznos se produzcan en Canelones, no en Durazno, que no haya “llamadas” en Tambores, que en Punta del Este en el Cantegril vivan los ricos (que es la forma que los uruguayos denominan a las villas miserias), que Tomás Berreta sea el nombre de la Escuela Nacional de Vitivinicultura, o “No Te Va A Gustar” una de sus bandas de rock más reconocidas, así como que su comida al paso tradicional, el chivito canadiense, no tenga carne de chivo, ni nada de Canadá. 

Es un país que celebra la nostalgia las noches del 25 de agosto, el que tiene más legisladores, policías y vacas por habitante, el menos violento del continente y el que tiene el carnaval más largo del mundo. Es el primer país que legalizó el mercado de la marihuana en el continente y el primero también en ser cien por ciento libre de humo de tabaco y se define país natural. Es donde, durante mucho tiempo, las cosas llegaban más tarde, pero llegaban igual, a su tiempo, oriental.

Ese país, dejó de ser gris cuando supo darle hace quince años la oportunidad a la coalición de izquierdas Frente Amplio para que gobierne y gracias a ello llegó a ser ícono en cuanto a la consagración de derechos individuales y colectivos y un faro para la región. El Frente en el gobierno no fue la izquierda revolucionaria que muchos imaginaron al fundarse aquel lejano 5 de febrero de 1971. No avanzó tan rápido como las vanguardias imaginaban, pero sus pasos fueron lentos y constantes en el camino de una sociedad aún más integrada y mientras los gobiernos populares y progresistas en la región iban cayendo, en Uruguay se mantenían, lo que confirmaba aquello de que más lento te lleva más lejos.

Pero los vientos de la derecha plagados de miedos al pobre, al diferente, el culto al yoísmo, el terror frente a una inseguridad urbana exagerada por los medios de comunicación, la sofisticación de las demandas individuales y colectivas aún aquellas vinculadas a la corrupción y a la ineficiencia, que junto al hastío, la reiteración, el cansancio y los errores propios, llevó a los gobiernos a los Macri, Bolsonaro, Piñera, aceptó la traición de Moreno y el golpe a Evo Morales, también llegaron al Uruguay y en noviembre la derecha organizando una coalición multipartidaria, por muy poco, pero por lo suficiente, puso a Luis Lacalle Pou en la presidencia.

En 2015 muchos uruguayos progresistas, frenteamplistas, apostaban por Macri en la Argentina, producto de un antiperonismo histórico al que le sumaban la aceptación de los argumentos de los medios de comunicación concentrados. No veían amenaza a las conquistas sociales de la década ganada, porque creían el discurso de que se iban a mantener mientras se corregían los errores y se terminaba la corrupción. El paso del tiempo, el desastre económico en el que Macri dejó a la Argentina, junto a las consecuencias sociales hizo que aquella percepción cambiara y ya no era tan común encontrar frenteamplistas que prefirieran la reelección de Macri a un triunfo de Alberto Fernández e incluso el gobierno de Macri se transformó en espejo para mostrar lo que seguramente pasará con Lacalle Pou, para decirles a los desencantados que no cometieran el mismo error que cierto sector de la clase media argentina.

La murga un Título Viejo canta en este carnaval 2020 un cuplé “Fuiste” sobre la música de Gilda y sobre todas las conquistas de los quince años de gobiernos progresistas dice que “todo eso fuiste, pero perdiste” y reflexiona que “Ojalá que venga el tiempo de reflexionar / el regalo de aprender de las heridas, / entender que la misión no es sólo incluir / en el consumo y en la economía. / No hay proyecto que soporte el peso de su edad, / si le habla solamente a sus fieles / sino cambia la conciencia nada va a cambiar, / sin camino no se puede caminar. / Todo eso fuimos, todo eso somos, / no se va nadie, estamos todos, / la lucha de uno, es la de todos.”

A dos días del cambio de gobierno, el pueblo frenteamplista se reunió en la Plaza Lafone en La Teja para despedir a Tabaré Vázquez con una movilización impactante, en lo que se va haciendo costumbre luego de que lo hiciera Cristina Fernández de Kirchner en 2015 al terminar su mandato. Allí entre lágrimas Tabaré le pidió a su gente: “Les ruego que no se rindan, no te rindas pueblo, no te rindas, no te rindas”, para finalizar leyendo con su voz quebrada un poema de Mario Benedetti. “No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo”, “No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma”, señaló ante la emoción, los gritos y el aplauso de los presentes.

Empieza un tiempo nuevo, el de la revancha de la derecha, resumida en la frase del ahora senador ultraderechista Guido Manini Ríos (la sorpresa electoral uruguaya) de que “se acabó el recreo”. Algunos creen que por sus tradiciones políticas e institucionales el cambio no tendría que ser tan traumático, mientras que otros, viendo el espejo regional, justamente se aprontan para resistir esperando lo peor.

Uruguay, ahora vuelve a ser aquel país de las maravillas que habrá que salir a buscar, con la posibilidad cierta de “encontrarte algún dragón” que te busque el corazón, que te “rodeen las brujas del desencanto, / que con su voz pueden transformarte en piedra”, o que aparezcan “gigantes lobos feroces / queriéndote devorar”, y que según lo que cantaban desde Canciones para no dormir la siesta, aquel país de las maravillas “es tan real como el amigo que está a tu lado / Y junto a él, tomándote de la mano, / Podrás cumplir con tus sueños / Haciéndolos realidad”, para que “aquel país nacido de fantasía / Será tan cierto algún día / Como un pedazo de pan”.

*Politólogo uruguayo.