Memorias de la hoguera

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Memorias de la hoguera

24 Octubre 2016

Por Pablo Russo

Imaginemos los camiones descargando miles de libros en un baldío de Sarandí, en el conurbano bonaerense. Son varios vehículos, porque se trata de 24 toneladas; es decir, 24 mil kilogramos de textos. Hay policías controlando el operativo junto a otros uniformados de las Fuerzas Armadas.

El 26 de junio de 1980 es un día frío y nublado, y a los represores les cuesta encender el fuego. No le alcanzan los fósforos para tamaña hoguera. Entonces, le piden dinero para comprar combustible a los testigos del Centro Editor de América Latina que están allí presentes: Amanda Toubes y Ricardo Figueiras, quienes, naturalmente, se niegan.

Finalmente, a pesar de la resistencia a las primeras llamas de algunos ejemplares con la tapa de El Principito y otros cuentos infantiles, se consuma la barbarie. Otra más de la dictadura cívico-militar que asoló al pueblo argentino entre 1976 y 1983. Esta vez, la tortura no es sobre los cuerpos: las víctimas -simbólicas y reales- son la cultura y el pensamiento expresado a través de la palabra. “Tenía una sensación rara. Era una representación exterior un poco ridícula con todos esos hombres armados frente a la fogata de libros. Además, estaban con esos disfraces enormes para dar miedo, las armas y los camiones volcadores con los libros. ¿Cómo es posible que eso pasara?”, se pregunta la profesora Toubes, ex editora del CEAL bajo la dirección de Boris Spivacow. “Uno de esos disfrazados de malos, con toda esa caparazón, dijo: ‘sáquenme una foto mientras se queman los libros, porque mi patrona no lo va a poder creer’”, agrega Amanda, en diálogo con EL DIARIO durante su visita a Paraná, donde participó del VII Congreso Nacional de Extensión Universitaria.

Ray Bradbury conjeturó, en 1953, una distopía muy similar a la que vivió Amanda en el partido de Avellaneda: Guy Montag, el protagonista de la novela Fahrenheit 451, es un bombero cuyo trabajo es el de quemar libros por orden del gobierno. Leer impide ser felices, sostienen las autoridades de aquella ficción estadounidense, porque al hacerlo las personas comienzan a pensar y cuestionar sus vidas y la realidad que los rodea.

“Constituía un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia”, escribió el genial Bradbury en la novela llevada al cine por Francois Truffaut, a mediados de la década siguiente. En tiempos en los que a un juez federal se le ocurre la posibilidad de volver a encender una hoguera, esta vez para quemar cunitas de bebés, permítasenos hacer memoria sobre las llamas, junto a Amanda Toubes, profesora Normal Nacional de Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires, y especialista en educación popular y de adultos.

–¿Por qué fue testigo de esa quema?

-Fui testigo porque trabajaba en el Centro Editor de América Latina. No era la primera bomba ni la primera cosa que nos había pasado, ya había habido quemazón de libros en Córdoba y prohibición en Mendoza; pero había algo muy personal mío, porque había trabajado mucho con otra gente en el material del Centro Editor, en la Enciclopedia del Mundo Juvenil. Era una muestra de lo que podíamos hacer con matemáticos, físicos, químicos, historiadores, sociólogos, etc., con un trabajo pedagógico de reescritura.

Cuando leí los fundamentos de porqué la atacaban, veía cosas ridículas, pero también vi que los que sancionaban los escritos eran historiadores y sociólogos. No era un policía común o un tipo de servicios; era gente que sabía, porque tocaba justamente esos temas.

Vi que la sanción era la quemazón y que nosotros teníamos que poner un fotógrafo. Soy analfabeta tecnológica, así que iba nuestro compañero Ricardo Figueiras, profesor de historia, y le dije “te acompaño porque quiero ver como queman nuestro trabajo”. Para mí era un hecho social.

Fuimos, estuvimos y vimos. Pero en ese momento la preocupación eran los compañeros que habían estado en el depósito, presos, y que teníamos tanto miedo que se los llevaran los militares. Ese era el verdadero temor. Yo digo siempre: los libros se reponen, la gente no. Recuerdo que tomamos un coche con Ricardo y no hablamos una sola palabra en todo el trayecto, unos 40 minutos, y tampoco hablamos por varios días él y yo; no podíamos. Cuando volví a la editorial al día siguiente, la gente lloraba, y algunos me decían que no, que no íbamos a volver a hacer esos libros. Y así fue, la enciclopedia, por ejemplo, nunca más.

-¿Cuál era el objetivo final de esa hoguera?

-Había una saña sobre la palabra escrita. La palabra oral y escrita es la enemiga para los dictadores y los represores. Que alguien tenga la palabra supone que hay que segarla, hay que quemarla. Era como una hoguera no solamente de libros, sino de la palabra, la poesía, el cuento. No son tan tontos y brutos en algunas cosas, hay algo malvado sobre la gente en ese acto.

