Re-cuerdos nos quedamos: sobre "Campo minado" y "Teatro de guerra"

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Re-cuerdos nos quedamos: sobre "Campo minado" y "Teatro de guerra"

30 Septiembre 2018

Por Violeta Micheloni

 

Del 2 de abril al 14 de junio de 1982 tuvo lugar el enfrentamiento bélico entre la República Argentina y el Reino Unido por la soberanía de las Islas del Atlántico Sur comúnmente denominado en nuestro país “Guerra de Malvinas”. En 1982, mi mamá estudiaba el Profesorado de Inglés y mi papá Ingeniería (yo aún no había nacido). En la casa de mis abuelos maternos había un equipo de radio de largo alcance que llegaba a captar la señal de alguna repetidora de la BBC de Londres. Mi mamá, que entendía las noticias en inglés, sabía que lo que salía en la tapa de la revista Gente era completamente falso. No estábamos ganando. Justo en ese año, mi tío cumplía el servicio militar en el liceo militar de San Martín. A principios de junio lo convocan para presentarse en el Regimiento Tercero de La Tablada para ir a las islas. Pero la guerra terminó unas semanas después y nunca llegó a embarcarse. La familia entera revive todavía hoy el miedo que sintió cuando se enteraron de que lo habían convocado.

La anécdota anterior es insignificante, pero, al mismo tiempo, logra interpelar a cualquier ciudadano argentino que viviera en aquel momento y hasta el día de hoy. Probablemente algo parecido pueda suponerse del Reino Unido en relación con esta guerra. No muchas vivencias en las historias personales tienen semejante potencial, el de despertar un sentimiento colectivo. Las obras de la dramaturga, directora de teatro y cine y performer, Lola Arias; que se presentan por estos días en Buenos Aires —la película Teatro de guerra y la obra de teatro Campo minado— tienen ese mismo tipo de inconmensurable potencia y merecen un ojo muy atento.

El proceso comienza en el 2014 con la videoinstalación Veteranos. En línea con trabajos previos de la autora, la obra indagaba la posibilidad de la recreación de escenas vividas en la Guerra de Malvinas por los propios veteranos que las narraban. De esa primera experiencia quedaría Marcelo Vallejo, quien todavía hoy integra el proyecto. Luego, con el apoyo del festival LIFT que comisionó la obra, se desarrolló Campo minado, versión teatral de esa misma experiencia, pero con una intención mucho más arriesgada. Por primera vez excombatientes de bandos opuestos de una guerra eran puestos a trabajar colaborativamente. Finalmente, la película Teatro de guerra, última en llegar, empezó su recorrido en la Berlinale de este año, donde se hizo con dos galardones de jurados.

Lou Armour, David Jackson, Gabriel Sagastume, Rubén Otero, Sukrim Rai y Marcelo Vallejo son los seis veteranos de la Guerra de Malvinas/Falklands (según sus personalísimas perspectivas) que se ven aquí reunidos. Tres de cada bando respectivamente. Los seis compartirán entre ellos y con el público experiencias, fotos y elementos de archivo que gracias a su mera presencia adquieren inusitada vitalidad. Como las de cualquier persona, sus historias están llenas de pequeños detalles. Objetos concretos, acciones, posibilidades y casualidades tejen la trama de sus recorridos que junto con sus testimonios nos acercan un pasado distante, pero, de algún modo, compartido.

Teatro documental, teatro post dramático, la propuesta supera los encastres a los que se la quiera someter. La búsqueda de Arias pasa, en sus palabras, por “sacar al teatro del museo”, inyectarle vida a un espacio marcado por la reposición infinita de obras consagradas que carecen de vínculo alguno con la realidad inmediata. Casi como en las primeras vanguardias será importante unir el arte a la vida, exponer los mecanismos que configuran esas representaciones y descartar la idea de talento a la hora de representar. Con la propia historia y algunas herramientas será suficiente. A su vez, al introducir la realidad en la representación, la relación que el espectador tiene con lo que sucede sobre el escenario se transforma. De la masa amorfa del consumo anónimo y ajeno nos transformamos en comunidad con consciencia de sí, con un pasado compartido.

Una pregunta posible será por qué, tanto en la obra como en la película, el guion es el hilo rector que define lo que los protagonistas manifiestan, es decir, la repetición de unas líneas definidas se elige por sobre la expresión espontánea, documental. Una interpretación posible es que, como ellos señalan, también la guerra les demandó asumir un rol que les era ajeno, un rol que debieron representar en nombre de un deber ser que —como se revela— resultaba difuso. Al regresar a la vida cotidiana ese rol se borra y se transforma en ausencia. Todos cuentan cómo aún viviendo en contextos muy diversos compartieron la vivencia de lo inefable de lo vivido, el estar infinitamente solos con sus historias. En algún punto, entonces, el representar escénicamente las experiencias funciona para ellos como una doble liberación: por un lado, implica la posibilidad de darle carne a lo que era sólo un relato, comunicarlo efectivamente, con el enemigo actuando su rol en frente de todos, y, por otro, los habilita a asumirse como protagonistas de sus propias historias y no como meros números en una tragedia más.

La contraparte de esta decisión lleva a preguntar si, al asumir repetidamente estos roles, su vivencia o experiencia personal se ve también afectada y puesta al servicio de un mensaje delineado por otro. Frente a este costado de la obra de teatro, la película Teatro de guerra funciona como equilibrante. Allí el foco estará en lo temporal, en el desarrollo del proceso que llevó a Campo minado y el acento se pone precisamente en ese tiempo que les fue robado durante la guerra. De la recreación realizada por ellos mismos a la representación de la escena central por jóvenes de la edad que ellos tenían en el momento de la guerra. Ponerlos a ellos y a nosotros como espectadores, a contemplar esa juventud que un poder arbitrario les robó. Gestos y decisiones arriesgados de parte de Arias y, quizás por ello, valiosos. Por otra parte, la película será autorreflexiva, los veteranos plantean sus dudas sobre si integrar o no el proyecto, las audiciones son incluidas en el corte final, incluso las de otros excombatientes que no fueron seleccionados finalmente, es la versión fílmica la que revela hasta qué punto este trabajo artístico resultó transformador para cada uno de ellos.

Toda representación denota una dimensión estética y una dimensión política. Al analizar estas obras en esta dirección, cabe pensar que la dimensión estética lleva a que la legitimación completa de un proceso como este se dé en espacios como el Teatro San Martín, la Berlinale, etc. Lo que inmediatamente resuena e interroga es si quizás no sería adecuado acercarlas a aquellos que vivieron específicamente esta guerra, otros veteranos de ambos países —aunque la afirmación sea aventurada dado lo delicado de la temática— y alejarla un poco de la espectacularidad necesariamente implícita en espacios culturales de élite como los mencionados.