Exigir equidad política, discutir el poder

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Exigir equidad política, discutir el poder

06 Mayo 2020

Por Eliana Verón | Foto Carlos D. Pérez

Una “novedad” política llamó la atención durante el mes de abril: frente al Covid-19 hubo siete países gobernados por mujeres que tuvieron una mejor performance ante la pandemia. A partir de la publicación de la Revista Forbes el mundo mediático se hacía eco del accionar contundente de estas lideresas que, efectivamente, lograron un control más rápido y eficaz de los contagios. Se trató de Angela Merkel en Alemania, Katrin Jakobsdottir en Islandia, Erna Solberg de Noruega, Mette Frederiksen en Dinamarca, Sanna Marin de Finlandia, Tsaia Ing-wen de Taiwan y Jacinda Ardern de Nueva Zelanda. 


En un mundo en el que menos del 7% de los líderes globales son mujeres, según las estadísticas de la Unión Interparlamentaria publicadas por Naciones Unidas en 2019, estas jefas de Estado se convirtieron en un acontecimiento periodístico por haber asumido, tempranamente, decisiones arriesgadas y acertadas.


Ahora bien, lo que destacaron algunos de los medios locales que se hicieron eco de esa publicación, no es la firmeza con que estas mujeres ejercen el poder y la gestión pública de sus países. Sino que le atribuyen un esencialismo a su condición de género que vincula de manera directa lo relativo al cuidado, a lo familiar y lo afectivo como propio de la mujer trasladado ahora a su forma de liderazgo. El mandato de ser empática para seguir siendo una “buena mujer” en el ejercicio del poder, aun hoy continúa siendo parte del discurso mediático tramposo. Y lo que no ligaron estos medios, en cambio, es la existencia de modo diferencial de la práctica política y una capacidad de decisión rápida y ejecutiva que tuvieron estas mujeres, lo que hizo posible los resultados de baja morbilidad por coronavirus. Además, o más allá de las condiciones sociales y materiales básicas resueltas por un relativo Estado de bienestar de esos países.


En el ámbito de la política local, y también mediática, lo que se vislumbra es la ausencia de voces femeninas que expresan roles dirigenciales, ya sea en la gestión de gobiernos, en el sindicalismo, en el mundo de las cámaras empresariales, en los espacios sociales, o en las ciencias, por ejemplo. Y no es que no existan, sino que no se las escucha como tampoco se las ve siendo convocadas por el amplio espectro de lo público. Un ejemplo claro por estos días fue la foto del G6 y la CGT en la residencia de Olivos junto al presidente Alberto Fernández. El repudio a esa foto y a esa reunión se vio en Twitter y vino de la mano de Vilma Ibarra, quién pertenece al gobierno y ocupa un cargo de importancia en el Ejecutivo nacional. 


En el marco de esta pandemia, las mujeres están siendo invisibilizadas en los lugares de toma de decisiones. Intencional o no, la ausencia informativa sobre el trabajo que vienen realizando quienes ejercen algún cargo dentro del Estado es más que evidente. Si no fuera por las publicaciones en redes sociales de la prensa institucional, nada sabríamos de sus movimientos en el ejercicio de la política. Por caso, se puede mencionar los posteos del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidades de Nación, que entre errores comunicacionales y sin presupuestos para gestionar, muestran al menos los intentos por articular alguna política pública que contemplen la verdadera pandemia que son los femicidios junto a la acuciante situación de emergencia sanitaria y crisis económica que atraviesa de punta a punta el país. Aunque ello sólo exponga fotos por Zoom, y todo nos resulte insuficiente y hasta ineficaz, al menos podemos decir que ellas hacen.  


Transversalizar la perspectiva de géneros en la gestión pública debe ser más que un discurso bonito e inclusivo. Implica concretar una práctica política real que no impida el acceso de las mujeres a los espacios de poder y de tomas de decisiones vitales para el conjunto de la ciudadanía. Ejercer roles de preponderancia en el mundo político de la Argentina nunca fue fácil ni sin adjetivaciones peyorativas para y hacia las mujeres. Ejemplos hay cientos, ni hace falta mencionarlos. Estar y ser parte de las decisiones es el mandato político, social y cultural que desde los feminismos exigimos con la clara pedagogía de explicar que la lucha no es sectorial. No se trata de “conseguir cosas para las mujeres”, sino de construir en la sociedad las condiciones de participación y acceso justo e igualitarias a cualquier ámbito de la vida social.