La revolución ecofascista

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La revolución ecofascista

17 Febrero 2019

Por Daniel Mundo

 

 

Quisiera terminar esta serie de notas sobre la localidad de Pinamar que vengo publicando en la AGENCIA PACO URONDO con una definición de lo que entiendo que es el neofascismo o ecofascismo. Me cuesta imaginar a este gobierno como fascista, porque del fascismo tenemos una imagen de tropas de asalto violentas vestidas de negro degollando a niños desnutridos, mientras que acá, no es que no haya violencia, pero es una hiperviolencia invisibilizada bajo una cascada de globos de colores. Lo esencial es invisible a los ojos. Llamo neo o ecofascismo a una estrategia política que, por poner un ejemplo, pretende salvar a la naturaleza cuando la naturaleza ya fue aniquilada, expoliada por los mismos que ahora quieren protegerla. Son los mismos que arengan por el uso responsable de los servicios eléctricos explotando todo lo que se puede al aire acondicionado. Se lamentan por esas cosas que hace la naturaleza de acumular tanta agua inservible en una zona, mientras otras zonas de tierra reseca hace meses que no saborean una gota.

Es un fascismo auténticamente espectacular. Este desfasaje entre realidades deseadas es lo que manipula el ecofascismo, que es tanto un fascismo “ecológico”, como la repetición o el eco de otro fascismo que en su momento eligió un camino equivocado para realizarse. A un siglo de aquellas experiencias, le volvimos a dar a la derecha la posibilidad de manifestarse en toda su voluntad.

Sobre el final de mi adolescencia se decía todo el tiempo una consigna que de tanto repetirse se volvió una especie de chiste: “hay que matar al enano fascista que todos llevamos dentro”. Era también el final de la dictadura. Evidentemente este enano era como un vampiro, o no se lo podía matar tan fácil o tenía muchas vidas. Yo me lo imaginaba como un tipo rechoncho que iba con un martillo enorme rompiendo sueños. Ahora lo veo como una voz inalterable, casi amable, atendiéndome por teléfono mientras la insulto a los gritos. El fascismo se volvió amable. No quiero hablar a lo Guattari, pero cualquier servidumbre, incluso la de uno consigo mismo, encarna un grado de fascismo. Y quién no es siervo en algún momento.

Pero ojo, porque cuando nosotros escribimos “servidumbre” la imaginamos con una experiencia alienante, negativa, injusta. Bueno, puede no ser así. Hay servidumbre liberadora. Podemos elegirla. Obvio, cuando tomamos la decisión, imaginamos que elegimos la libertad. Pero éste es el fundamento de todas las ilusiones que frustran nuestra vida. El fascismo se volvió una mala palabra. Nadie se enorgullecería de que lo llamasen fascista, ni ningún gobierno, que yo sepa, se definiría de este modo. Sin embargo, el fascismo es uno de los tres grandes inventos políticos del siglo XX, el siglo de las masas. Los otros inventos son los campos de exterminio y la Coca-Cola.

La bibliografía especializada diferenciaría al fascismo italiano del nazismo, del estalinismo o del “primer” peronismo, y está bien que lo haga. La presente nota no es el ensayo de un especialista, es tan sólo un intento de comprender lo que está llevando a cabo el gobierno de Pinamar.

Primera definición: el fascismo es un gobierno de masas. Esta definición abre un interrogante difícil de resolver para la élite intelectual: ¿qué es o qué son las masas? De la plaza al algoritmo. Obviamente no puedo responder esta pregunta en este espacio, pero sí puedo sospechar que valiéndonos de conceptos de hace cien años atrás no vamos a ir muy lejos. El fascismo nace de y se opone a la democracia liberal. La disputa se da en términos hollywoodenses: el fascismo es malo, la democracia es buena. Los diferentes fascismos nacieron de las urnas democráticas, y terminaron desbordándolas. Lo que está sucediendo hoy por hoy en el mundo civilizado es levemente diferente, porque el fascismo descubrió que no es necesario la construcción de un líder carismático ni la publicidad de la violencia ejercida para construir poder o para sobrevivir. Más bien para sobrevivir se debe mantener una retórica pacificadora y reconciliadora lo suficientemente atrayente como para impedirnos llegar a la realidad.


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La realidad del fascismo hace convivir en un mismo movimiento polos que idealmente parecen irreconciliables: el extremo más empobrecido, el que está tan excluido que ni siquiera podemos pensarlo como clase, aliado con el otro extremo del arco social, los más ricos y poderosos. Acá, en Pinamar, la mejor opción para el lumpen es entrar a la municipalidad para juntar con un palo de escoba con un pinche en la punta la basura que los turistas abandonan en la arena. El resto de la población, es decir la clase media se convierte en su enemigo. La clase media mira hacia abajo y le agarra vértigo, le tiene terror a la caída. Mira con envidia hacia arriba: si son multimillonarios, ¿para qué van a robar? Así, algunos de estos enemigos se suman a sus filas. Por miedo. Por codicia. Porque creen el discurso fascista, que habla en nombre de la Ley y el Orden (tenía una novia que miraba esta serie televisiva antes de dormir). Son los que escupen para el lado que sopla el viento.

