Especial historia: sobre el proceso de radicalización del peronismo

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Especial historia: sobre el proceso de radicalización del peronismo

13 Mayo 2020

Por Mariano Pacheco

En este texto me propongo retomar las reflexiones de la columna anterior (ver primera parte), para seguir repasando los principales acontecimientos políticos y discusiones que atravesaron a gran parte de las militancias entre 1960 y 1975, es decir, durante el período de mayor dinamismo en la lucha de clases en nuestros país (proceso que a su vez introdujo como nunca la lucha de clases al interior del propio movimiento peronista) y cierro el escrito con una breve reflexión enmarcando esta intervención en el contexto de “derrota histórica”, terrorismo de Estado y ofensiva mundial del capital mediante, para intentar pensar los desafíos actuales.

VI-

Los años sesenta son momentos de expansión de la desobediencia y la rebeldía por el mundo entero. No sólo en la política sino también en la cultura. Revolución sexual, Revolución cultural y Revolución socialista no siempre van de la mano, pero actúan simultáneamente en un mismo tiempo histórico.

La píldora anticonceptiva, la experimentación a través de ciertas drogas, nuevos ritmos que llegan con el rock and roll, el pacifismo frente al guerrerismo imperial, las luchas contra la desmanicomialización y el racismo, por el reconocimiento de las diversidades y del feminismo en post de la igualdad entre hombre y mujeres, complejizan el escenario de la lucha de clases, que en muchos rincones del planeta se expresa asimismo como lucha anticolonial y por la liberación nacional, pujantes en Asia y áfrica.

En julio de 1962 Francia reconoce la independencia de Argelia tras intensos años de lucha independentista encabezada por el Frente de Liberación Nacional (FLN). Meses antes se había publicado Los condenados de la tierra, libro del psiquiatra caribeño radicado en Argelia Frantz Fanon, con prólogo de Jean Paul Sartre, en el que el filósofo, dramaturgo y escritor francés escribe –entre otras polémicas afirmaciones-- que las bellas almas europeas son racistas, y que con su humanismo han creado monstruos. Sartre, desde Europa, advierte que el terrorismo ejercitado por la resistencia argelina es consecuencia de las bestialidades francesas perpetradas en su colonia, y que el fusil empuñado por los combatientes argelinos logra matar dos pájaros con un mismo tiro: mueren a la vez un colonizador y un colonizado. Tres años después, en 1965, Gillo Pontecorvo lleva al cine aquella epopeya en “La batalla de Argel” y el modelo de la guerrilla urbana va creciendo en influencia en distintos países.

Para entonces, en Argentina, ya han sido derrotados dos intentos de guerrilla rural: la peronista de los Uturuncos, en 1959 y la guevarista del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), en 1964. Cuatro años después, un nuevo intento de guerrilla rural peronista será desarticulado en Taco Ralo. Para entonces ya se encuentra funcionando en Uruguay la guerrilla urbana del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros.

Los años sesenta culminan poniendo a la Argentina, y a gran parte del mundo entero, en una situación de beligerancia abierta frente al imperialismo.

El lanzamiento, en 1966, de la Revolución Cultural Proletaria en China produce un quiebre al interior del movimiento comunista internacional. Surgen “fracciones chinas” en los PC de varios países y la idea de masas se acompaña muchas veces con una apelación a lo popular y a la capacidad de unificar las fuerzas del proletariado con las de otros sectores en función de librar la lucha nacional/anti-imperialista (cualquier parecido con el peronismo es pura coincidencia).

Para entonces (1967) El Che ya ha realizado su llamado a “Crear dos, tres, muchos Vietnam” y ha lanzado su expedición anti-imperialista por el mundo, siendo su muerte en Bolivia, en octubre de ese mismo año, motivo para que Guevara se transforme en estandarte de las luchas que se sucederán en el mundo entero al año siguiente, en ese 1968 que tendrá su “Mayo Francés” (y sus efectos europeos), su revuelta mexicana, su ofensiva del Vietcong y su insubordinación en Checoslovaquia, que como en la Hungría de 1956, termina con las tanques soviéticos patrullando las calles con sus gentes insubordinadas.

En Argentina, 1968 es el año del lanzamiento de la combativa CGT de los Argentinos, que en puño y letra de Rodolfo Walsh (quien dirige su diario, CGT), publica el 1° de Mayo el “Mensaje a los Trabajadores y al Pueblo Argentino”. La clase obrera tiene un programa para intervenir en el país y no sólo librar la lucha antidictatorial. El mensaje rescata asimismo los Programas de La Falda (1957) y Huerta Grande (1962), otros dos hitos que expresan la radicalización de las ideas de la clase obrera argentina, mayoritariamente identificada con el peronismo. Un peronismo que cada vez más asume lenguajes, prácticas y horizontes que se entremezclan con los de las izquierdas, que ya no se reducen al socialismo y el comunismo de sus respectivos partidos, sino a un amplio campo donde contingentes juveniles y algunos maduros intelectuales, se radicalizan al calor de los acontecimientos internacionales, mientras ven en el país radicalizarse las posiciones de un movimiento obrero (mayoritariamente peronista) cada vez más combativo. La CGT-A, además, logra nuclear a artistas e intelectuales comprometidos con la lucha que libra el pueblo (la Muestra “Tucumán Arde” es ejemplo emblemático de aquella confluencia) y tiende a unificar lucha obrera con lucha estudiantil, proceso que no sólo radicaliza a ambas partes, sino que tiende a unificar el puente roto entre mundo obrero peronista y sectores medios ilustrados.

