El juego de Occidente en Medio Oriente: desde Saddam al ISIS

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El juego de Occidente en Medio Oriente: desde Saddam al ISIS

22 Julio 2015

 

Por Guido Luppino

La época de Saddam Hussein

Occidente siempre ha utilizado a los grupos extremistas para sus propios beneficios, más precisamente EE.UU. como potencia mundial desde la segunda guerra mundial con su constante presencia en la región de Medio Oriente. Así como ya contribuyeron a la formación de Al Qaeda, agrupación formada por las monarquías de Arabia Saudita, para poder controlar a las ex repúblicas islámicas de la URSS e Irán, en estos días podemos presenciar un proceso semejante con la formación del Estado Islámico (ISIS).

Recordemos que en Medio Oriente predomina la población musulmana, donde dos de sus ramas más numerosas protagonizan constantes disputas por el poder en los distintos países, hablamos de los chiítas y los sunnitas.

EE.UU. en los ´80 promovió la toma de poder de Saddam Hussein en Irak, usándolo como agente contra la revolución iraní de 1979, creando un conflicto bélico donde dos pueblos durante ocho años se masacraron entre sí. De esta manera, EE.UU. utilizó a las burguesías chiítas dentro de Irán, para destruir la revolución y eliminar a los shoras (Consejos de Obreros y Soldados de la revolución), como así también usó a la burguesía sunnita de Irak para acabar con la revolución, de la mano de Saddam Hussein. Luego de frenar al proceso revolucionario que intentó ser socialista en Irán para pasar a ser gobernada, hasta el día de hoy, por el clero chiíta, EE.UU. se encargó de eliminar a Saddam Hussein, dejando el país partido. Irak quedó dividido en tres: políticos chiítas en el sur, ligados a los ayatolás iraníes, en el centro la burguesía sunnita y en el norte la burguesía kurda.

Efecto de la Primavera Árabe

Hoy en día, podemos ver sucesos con objetivos parecidos. El imperialismo yankee volvió a armar dos bandos poderosos que se eliminan entre sí, por un lado los radicales del ISIS y por el otro, los teócratas conservadores del chiísmo de los gobiernos de Irak e Irán. Estos dos países están aliados al gobierno sirio de Bashar Al Asad, de origen alauita. El alauismo es una rama del islam chiíta, que representa políticamente la derecha. Pero Siria no se declara una nación islámica, sino laica,  aunque  gobernada por el alauismo.

Luego de la primavera árabe, comenzada en el invierno de 2010-2011 en Medio Oriente, todos parecían apoyar estos movimientos que terminarían con la destitución del presidente egipcio, Mubarak, Ben Ali en Túnez, para más tarde hacer lo mismo con la principal autoridad política de Yemen, Alí Abdalá Saleh. En Libia, el oficialismo supo demostrar defensa militar, hasta que la intervención de la OTAN llevó a una instalación de tropas occidentales en el país que concluyó con la ejecución de Mauamar el Gadafi. Si bien las masas movilizadas participaron fuertemente en la caída de Gadafi, la OTAN supo hacerse con el control del poder político instalando gobiernos de transición para terminar obteniendo un aliado del imperialismo en Trípoli.

Siria mostró una fuerte defensa ante estos movimientos, donde todavía hoy persiste el conflicto armado; con una guerra civil con 3 bandos principales identificados: Ejército Sirio de Liberación (ESL), que pretende derrocar a Al Asad; Ejército sirio oficialista y el ISIS. Las revueltas comenzaron con masas obreras que también formaron shoras, como en la revolución iraní, tomando la ciudad de Homs con el objetivo de derrocar a Al Asad. Fueron estos movimientos los primeros en ser masacrados por el imperialismo estadounidense.

