La patagonia rebelde, lecciones de una tragedia argentina

  • Imagen
    Patagonia
    Arte digital Silvina Giaganti

La patagonia rebelde, lecciones de una tragedia argentina

10 Marzo 2023

El teniente coronel Varela se sentó a descansar en su tienda de campaña en plena estepa patagónica, pidió a su asistente un trago de ese whisky escocés que un estanciero inglés le había regalado un día antes, sacó su libreta de apuntes y empezó a escribir su informe al Ministerio de Guerra. “En general, la impresión que causa al argentino, es la de que el territorio de Santa Cruz no pertenece a nuestra Patria”, escribió. Aún no había tomado su baño diario. Olía a muerte y lo sabía. Pero él era un profesional de la guerra y el agua podía esperar; el informe sobre la sangre ajena, no. Corría el mes de febrero de 1922. El militar y los estancieros habían ganado la guerra contra los trabajadores; pero perdieron la vergüenza y el honor de una vez y para siempre.

El Sur patagónico fue conquistado y consolidado como parte del Estado argentino a fines del siglo XIX después de matar, despojar y someter a los pueblos originarios que lo habitaban desde miles de años antes. Las lecciones que dejó el genocidio con el que los europeos conquistaron América, fueron la antesala de la llamada “Campaña al desierto”. 

El Tehuelche ya estaba allí cuando llegó el hombre blanco. El guanaco y el ñandú y las raíces comestibles eran parte central de su alimento. Su primer dios era un ser que habitaba en las neblinas que se forman entre el horizonte y el mar y que estuvo llorando una eternidad, hasta que dejó de hacerlo y así pudo crear el viento, la luz y las nubes y hacer surgir después la vida, el sol y la tierra. No eran un pueblo guerrero; cultivaban la paz y la armonía entre ellos y la naturaleza.

El conquistador español, primero, y el explotador local, más tarde, arrasaron con esa cultura milenaria. Seguramente, aquel primer dios volvió a llorar y esta vez eternamente por su gente.

Sobre esta primera sangre derramada se apropiaron de ese suelo las primeras familias de terratenientes locales y extranjeros, principalmente ingleses. 

La tierra se dividió en latifundios. La mayoría era parte de las concesiones que hizo Julio Argentino Roca a principios del siglo otorgando 2 millones y medio de hectáreas de campo a 19 estancieros británicos, 9 alemanes, 4 franceses, 6 españoles, 1 norteamericano, 1 chileno y 1 uruguayo. Ningún argentino. Como muestra vale un botón: ya para 1920 Mauricio Braun poseía más de 1.376.000 hectáreas con 1.250.00 ovejas que producían 5.000 millones de kilos de lana, 700 mil kilos de cuero y 2.500.000 kilos de carne anuales. Eran, además, dueños de empresas mineras, de bancos, de frigoríficos, de compañías de seguros, de transporte. La sociedad con el español José Menéndez redobló la fortuna de estos latifundistas.

El Tehuelche ya estaba allí cuando llegó el hombre blanco. No eran un pueblo guerrero; cultivaban la paz y la armonía entre ellos y la naturaleza.

El nacimiento del siglo XX, entonces, alumbró un territorio que se llenó de grandes estancias, de poderosos ganaderos y de trabajadores rurales que esquilaban ovejas y prestaban los servicios exigidos por una poca paga de esos poderosos ganaderos, dueños de esas grandes estancias.

La huelga de los peones de campo, contra las condiciones de vida que les imponían, fue creciendo por etapas desde 1919; fue y vino en 1920 de acuerdo al cumplimiento o no de las patronales con los convenios firmados; se hizo resistencia obrera en 1921 y masacre final entre fines de ese año y principios de 1922.

“La Patagonia rebelde” de Osvaldo Bayer es de lectura imprescindible para conocer y comprender aquella tragedia argentina.

La historia dirá que al final de la Primera Guerra mundial bajó el precio de la lana y esa baja fue trasladada por los dueños de todas las cosas a los salarios de los trabajadores.

La historia dirá que los trabajadores, organizados por el sindicato y un sector de la central anarquista FORA, decidirán pasar a la acción para defender sus derechos más elementales: un par de velas para alumbrarse, baños adecuados para la higiene, mejor calidad de la comida diaria, 8 horas diarias de jornada laboral, tiempo de descanso semanal para lavar sus ropas, cuartos dignos para habitar y no hacinados como estaban, contratos de trabajo para quienes tuvieran una familia a su cargo. El lema con que cerraban su pliego de reivindicaciones decía: “amaos los unos a los otros”. Así de “feroces” eran esos trabajadores tan dignos en la lucha.

La historia dirá que entonces se desató una campaña por los medios gráficos de la época que demonizaba a los huelguistas llamándolos despectivamente: “extranjeros”, “anarquistas”, “subversivos”,  “bandoleros”, “insurrectos” y los diarios porteños advertían al gobierno y a la población que los huelguistas marcharían desde Santa Cruz hasta Buenos Aires y tomarían la ciudad para imponer “la bandera roja” y “otro sistema de vida”, como el anarquismo y el comunismo.

Primero te demonizan, después te matan. Antes lo hicieron con los indígenas; ahora con los trabajadores. ¿Les suena conocida la estrategia?

La historia dirá que el gobierno constitucional designó para poner orden en el sur patagónico al teniente coronel Héctor Varela, quien después de presentarse como un “hombre de dialogo”, terminará siendo el jefe militar de aquel crimen de lesa humanidad, aun no saldado. El criminal era dueño de la palabra “patria” y de las balas y era él quien ejecutaba al pie de la metralla la partitura de muerte que le dictaban los poderosos estancieros que eran sus verdaderos mandantes.

