Tocando fondo: ¿Y ahora qué?
La condena de Cristina en un proceso judicial plagado de irregularidades se desenvolvió frente a nuestros ojos como un destino inevitable. Un poder fáctico más allá del orden impuso su rumbo. Como en la tragedia griega, el fatum se sobrepone a la acción de la heroína. Alrededor, el coro asiste a sus acciones, comenta, baila, se emociona, juzga y llora. Fuera del escenario, el público observa dividido entre quienes valoran la justicia divina y quienes se identifican con la protagonista.
La decisión de la Corte Suprema nos introduce en la última escena, la llamada salida o éxodo de la tragedia: la detención de la ex presidenta de la nación. Con este desenlace, el movimiento nacional parece tocar fondo. La jefa del justicialismo y última líder popular argentina cae presa… y no pudimos hacer nada para evitarlo.
¿Y ahora qué? ¿Nos amargamos pensando en lo inevitable de la fatalidad? ¿O superamos los espasmos de indignación y nos rebelamos contra ese poder fáctico que mueve los hilos detrás de escena? Si optamos por el primer camino, nos veremos envueltos en nuevas tragedias ineludibles. Si, en cambio, escogemos la segunda vía, ingresaremos en el drama de la historia, el involucramiento y el conflicto de resultado abierto.
El poder fáctico no conoce de razones ni de moral; tampoco se atiene a principios jurídicos. Cualquier apelación en ese sentido se demostró vana e ingenua. Su lenguaje es el de las relaciones de fuerza. Por lo que la única forma de enfrentarlo es con un contrapoder equivalente o, al menos, capaz de condicionarlo. El héroe colectivo que es el movimiento nacional, para salir del aplastamiento en que se encuentra, perder el miedo y recobrar su libertad de acción, necesita volver a discutir poder. ¿Dónde radica nuestra fuerza?
La confianza en el orden institucional ha mostrado sus límites. Fue un error haber aceptado la legalidad como realidad inmodificable, haber depositado nuestra suerte exclusivamente en resultados electorales, procesos judiciales y cuestiones administrativas. En otras palabras, necesitamos revisar el MODELO DE CONSTRUCCIÓN de las últimas décadas, encorsetado en el institucionalismo demoliberal. Es evidente a estas alturas que el movimiento nacional necesita revisar su ESTRATEGIA DE PODER.
Hemos diagnosticado hasta el hartazgo los errores y desmanes de nuestros adversarios. Pero como un punto ciego continúa la dificultad para estudiar las propias limitaciones. A estas alturas que claro que las faltas de nuestros antagonistas no se traducen necesariamente en un avance de las fuerzas populares. Se precisa tener la capacidad de ocupar ese espacio. Y esa aptitud es lo que está en discusión.
¿Por dónde empezar? Lo más elemental es identificar cuáles son los FACTORES DE PODER a nuestro alcance. Básicamente, son cinco. Primero, aquellos que emanan de segmentos de pueblo trabajador organizado: el poder sindical y el poder territorial. Segundo, aquel que brota del grado de legitimidad y adhesión en la ciudadanía en general: el poder electoral (y su eventual traducción en poder legislativo). Tercero, el apoyo de estructuras consolidadas de la sociedad civil que, en parte o en su totalidad, pueden funcionar de aliadas: el poder eclesial, el poder sectorial articulado en distinto tipo de asociaciones (empresarias, deportivas, partidos políticos, universidades, etc.). Cuarto, el poder intelectual, mediático y cultural, con capacidad de incidencia en el flujo de ideas y valores de la sociedad. Quinto, el poder de liderazgo que surge normalmente de alguno o varios de los cuatro anteriores, pero tiene una especificidad: es portado por individuos, se asocia al carisma personal y es, por lo tanto, muy difícil de transferir. Para finalizar, digamos que en otras épocas se contó con otros factores, como el militar o algún apoyo internacional; pero actualmente no interesan, al menos, en primera instancia.
Reconocidos los cinco factores de poder, lo siguiente es darse una ESTRATEGIA. ¿Cómo vamos a vincularnos con cada uno de ellos? ¿Qué lugar les daremos en el movimiento nacional? ¿Dónde focalizaremos en cada momento el esfuerzo de construcción? ¿En qué estado estamos en cada plano, qué metas nos proponemos alcanzar y en qué plazos? Como se ve, es preciso una TACTICA en relación con cada factor de poder. Y una PLANIFICACIÓN que permita enmarcar las tácticas dentro de la estrategia general.