Principio de gobernabilidad de la localidad, entonces: usar la ley sin ningún tipo de contemplación o atenuante, pues la ley está hecha para ser cumplida. Y el que no la cumple, paga. Literal. Lo que el fascismo calla es que esta Ley la hizo él mismo en su propio beneficio. En los fascismos clásicos la policía cumplía un rol muy importante, yo creo que lo sigue haciendo. Este año no mandaron a la costa al ejército de desarrapados de la fuerza penitenciaria bonaerense, que caminaban por el pueblo como zombies con chalecos fosforescentes demasiado grandes o demasiado chicos. Pero pusieron en la puerta de Pinamar un carro policial que es como un bicho negro y pesado que está esperando el momento para saltar sobre su presa. Pura imagen. Nunca se movió un centímetro. No tiene nafta.

El otro día estaba en mi casa y estaciona una camioneta de la policía en la puerta. Siempre que estaciona la camioneta de la policía en la puerta significa malas noticias. Golpean. Era una agente con una botella de agua en la mano, sin agua pero con un bloque de hielo adentro. Me pregunta si le puedo dar agua. Personas como ella darán su vida por mí cuando un malhechor malvado venga a sacarme lo que es mío. Policías se ven poco, pero lo que hay mucho es personal de “tránsito” haciendo multas. Hay una anécdota muy graciosa que me contó el librero del pueblo. Él tiene un Renault 12. Desde hace no sé cuántos años, estaciona su auto enfrente de la galería. Pero un día le informan que allí no se puede estacionar más. OK. El agente de tránsito le dice amablemente que estacione en la vereda de enfrente. Estaciona en la vereda de enfrente. A los dos días le hacen una multa por estacionar allí. Casi sin indignarse llama al agente de tránsito y le pregunta por la multa: “Todavía no nos pusimos de acuerdo sobre todos los lugares habilitados para estacionar”, le responde. ¿Es esto ecofascismo?

El fascismo todo el tiempo nos está invitando a un mundo que parece mucho más lindo, más bueno, más fácil que el que podemos ofrecer nosotros. Es como vivir en una película. La nuestra, en cambio, es una realidad en la que hay que esforzarse por todo. Mientras imponen políticas de explotación y expropiación pocas veces vista, hablan del saneamiento de los fondos públicos y de los beneficios que dentro de poco todos conoceremos. Al tiempo que embellecen las calles con flores y pelotas de cemento, cierran la sala de salud del pueblo, que atiende a cientos de vecinos y turistas. No hay plata. Esto es fascismo.

Como ya sabemos, la creación de expectativas y esperanzas es la gran herramienta para frustrar cualquier alternativa al presente. Podría decir que la derecha es la que la utiliza, pero temo que también la izquierda y el progresismo lo haga. Nos encanta tener esperanzas, imaginar que mañana va a ser mejor y así. Es como que cavamos nuestra propia tumba con las manos porque la queremos decorada a nuestra manera.

La derecha no sólo se apropió de conceptos que tradicionalmente pertenecían a la izquierda, sino que está llevando a cabo prácticas que también pertenecían a la izquierda, aunque sea idealmente. No sólo van a cambiar el sentido de palabras clave, sino que van a cambiar también algo que es mucho más groso y difícil, van a cambiar la manera de pensar esos términos. La derecha tiene el plan más o menos consciente de cambiar los hábitos de la gente, y lo está haciendo. Tal vez siempre lo hizo, utilizando en cada época todos los medios de información a su alcance. La diferencia no sólo es que ahora lo hace democráticamente, la diferencia es que los cambios de hábito que está emprendiendo son los mismos hábitos que la izquierda y el progresismo desea cambiar. Lograron que antagonistas típicos en el cuadrilátero filosófico como parecer y ser, o verdad y mentira, se fundieran en un nuevo tipo de unidad. Lo llaman posverdad. Nosotros lo llamamos hace unos años Fraude, una experiencia donde la verdad y la mentira son inescindibles, indistinguibles. Fraude es la experiencia de la verdad en una época en la que la reproducibilidad algorítmica se volvió lo normal. Fraude no remite a una cosa falsa que ocupa el lugar de una verdadera, porque en el fondo no hay cosas falsas.

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El concepto de posverdad lo patentó M. Heidegger S.A. hace casi un siglo. Los hechos se volvieron una construcción. OK. Inventan noticias falsas para dar cuenta de hechos verdaderos. Y utilizan hechos verdaderos para propalar noticias falsas. Lo que para nosotros es el último acto de una pantomima de gobierno, a ellos les sirve como un adoquín más en el fortalecimiento de la gobernabilidad. Todo el edificio parece endeble como cualquier cosa que se construya sobre un pantano, y sin embargo, funciona. Tal vez el problema radique en que tienen razón. Dadas las condiciones históricas posmetafísicas que vivimos, imaginarse como propietario de la verdad —aunque sea una propiedad ganada de manera heroica— es por lo menos sospechoso. Sólo los ideólogos convencidos y los creyentes con ansias de creer pueden ubicarse en ese lugar.

Lo que digo es que no se trata de renunciar a conceptos y a los hábitos que esos conceptos traen consigo tan sólo porque los utilice el enemigo. Más si esos conceptos son adecuados para comprender la época. Pasa que nosotros hubiéramos debido fundirlos en otro tipo de experiencias que las que están imponiendo ellos. Ellos saldan las discusiones y las grietas que generan a costa de multas, exclusión y empobrecimiento. Nosotros sabemos que no se pueden saldar. No se trata de llegar a un resultado en el que todas, todos y todas estemos de acuerdo. Este ideal de consenso y concordia atenta contra la política. No hay medio de información más falso y tendencioso que los “amigos” de Facebook.

La política no elabora lo real, como creíamos los idealistas, sino que administra los sueños, como dice Raúl Cuello.