La historia dirá que el presidente de la Nación era Hipólito Yrigoyen, el primero en ser elegido por el voto popular, vaya paradoja; que la familia Braun-Menéndez  era una de las poderosas familias oligarcas; que varias estancias estaban en manos de firmas inglesas; que los jefes del movimiento huelguístico eran el obrero entrerriano José Font, conocido como “Facón Grande”, los españoles Ramón Outerello y Antonio “el Gallego” Soto, jefe sindical de los trabajadores y el dirigente obrero porteño Albino Arguelles; que cuando los trabajadores fueron a parlamentar el levantamiento de la huelga, la respuesta fue la salvaje y cobarde matanza ejecutada por el ejército; que participaron en la represión los miembros de la “Liga patriótica”, un antecedente de la tenebrosa Triple A.

Primero te demonizan, después te matan. Antes lo hicieron con los indígenas; ahora con los trabajadores. ¿Les suena conocida la estrategia?

La historia dirá que serán 1.500 trabajadores los fusilados a fines de 1921 y comienzo de 1922 en Santa Cruz. Para contar la verdad de esa masacre en la Patagonia, para seguir las huellas de los huelguistas, para documentar el lugar exacto donde los fusilaron, para conocer los distintos actores sociales, políticos y económicos que participaron, Osvaldo Bayer y otros investigadores locales reconstruyeron la historia.

Aquí queremos rescatar la memoria de ese tiempo para ligarlo con otras masacres sucedidas en este amado y doliente territorio que llamamos Argentina. Es importante conocer esta historia que nos sigue doliendo; pero hay que tomar esos datos para hacer memoria de lo sucedido.  

Los victimarios fueron los soldados del ejército argentino que representaban al Estado nacional y que, en su nombre, fusilaron a obreros indefensos;  la policía local; el gobernador de la provincia y presidente de la Sociedad Rural, Edelmiro Correa Falcón; los cómplices operativos fueron los estancieros más poderosos de la provincia y de la región, la embajada chilena y la embajada inglesa, los miembros de la “Liga patriótica” y los medios de comunicación.

Repasando: los victimarios fueron el Estado, el poder económico real, agentes extranjeros, matones  armados y los medios de comunicación más importantes en la época. Cualquier parecido con la actualidad no es pura coincidencia.

Las víctimas, como siempre, fueron los trabajadores y los sectores sociales más vulnerables.  

Y ya que hablamos de tragedias: en 1919 sucedió la masacre llamada “Semana Trágica” en Buenos Aires, tras la huelga obrera en los Talleres metalúrgicos Vasena; y en 1922 fue la feroz represión a los trabajadores de “La Forestal” en el norte santafecino. Decenas de muertos y de heridos fue el triste saldo de aquellas embestidas del aparato estatal y para estatal contra el pueblo trabajador indefenso. El fusilamiento a mansalva siempre será la última palabra de los poderosos de turno.

Dos años más tarde, el 19 de julio de 1924, sucede en el Chaco la Masacre de Napalpí, cuando las fuerzas militares del Estado fusilan aproximadamente a 500 hombres, mujeres, ancianos y niños de los pueblos originarios qom y mocovies, que estaban reclamando por mejores condiciones de vida y de trabajo y contra la esclavitud a que lo sometían los dueños de la tierra y el algodón, protagonizando así la primera huelga rural indígena que registra nuestra historia.

Allí también, primero los demonizaron: “los indios son vagos, no quieren trabajar”; después, los mataron.

Repasando: los victimarios nuevamente fueron el Estado, el poder económico real, los medios de comunicación locales y los civiles que apoyaron la masacre, incluso con un avión de mensajería que localizaba a los indígenas desde el aire para facilitar luego la matanza.

Fue juzgado casi un siglo después y calificado como crimen de lesa humanidad.

Los victimarios nuevamente fueron el Estado, el poder económico real, los medios de comunicación locales y los civiles que apoyaron la masacre.

Así como hay que leer a  Bayer para entender la masacre de los trabajadores en la Patagonia, para entender la masacre de Napalpí hay que leer a Juan Chico, militante de la causa, desde la búsqueda de memoria, verdad y justicia para sus hermanos originarios.

Muchas décadas después, y también en el Chaco, sucede la masacre de Margarita Belén. Aproximadamente veinte militantes peronistas muertos y cuatro desaparecidos. El ejército vuelve a matar compatriotas desarmados e indefensos a la vera de la ruta 11 simulando un  enfrentamiento y una fuga inexistentes. Fue un crimen de lesa humanidad y sus autores fueron condenados, en su mayoría, a prisión perpetua.

Conclusión: con gobiernos elegidos por el voto popular o con dictaduras genocidas, la operación masacre siempre ronda la vida de este pueblo. Cuando la política se desentiende del uso final del poder militar o le otorga licencia para matar y sólo favorece al poder económico, la tragedia siempre estará en nuestro horizonte. Los pueblos debemos aprender de nuestras desgracias, y prepararnos para enfrentarlas.

Hay que seguir reivindicando aquellas luchas con la misma entereza y dignidad que tuvieron las prostitutas de San Julián. Cuando la soldadesca manchada con la sangre de los obreros quiso abordarlas, fueron echados por esas mujeres, a escobazos y piedrazos al grito de “nosotras no nos acostamos con asesinos y cobardes como ustedes”.