Una performance plebeya

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Una performance plebeya

23 Septiembre 2018

Fotos: Majo Grenni

 

Una movilización podría ser descripta como una forma relacional que organiza  la posición de los cuerpos en un momento y en un lugar determinado. Cierta cantidad de cuerpos vinculados por una intensidad, y que producen una situación discursiva. Una marea que funciona como un organismo, como un ente que ha surgido de todos los sitios y de ninguno a través de una larga cadena de complicidades, de posteos y de llamados telefónicos. Y si bien existe en toda movilización un objetivo, o una consigna, todos sabemos  que no opera con la lógica de causa y efecto. No esperamos que ese evento produzca, necesariamente, un resultado inmediato acorde a nuestras expectativas. Sino que vamos, para estar, para compartir, para poner unas palabras en común, para producir un acto político.

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Ocupar un espacio significa en primer lugar investirlo, apropiárselo. El uso distorsivo del espacio que cualquier movilización impone, produce sentidos nuevos. Las avenidas, el subte, los bares se llenan de sujetos de toda estirpe. De trabajadores y de excluidos, de grupos y de solitarios. Toda una humanidad que la época arroja sobre las plazas y las esquinas.

 

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El conurbano avanza sobre Avenida de mayo. Los territorios son  placas tectónicas que se desplazan. Son movimientos lentos, imperceptibles a veces. Acaso un día reviente todo, acaso no. El gobierno mientras tanto parece desentenderse de esta consideración y actúa como si cada movilización fuese un acto inútil, algo que ha quedado sobrepasado por la refundación neoliberal y que por lo tanto basta con ignorar. Es fuerte la sensación de habitar en mundos paralelos con respecto a quienes siguen apoyando este proyecto. La historia de las relaciones entre arte y política es amplia y sobrepasa las posibilidades de estos apuntes, que quieren referirse sobre todo a las prácticas artísticas en el contexto de las actuales movilizaciones populares.

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Por lo pronto, un territorio transitoriamente reconfigurado, transitoriamente fuera de quicio, puede ser una buena charca de cultivo para los activismos artísticos. Lo plebeyo es aquello que es propio de la calle, aquello que no se deja sujetar por la normativa, que se desplaza conducido por fuerzas de direcciones divergentes. El espacio plebeyo no rechaza nada porque rechaza la jerarquización y las tarjetas de invitación.A la hora de entender las intervenciones desde el arte muchas personas estiman que “suma”, o que “anima”  el evento. En cambio, prefiero pensarlas no en términos de suma o ganancia de algo, sino en términos de agregación incontrolada de indecibilidad.

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Justo en medio del mar de las consignas es posible una enunciación de sentidos abiertos que funciones en tándem, o no, con el resto de las posiciones discursivas. Cuando adviene algo del orden de lo poético, sucede donde y cuando nadie lo espera. Esa condición de irresponsabilidad y de azar  está claramente en tensión con los rituales de las manifestaciones sociales. Posibilitar que cierta operación diferente, que cierto modo de habitar el espacio del discurso político forme parte de lo colectivo tal vez no sea poca cosa. Porque en esta coyuntura histórica no nos sobra nada. La tradición oficial imagina a los artistas enfrascados en su alma, ocupados en destilar objetos bellos intercambiables en el mercado. Pero nosotros sabemos que, también, solo tenemos nuestra fuerza de trabajo y que, también, estamos siendo excluidos incluso del mercado miserable que el liberalismos impone. Por eso estamos en la calle, juntando todos los pedazos.

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