La construcción de lo popular en el cine de Leonardo Favio

  • Imagen
  • Imagen
  • Imagen
  • Imagen

La construcción de lo popular en el cine de Leonardo Favio

10 Noviembre 2012

Por Mariela Genovesi l ¿Cómo hablar de los que no hablan, de los que no tienen el poder de representarse a sí mismos, de los que–tal como los definiera Buñuel- son Los olvidados? Michel De Certeau, un filósofo e historiador francés, afirma que la Cultura Popular es afásica porque no tiene voz propia, no tiene poder de nominación, los medios para poder representarse a sí misma. Alguien tiene que nombrarla, hablar por ella, capturarla y convertirla en una representación. De ahí el problema de la Cultura Popular, ella aparece y se muestra siempre a través de otro, un otro que elige qué mostrar y cómo representarla.

Nuestro “otro” en cuestión, es nada más y nada menos que Leonardo Favio. Fuad Jorge Jury - su verdadero nombre- quien nació en un barrio pobre, se crió en un contexto de abandono paterno y conoció los altibajos y conflictos de la miseria. Esa estirpe, esa condición desclasada y marginal, será clave en su forma de entender, de mirar al mundo de lo popular. Mundo que a lo largo de su trayectoria cinematográfica será, no obstante, representado de diferentes maneras.

Del periodo fílmico de los años ’60 – Crónica de un niño solo (1965), El romance del Aniceto y la Francisca (1967)- interesa destacar El dependiente (1969). Película sobre la cual Favio, en uno de sus últimos reportajes, afirmó: “Cuando se recuerde a Favio, El dependiente tiene que estar” porque significaba para él una manifestación de su grado de madurez alcanzado como cineasta y director. En El dependiente, lo popular aparece de la mano de personajes típicos -el almacenero, la solterona, la viuda- y como expresión de la vida en los pueblos del interior. Pero este no es el aspecto central, sino la forma mediante la cual elige mostrar y representar uno de los aspectos fundantes de la cultura popular: la sumisión,  la obediencia y la subordinación al orden y a los cánones vigentes. El sometimiento al cual los sectores populares se aferran para adherirse a las reglas que imponen y manejan otros, pero también, para aceptar lo que en suerte les tocó vivir. El dependiente del almacén, el “Señor Fernández” (Walter Vidarte), espera con mansedumbre la muerte del “Señor Vila”, el dueño. Si el Señor Vila muere, el podrá heredar sus bienes, ser propietario y formar parte del Rotary Club, su ansiado y anhelado sueño. Pero el Señor Fernández, espera, no hace nada, sólo espera. Una espera que es tediosa, cuya monotonía y mezquindad es recreada magistralmente por  la cámara de Favio. En ese proceso de espera, el Señor Fernández conoce a la “Señorita Plasini” (Graciela Borges) a quien corteja cada noche con la intención de desposar. Y ahí tampoco hace nada, sabe que de un momento a otro, si acude a su casa cada noche al salir del almacén, deberá pedirle la mano a su madre –recientemente viuda- porque tanto él como la señorita Plasini saben que esas son las reglas que deben respetar. Siguiendo ese orden, llegarán al final ya obvio del camino “casarse”, como en el caso de la herencia, cuyo final premeditado es la muerte.

La sublevación al status quo, al orden imperante y vigente, llegará en los años ’70 a través de la figura mítica del héroe popular Juan Moreira (1973). Moreira es un gaucho bueno y trabajador que debido a los abusos y humillaciones recibidas por los “poderosos” se subleva ante ellos y se enfrenta a las milicias. Se convierte así, en un desertor, en un “prófugo de la justicia” contando con el amparo y complicidad del pueblo hasta caer, finalmente, en manos del ejército que le da muerte.

Pero hacia el final de esta época y antes de su exilio, estrena Soñar, Soñar (1976) donde introduce un nuevo giro en la representación de lo popular. Aparece ahora la relación con aquellas esferas –el arte, el deporte- a partir de las cuales los sectores populares pueden insertarse y trascender. La trascendencia  de lo popular de la mano de aptitudes artísticas o deportivas que puedan conducir a alguien a salir de la miseria, a superarse y alcanzar el éxito. Emerge así el “sueño” de la fama. Y acá Favio, introduce un elemento genial para crear y darle forma a la historia en su versión cinematográfica: intentará producir un efecto de transferencia entre el plano narrativo y el plano de lo real al elegir a dos “actores” -referentes de un campo (el arte) y del otro (el deporte)- para que encarnen a los dos protagonistas del film. Uno es Carlos Monzón - metáfora del desclasado que triunfa a partir del boxeo- y el otro es Gian Franco Pagliaro – metáfora del inmigrante italiano que triunfa a partir de la canción popular. Monzón es Charly, un chico del interior que trabaja en la municipalidad, trabajo del cual se siente orgulloso a la vez que contento porque le dan “dos trajes al año y una bicicleta”, pero que, no obstante, sueña con ir a la “Capital” y triunfar como artista. “Yo quiero ser un artisssta”, “Carlitos va a ser artisssta” repite una y otra vez. Pagliaro, por su parte, es Rulo, un artista transhumante que va de pueblo en pueblo y que le promete a Charly llevarlo a la ciudad y conducirlo al éxito. Así ambos viven diferentes peripecias, en el ambiente circense primero y en un set cinematográfico después. Pero en vez de éxitos, irán acumulando fracasos, porque Charly no puede hacer actos de magia, no puede tragar sables y no puede ser actor.  Es exótico sí, porque es “negrito”, pero no encuentra la forma de que el “sistema”, el “orden” legítimo del arte lo adopte como figura estelar.

Hasta que con bombos, con bombos sí, de marcha peronista, retorna al cine con Gatica, el mono (1993) película en la que “lo popular” se politiza. El boxeador ahora, no es sólo una metáfora de aquel que pudo abrirse paso en la vida y alcanzar el éxito gracias al deporte; el boxeador, es la metáfora de la lucha popular, de la sangre derramada por el pueblo. Gatica, en el ring side, enfrenta, nockea a su rival; pero Gatica, también en el ring side, es la riña política, el campeón que vence al oligarca – su gran rival fue Alfredo Prada, quien contaba con el apoyo de “las plateas”- y que se debe a su pueblo, a sus seguidores. Poco queda por decir sobre la tan citada escena magistral mediante la cual Favio logra sintetizar esta idea: Gatica vencedor, levantado en alzas, rodeado de banderas argentinas, chorreando sangre y saludando como Perón.