El propio Perón culmina los años sesenta realizando declaraciones del tipo “si yo fuera joven también andaría por ahí poniendo bombas”, “Ha muerto uno de los nuestros, quizás el mejor” (cuando matan al Che) y “justicialismo es socialismo nacional” (obviamente, no faltaron quienes leyeron el “ingenio del Viejo” para entender que era otro modo de decir nacional-socialismo).

En 1969 se produce el Cordobazo, la rebelión popular con base en la clase obrera, con fuerte presencia estudiantil y territorial, que marca el punto de partida del ascenso de la lucha de masas.

Para entonces ya son varios los agrupamientos (tanto de la “nueva izquierda” como del “peronismo combativo”) que se vienen pertrechando para lanzar la guerrilla urbana en Argentina. La chispa insurreccional encendió la mecha de la estrategia popular de la guerra prolongada.

VII-

Los años setenta logran condensar todo ese proceso nacional e internacional de luchas, de victorias y derrotas, de reflexiones, balances y nuevas perspectivas para continuar luchando por la emancipación social y la liberación nacional.

En Argentina, el régimen cada vez más acorralado acelera su repliegue. Son momentos de debates y nuevas discusiones. ¿Qué hacer? La pregunta leninista se impone al ritmo de las urgencias de cada coyuntura.

Las dos grandes corrientes del movimiento popular se sintetizan en el peronismo combativo y la izquierda revolucionaria. La tendencia revolucionaria del peronismo es hegemonizada por Montoneros, que en 1973 desarrolla un proceso de fusión en el que confluyen bajo ese nombre la propia organización Montoneros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (las FAR, marxistas, que funcionaron como grupo del Che en Bolivia y luego pasan de la izquierda al peronismo y de la guerrilla rural a la urbana), Descamisados y una fracción de las viejas Fuerzas Armadas Peronistas (FAP, los de “Taco Ralo”, que venían de la experiencia de la resistencia peronista). Allí confluyen también muchos destacados escritores e intelectuales de izquierda, como Juan Gelman, Francisco Urondo o Rodolfo Walsh). Más allá de las discusiones, y las diferencias, mayoritariamente optaron por sumarse al proceso de masas que toma en sus manos la consigna del “Luche y vuelve”. 

La izquierda revolucionaria, por su parte, logra un nivel de inserción fabril y de influencia social en sectores medios y populares como nunca había logrado, al menos desde la irrupción del peronismo.

El Partido Revolucionario de los Trabajadores, y su Ejército Revolucionario del Pueblo son la expresión más preponderante, aunque no dejan de actuar grupos de otras corrientes. En la polémica FAR/PRT (que abordaremos con detalle en algún próximo texto), aparecen con claridad las diferentes formas de analizar al peronismo entre ambas fracciones. Tal vez por ello el PRT/ERP no deja las armas luego del triunfo de Cámpora en las elecciones (bajo el lema “Cámpora la gobierno/ Perón al poder”), y si bien no ataca instituciones ni personal vinculado al nuevo gobierno, no deja sin embargo de atacar cuarteles del “Ejército opresor”. La tendencia revolucionaria del peronismo, por su parte, no entrega pero guarda las armas, volcándose en esos meses (pongamos por caso: desde mediados de 1972 hasta septiembre de 1974, cuando Montoneros anuncia su pase a la clandestinidad) a un intenso trabajo de masas, haciendo proliferar y encuadrando trabajo de base ya existente entre las franjas juveniles de las universidades y los colegios secundarios (JUP; UES), pero también en las villas y barriadas populares (JP), las fábricas (JTP) e incluso otros aspectos de la vida social (Agrupación Evita, organización de inquilinatos, de lisiados, de la intelectualidad y el periodismo).

La estrategia de guerra popular y prolongada parece ser compartida por ambas fracciones y el horizonte del socialismo, también, junto con decenas de agrupamientos, de la izquierda y el peronismo combativo, que confluyen ni en el PRT/ERP ni en Montoneros.

Así y todo, esa radicalización se topará con una fuerte presencia social de la “Patria peronista”, para quienes el enunciado “Patria socialista” como equivalente de justicialismo no tiene ningún sentido.

