Iggy Pop: un hombre y su legado

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Iggy Pop: un hombre y su legado

14 Mayo 2016

Por Juan Ciucci

Una leyenda del rock (de las pocas que nos quedan) publica un disco con una megabanda por detrás. El resultado puede estar tan cerca del cielo como del infierno, entre las altas expectativas creadas y el aburrimiento del estrellato del rock. Pero Iggy Pop, junto a Josh Homme (Kyuss/Queens of the Stone Age), Matt Helders (Arctic Monkeys) y Dean Fertita (Queens of the Stone Age/The Dead Weather) logran con Post Pop Depression uno de los mejores discos de la década.

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Una obra que suena a despedida para la Iguana, y que lo emparenta con otra de este último tiempo, tanto por su profundidad como por su brillo, de otro héroe del rock que conociera bien: Blackstar de David Bowie.

Es que así como Bowie se despidió a conciencia de este mundo con una obra obscura y trascendente, Pop parece dejarnos una ofrenda que lo recupera en la cumbre de su creatividad. Aquella que el Duque Blanco acompañó en los años berlineses.

¿Qué temas puede enfrentar un hombre al sentir que su hora se aproxima? La muerte y el legado son, pues, los que aparecen en la mesa. “No tengo nada, pero mi nombre” nos dice Iggy, entre melancólico y socarrón. ¿Qué más debería?

Rodeado de las juventudes que continúan en parte su legado, su voz se muestra tan imperfecta como siempre, con su intacta capacidad para arrastrar sonoridades. Y en esta conjunción logran un nuevo estándar en el Clasismo del Rock Siglo XXI, del que Blackstar también forma parte.

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Se me ocurre definirlo como un sonido clásico del rock, en el que se perciben múltiples influencias (pop, disco, soul, punk, heavy) que sin embargo no suena ni a refrito ni a muerte. No es un mausoleo con lo que nos topamos, sino con una obra que puede definir por sí sola al rock, tantas décadas después de su primer grito. Alejados de la ensoñación por las máquinas que dominó el fin de siglo, es también un retorno a los sonidos puros, a su humanidad, quizás como gran aporte de Homme.

Parte de un viaje que recupera los años en Berlín junto a Bowie, a la experimentación sonora. Letras que también hurgan en los deseos inalcanzables, al recuerdo de aquellos tiempos de lucha, como en German days. O a la posibilidad de un cuerpo en movimiento, como con Sunday. Y un cierre con ese sueño eterno, en torno a un retiro pero también a un futuro imposible, como Paraguay. Un nombre, un sonido, unas tierras destinadas a ser el deseo, El Dorado, por siempre.

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También podemos relacionar a Post Pop Depression, desde otro aspecto, con lo que fue el último disco del tercer Rey Mago Berlinés: Lulu de Lou Reed. Allí el gran artista neoyorkino decidió juntarse con Metallica para dejar un testamento de tradición rupturista, para otra casi inverosímil sociedad. Un disco que aún no es valorado con la justicia debida, donde retoma la historia de Lulu para recitarla sobre la pared sonora del metal. Algo que había transitado antes en The Raven, donde recorrió la obra de Edgar Allan Poe.

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Aún sin saber si es la despedida también de Iggy, aunque así suena, va dejando la escena una cofradía que fundó el movimiento cultural más trascendente del Siglo XX. O la que nos hizo lo que somos a muchos. Hoy, aquí y ahora.

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