Retóricas sublevadas
Por Sebatián Russo l Uno de los más significativos e histéricamente controversiales aportes de Hugo Chavez, y como paradigma del grupo de presidentes denominados populistas, es inundar su discursividad, y acción de gobierno, de un dramatismo teatral. Lejos de ser esto algo cuestionable, inculpándolo de impostura, tal como concibe a la impostura el liberalismo político-cultural (de una Beatriz Sarlo, en su insistente caracterización crítica del luto presidencial, por caso), la teatralidad es lo que permite el potente y traccionador vínculo político-afectivo-popular(1). Para tal ideario liberal, la política debería ser el ámbito que permita y estimule una relación racional entre los representantes y los representados. Pero tal racionalidad no se concibe sin ser pensada a su vez como una/otra puesta en escena, en este caso orientada por una razón aristocrática, instrumental y burocrática. Es decir, que el vínculo se pretenda racional, por un lado, no lo exime de no ser una escenificación de un determinado vínculo político. La razón “populista” incorpora por su parte, y con una naturalidad envidiable y envidiada, tal matriz dramática: una retórica popular que entiende al vínculo (representante/representado, pero al vinculo general) como relación experiencial. En donde los cuerpos, los afectos, las pasiones, no son eximidas de la razón de Estado (ésta, supuesta pulcra, pura, y por tanto, justa, verdadera, por el ideario liberal), sino por el contrario, una razón de Estado emergiendo en tanto cúmulo de pasiones que el “conductor” guía, siendo este derrotero de pasiones encauzadas (“como se pueda” –y en este modismo, anida el complejo vinculo líder/masa-) la expresión de su identidad, su capacidad y singularidad política, y así, la de una era.
Y es también cierta izquierda, sobre todo aquella de raigambre teleológico cientificista, la que eventualmente cuestiona las raíces dramáticas de la política, tildando por ejemplo, de mera pantomima el interés del actual gobierno por los DDHH. Amparándose y dilapidando en binarismo la famosa frase de Marx, sobre la tragedia y la farsa en la que la Historia se expresaría, que no son otras que formas teatrales, y que en este caso sirven para describir los sucesos del 18 Brumario de 1851 de Luis Bonaparte (farsa de la gesta napoléonica de 1799) Aunque siendo Latinoamérica vanguardia política de nuestra contemporaneidad, y no solo por ello, pero la compulsión autodestructiva del neoliberalismo a escala mundial lo hace harto evidente, habría que repensar temporo-espacialmente tales conceptos (de farsa y tragedia, una como la continuación indeseable de la otra), sobretodo en su coexistir dramático, cuestionando la infranqueable frontera entre una “verdad trágica” y una “mentira farsesca”. Habría que preguntarse, así, qué verdades indecibles e invisibles anidan en una tal puesta en escena farsesca, qué de esta retórica nos afecta más allá de su supuesto “ser falsedad”, cuáles los modos de su asimilación, e interpretación, en el marco de una historia insospechadamente trágica, de subsuelos sublevados, naciones subrepticias, ideales soterrados, y así, qué experiencia afectivo-comunitaria cargamos en nuestros latinoamericanos cuerpos castigados, vejados, efusivos, melodramáticos como para asimilar y de qué modo, estas retóricas, que sencillamente se distribuyen bajo un esquema verdad/mentira que sabemos en tanto esquema dual no nos interpela en nuestra experiencia histórica, colectiva, personal. Qué sino imponentes o nimias puestas en escena, más o menos impostadas, fueron el motor de grandes o escuetas gestas, que nos transformaron para siempre, o por un rato, tanto en nuestra vida cotidiana, como en nuestro fluir político-social.
El retorno fantasmagórico de Evita en la voz de Cristina Fernández de Kirchner, por caso, entramándose en esta recuperación regional que carga la verba política de un dramatismo popular, solo puede ser visto como mera “astucia y cálculo”, si se supone a receptores no solo pasivos sino maleables al punto que les es inaccesible “darse cuenta” de ese modulación. Por el contrario, convocar tal espectro a la escena pública, es, además de constituir un diagrama de fuerzas (el signo, es la arena de la lucha de clases -sí, de clases-, nos dicta Miajil Bajtin) un resemantizar una voz, la de Evita, pero con ella, una comunidad de fantasmas convocada de la historia popular, que nunca se fueron, que esperaban los canales del retorno, y que volviendo, nunca lo harán de modo mimético (tal una obcecada racionalidad podría suponer), ni estrictamente como su contrapartida (farsesca) El dramatismo de esa voz que regresa transfigurada, reencarnada, a la vez que no pasiviza sino estimula, conmueve, hace retornar una trama de afectos y pulsiones, y una “razón popular” que rotundamente distingue un “bien de un mal”. Anidando allí una sabiduría macerada en la experiencia vital del oprimido, y que ninguna razón instrumental de “buen gestionador” puede jamás interpelar ni conocer.
He aquí, pues, una suerte de elogio a la impostura. Siendo esta, la impostura, no una mentira (que mal se opondría a una supuesta verdad de la razón técnica), sino la verdad de un drama. El de una nación, una región, una nación de naciones (y nótese –noto yo, en este preciso momento- como nuestras palabras –estas, pero no solo- se dramatizan permanentemente en las metáforas que fluyen en nuestras hablas cotidianas: “Latinoamérica: nación de naciones”, que por ser precisamente metáfora, deviene promesa de un por-venir, tal la raigambre política del lenguaje poético) Y tal elogio, deseamos extenderlo, pues, a uno de los referentes, tal vez el más melodramático de ellos, y tal vez por ello, el más firme en las transformaciones propuestas, de los líderes políticos latinoamericanos contemporáneos, que han hecho carne y escuela tal indisociabilidad de la política y el drama, tal conjunción de la política con las retóricas populares, y que en esa in-escisión, se han inundado en los mares de la liturgia latinoamericana, sus hablas, sentires, pasiones, y clarividencias. Claro está, de Hugo Chávez estamos hablando, y en su honor, estas pocas palabras.
(1) Para ahondar en los vínculos entre Teatro y Política, no se deje de revisar los estupendos trabajos de Eduardo Rinesi. Tanto “Ciudades, teatros y balcones”, como “Tragedia y Política. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo”, entre otros.