¿Pero la Primavera Árabe realmente provocó un giro político en la región? Al poco tiempo aparecieron las contrarrevoluciones apoyadas, financiadas e influenciadas por occidente. El golpe de Estado en Egipto en 2013, donde se derrocó a Mohamed  Morsi, quien supo ser el primer presidente democrático en la historia del país, con la toma del poder nuevamente del Ejército con su general a la cabeza, Abdul Fatah al-Sisi, es una muestra clara de la reaparición de EE.UU. para no dejar gobernar a un presidente con fundamentos islámicos, apoyado por los Hermanos Musulmanes. Sumado a esto, se dio una sucesión de gobiernos interinos en Túnez, que nunca permitieron la estabilización de la política regional.  

Párrafo aparte merece la reciente sentencia de pena de muerte para el primer presidente democrático de Egipto, Morsi, lo cual avala el sostén de EE.UU. al golpe de Estado encabezado contra su gobierno en 2013.

El Estado Islámico

La aparición del Estado Islámico (ISIS) fue la excusa perfecta para el aplastamiento de cualquier tipo de intento democrático en la región. Se generó un monstruo que a la vez sirvió de fundamento para intervenir. Mientras en Siria los tres bandos se masacran entre sí, la ONU sigue permitiendo la financiación internacional de estos frentes.

El ISIS volvió a la escena con la yihad, la cual refiere al decreto de guerra santa para el Islam, con el objetivo de extender su Califato.

El negocio yihadista es sustentado por el tráfico de armas, el impuesto recolectado en las ciudades tomadas y la venta de petróleo en el mercado negro, proveniente de los pozos petroleros controlados por el ISIS. El accionar de los extremistas del islam brindó servicio a la contrarrevolución, ya que pudo quebrar la solidaridad mundial hacia los movimientos democráticos de la región minimizando su capacidad de acción frente al ISIS y los rebeldes. EE.UU., una vez más, sacó provecho de esta situación. Creando este monstruo, se dio lugar a intervenir nuevamente, generando su nuevo enemigo del mundo árabe: ISIS.

Ahora bien, este proceso de democratización seguido de autoritarismo provocó, como ya explicamos, el surgimiento del ISIS. EE.UU. necesitó de ellos como antes lo hizo con Al Qaeda.

Hoy el ISIS, predicando el wahabismo, es el nuevo enemigo y EE.UU. no puede erradicarlo de escena. El wahabismo es una rama más del islam que deriva del sunnismo, que promulga la imposición de la Sharia (ley musulmana) y acepta al yihadismo para la expansión de su Califato.

El intento democratizador de Occidente quedó claro, fue una mentira más. Volvió a entrometerse, apoyar gobiernos autoritarios, financiar grupos rebeldes, generar islamofobia excusándose en que no se difunda el control chiíta como el de Irán. A la vez, el gobierno de Irán brinda tropas ayudando a Irak en su lucha contra el Estado Islámico.

Parece un juego de ingenio, pero así se maneja EE.UU. Se hace amigo del enemigo de su propio enemigo, aunque el mismo amigo se convierta posteriormente en su nuevo enemigo.

¿Se quiere realmente erradicar al ISIS de la región?

Seguramente en su discurso, EE.UU. siempre sostendrá la idea de la destrucción del ISIS, pero por lo visto, lo utiliza para derrocar al presidente de Siria, cuya dinastía gobierna desde 1971. De esta manera se ayuda a la no expansión del chiísmo proveniente desde Irán, donde el clero chiíta conduce el país desde la revolución de 1979.

Al ISIS hoy se lo entiende como una facción útil para la geopolítica de Medio Oriente. Las monarquías de origen sunnita (enemigos de los chiítas) lo necesitan para frenar el avance chiíta, como así también el presidente turco, Erdogan, necesita del ISIS para terminar con el crecimiento kurdo en el sur de Turquía y frontera con Siria.

Pero no hay que olvidar del mayor socio de EE.UU. en la región, Israel, que se excusa en la disposición del ISIS de crear un califato islámico, para continuar su avanzada colonialista con el fin del reconocimiento de su Estado judío. Esto significa que le da lugar, según el sionismo, a seguir con su limpieza étnica sobre los palestinos y negación del retorno de los exiliados a sus territorios.

Hay que estar atentos al continuo accionar de Occidente en Medio Oriente, ya que la geopolítica es un juego turbio, en el que EE.UU. impone sus propias reglas.