Ahora, bien, ¿quién es capaz de establecer la estrategia general que enmarca las líneas tácticas del movimiento? Es el plano de la CONDUCCIÓN entendida en un sentido integral. Parte de la deriva institucionalista que hemos tenido es confundir dirección con caudillismos electorales. La conducción no se reduce a resolver las listas de candidatos: es algo mucho más abarcador. Debe dar las orientaciones estratégicas de cara a los cinco factores de poder, además de seguir, analizar y responder a los desafíos que establecen los demás jugadores políticos (en particular, el poder fáctico). Esa conducción necesariamente debe ser colectiva, aunque luego se refleje en liderazgos en particular, dada la complejidad de los frentes internos y los temas externos por atender. Y debe superar el plano de la informalidad y la improvisación. O sea, avanzar en formas de institucionalización en los distintos niveles y de profesionalización en el sentido de desarrollar aprendizajes de conducción y método de trabajo.
Por último, pero no menos importante, la estrategia y la conducción necesitan saber hacia dónde ir, cómo interpretar la realidad y qué valores promover. Es el elemento de DOCTRINA, de principios teóricos y ético-políticos. De los cuales emana un modelo de país, una utopía por conquistar. En la medida en que esa idea originalmente abstracta adquiere carnadura en los distintos factores de poder, el movimiento va articulándose en un PROYECTO NACIONAL que se expresa en un imaginario compartido y en prácticas comunes.
El medio fundamental para la difusión y apropiación de la propuesta de ideas y valores que se hace es la FORMACIÓN comprendida en su sentido más amplio (que incluye las más variadas formas de concientización). Este aspecto debe tener siempre en cuenta que en la memoria colectiva anidan las partes fragmentadas de viejos proyectos y también dolores por los errores o desvíos del pasado. Es tarea esencial de la formación actualizar esos recuerdos, aprender las lecciones y rearticular todo en una nueva propuesta acorde a los tiempos que corren.
En resumen, el enfrentamiento al poder fáctico requiere que seamos capaces de pasar:
De la tragedia inevitable al drama con resultado abierto,
De espectadores a protagonistas,
Del electoralismo a la construcción política integral,
Del institucionalismo a los diversos factores de poder,
Del individualismo a la organización,
Del coyunturalismo tacticista a la estrategia,
De la imprevisión a la planificación,
Del caudillismo a la conducción,
Del espontaneísmo de la conciencia a la formación,
De las meras propuestas de gestión al Proyecto Nacional.
¿Y ahora qué?
Entonces… tocamos fondo. La pregunta que se sigue es: ¿seguiremos bajo el modelo de construcción que nos condujo al debilitamiento actual? ¿O aprovechamos la crisis en que estamos para revisar nuestros límites y reformularnos de cara a la etapa que se abre?
Para que el dolor y la bronca no se traduzcan en una mera convulsión momentánea o, peor aún, en resignación, necesitamos iniciar un camino de revisión y reforma al interior del movimiento nacional. Hemos perdido la mayoría social en la Argentina. Las derrotas electorales e, incluso, la condena de Cristina evidencian ese dato duro de la realidad. Protestar para expresar nuestra rabia no alcanza para recuperar la confianza de un pueblo. Mucho menos enojarnos con quienes nos dan la espalda o nos miran con distancia. Hay que salir de los microclimas, mirar al país a la cara y ser realistas respecto de cómo estamos. Hay provincias e importantes ciudades en las que el peronismo está prácticamente extinto o queda reducido a una mínima expresión.
Vale aclarar que no se trata de una reflexión oportunista. Hace años venimos discutiendo y reclamando por estas cuestiones dentro del movimiento nacional. Cada vez más son las voces que se alzan en ese sentido, en especial de nuevos referentes. Hay un malestar extendido en las bases con las dirigencias y las lógicas políticas imperantes. ¡Ojo! Es muy fácil echar pestes a terceros por los fracasos, y las personas solemos hacerlo porque nos consuela encontrar un culpable. Nunca fue esa nuestra idea. Todos tenemos una cuota de responsabilidad. Pero, por supuesto, hay responsabilidades desiguales en función del lugar que cada uno ocupa.
En fin, ¿será que el golpazo que significa la condena de Cristina servirá para que de una vez por todas nos hagamos cargo de estas discusiones que nos debemos hace años?
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