-Hace algunas semanas, el juez federal Claudio Bonadío ordenó destruir 60 mil cunitas del Plan Qunitas, luego se frenó la decisión ¿qué reflexión le merece?

-Qué suerte que pueden decirlo en voz alta, que su pensamiento pueda estar en la televisión, en los diarios, que la gente lo escuche y vea que eso lo dice ese señor que es un juez. Me parece una lección para unos y otros. El que se atreva a pensar en la quemazón de la cunita está pensando en la quemazón de los niños, de los padres de esos niños; está pensando en la hoguera. Es la palabra de los poderosos, y no es la primera vez que se piensa en quemar al otro; espero que sea la última. Pero este señor, que suerte que lo dijo en voz alta, así lo escucha todo el mundo: el que lo apoyó, el que lo saludó, que sepa que ese hombre puede quemar cunitas. No es solo libros, es otra cosa: es sentirse el dueño de la vida y de la muerte, eso es lo que está diciendo desde el poder.

-¿Piensa que lo que ocurrió en 1980 puede volver a pasar?

-No, no lo pienso, pero creo que si retrocedemos como sociedad pueden pasar cosas muy serias. Depende de nosotros, de los sectores populares, de los partidos políticos, de los sindicatos, de los centros de estudiantes, no retroceder. No transar en nada.

El Centro Editor de América Latina

Amanda Toubes dirigía la Nueva Enciclopedia Mundo Joven que publicaba el CEAL. El lema del sello era “Más libros para más”. El CEAL, fundado y dirigido por el matemático hijo de inmigrantes rusos Boris Spivacow, era una empresa independiente que llegó a convertirse en una de las editoriales más importantes del continente, con colecciones de calidad y precios populares. Tanto Spivacow como Toubes tenían la experiencia previa de haber trabajado en la editorial universitaria Eudeba. Entre 1958 y 1966, Spicavow fue gerente de esa editorial de la Universidad de Buenos Aires, hasta que el 29 de julio del ´66 fue forzado a abandonar su puesto durante la “Noche de los Bastones Largos”.

Ponerse el país al hombro

En el marco del VII Congreso Nacional de Extensión Universitaria que se desarrolló en la Uader, Amanda Toubes participó el miércoles de la mesa sobre “Derechos humanos e intervenciones universitarias”, junto a Estela de Carlotto y Noemí Labrune. “Me parece que este encuentro es muy importante para Entre Ríos, porque esta universidad, que pudo haber sido discutida en algún momento de su nacimiento, está hecha a fuerza de un pulmón histórico y social que son los institutos de formación docente y la apertura de nuevas carreras. Uno siente un aire de libertad, de compañerismo, y un sinceramiento de la labor universitaria. Por eso hoy pude decirlo en voz alta: creo que vivimos tiempos que yo llamo de revancha y de fiebre amarilla, desde el punto de vista político-social. No sé cómo lo están viviendo desde Entre Ríos, pero desde la Capital Federal es un ambiente realmente desagradable por la forma casi mefistofélica de plantear la realidad. Justamente, el tema de la extensión hace al trabajo de las universidades con los problemas del país: hay que ponerse el país al hombro, y creo que esta universidad está haciendo un muy buen trabajo”, sostuvo Toubes.

La Especialista en Educación de Adultos por la Universidad de Manchester, Inglaterra, criticó la “carrera de títulos” que se dan en las casas de estudio: “hay que rever esta carrera desenfrenada de obligación a los docentes de ser evaluados, de correr detrás de maestrías, tesis, doctorados, etc. No es que no haya que hacerlo, pero hay un trabajo forzado que no es el trabajo de la universidad. Los docentes y científicos de cualquier facultad necesitan tiempo de elaboración y, en extensión, ver los problemas del país. Eso es extensión, no es voluntarismo, ni porque somos buenos hacemos esto por los pobres; es la obligación de la universidad la de trabajar los temas que hacen a la realidad social y política de su entorno. Y eso supone elaborar las estrategias, resultados o soluciones que el país necesita”, afirmó. Sobre los factores que revelan este “tiempo de revancha”, Toubes indicó que se da “con el beneplácito y el voto de muchos. No es que no crea que haya que votar, pero es una democracia falsa, porque las promesas de televisión después no se cumplen en la realidad. No me refiero solamente al gobierno triunfante, muchos partidos políticos se engramparon en esa forma de hablar para tener votos, también es una carrera de votos que es una falsedad, de lo contrario no estaría pasando lo que pasa en el parlamento actualmente: no hay diferenciación de muchos grupos, porque esa no diferenciación supone regalías. Es el juego de la pésima política, porque la política es un bien social y humano que ha costado y cuesta tanto. Las democracias nuestras han sido muy débiles en el siglo XX por las propias entregas, no solamente a los buitres, también a los de adentro que hacen el negocio para beneficiar a otros ricos. Desde la universidad, la única manera es no aflojar sobre los condicionamientos que ponen a los docentes e investigadores. Es, además, un tiempo de reflexión y análisis: hay que hacer el esfuerzo de saber por qué pasa esto”, argumentó.

Fuente: El Diario