Es importante no reducir el componente conservador al elemento exclusivo del terror. Obviamente la perspectiva proclive a llevar el conflicto hasta el desarrollo mismo de una guerra civil, que pudiera hacer desembocar el proceso ascendente de lucha de clases en un triunfo revolucionario y su consecuente transición al socialismo se topó con el poder de fuego de los componente más ultraderechistas del proceso: la Triple A, que asesinó alrededor de 2.000 militantes desde su aparición a fines de 1973, o el propio poder del aparato de la burocracia sindical. Pero esa reducción puede resultar autocomplaciente y subestimar fuertemente el aspecto conservador presente en el peronismo “a secas”, y no sólo en la ultraderecha (“para un peronista, no hay nada mejor que otro peronista”; “De casa al trabajo y del trabajo a casa”). Está claro que, entre quienes adscribieron a la estrategia de la Guerra Popular y Prolongada y la ultraderecha asesina, había toda una amplia franja de personas habían depositado sus esperanzas en poder sostener una vida feliz en los marcos de un pacto social sostenido en un modelo de soberanía nacional y justicia social.

Que el mundo, para mediados de los años setenta, hubiera cambiado demasiado como para hacer inviable el modelo peronista de la década del cincuenta, pudo haber sido una discusión clara en la vanguardia, pero no parece haberlo sido a nivel popular, masivo. Incluso, quizás, ni siquiera dicha perspectiva estuviera asumida por el propio Perón.

Lo cierto es que la radicalización de los años setenta parece haber sido generalizada, y no es posible reducirla (como muchas conciencia bien pensantes, incluso “de este lado de la barricada”, pretendieron hacerlo en más de una ocasión) a los sectores medios o el accionar de los grupos armados. La coyuntura junio-julio de 1975 lo desmiente, cuando un poderoso movimiento obrero pone en pie experiencias antiburocráticas y combativas en los principales cordones industriales del país. La respuesta obrera ante el Rodrigazo, cuando las organizaciones armadas venían siendo fuertemente golpeadas, así parecen demostrarlo.

El Navarrazo en Córdoba, el Operativo Independencia en Tucumán y el accionar de las Tres A no encuentran sino otra explicación más que la de haber intentando abortar, vía el terror, el proceso ascendente de luchas de clases que se proponía, definitivamente, dar vuelta la tortilla.

VIII-

Sólo la generalización del dispositivo concentracionario en todo el territorio nacional y su expansión por todo el cuerpo social pudieron frenar esas ansias y esa voluntad de cambiarlo todo que sostuvieron las militancias y el activismo tanto peronista como de las izquierdas en sus corrientes revolucionarias, junto a franjas amplias del proletariado industrial y sectores extendidos de nuestro pueblo.

Durante toda la dictadura, y luego en posdictadura, las rebeldías e insubordinaciones populares, los activismos y las militancias poniendo en cuestión el orden vigente, anhelando otras formas de estructurar la vida social, dejaron de estar presentes en la Argentina. Pero ni en las huelgas y sabotajes obreros contra la dictadura, ni los paros sindicales en las últimas décadas, ni las denuncia y las movilizaciones de los organismos de Derechos Humanos (Madres de Plaza de Mayo a la cabeza), ni la emergencia del movimiento piquetero, ni el desarrollo de las organizaciones del precariado, ni las peleas de los feminismos y las diversidades, ni las batallas ecológicas, ni las luchas culturales parecen haber logrado aún reponerse de la profunda derrota de los años setenta. ¿Conservadurismo setentista? Nada de eso. Cualquier idealización del pasado como mejor que cada presente sólo puede reforzar la falta de voluntad y vocación de emprender la lucha necesaria para cambiarlo todo. Afirmar que tras el triunfo vietnamita en 1975, el sandinista en Nicaragua en 1979 y los intentos por desencadenar la revolución en Argentina a mediados de los años setenta, una ofensiva conservadora asoló el planeta, es dar cuenta de la tarea histórica que implica volver a poner en discusión la necesidad de radicalizar nuevamente el peronismo, y las hipótesis de las izquierdas, en permanente búsqueda por encontrar formas de contaminación recíproca.

Los gobiernos populares y los progresistas, así como las rebeliones y alzamientos desde abajo que pusieron a Latinoamérica en el centro de la escena de la Resistencia al Nuevo Orden Mundial en las últimas tres décadas, son el suelo desde el que debemos pensar en recuperar activa y críticamente el “archivo” (histórico/teórico/político) de las luchas de los siglos XIX y XX para, sin resignación, asumir que “tan sólo” han transcurrido dos décadas desde que se inició el siglo XXI.

La lucha, en Argentina y en el mundo, es para cultivar esa impaciente impaciencia que guía toda gran obra. Contribuyamos a gestar el torrente de ese río que en algún momento pueda desbordarse. Por las generaciones del futuro, pero por sobre todo, por las del pasado. Porque como insistió Walter Benjamin, es por los antepasados esclavizados que debemos seguir manteniendo la antorcha encendida. Si estas se apagan, ni siquiera los muertos estarán a salvo. Y ya lo sabemos: este enemigo no ha cesado de vencer.