Gato encerrado: el lenguaje cotidiano como política de la confusión

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Gato encerrado: el lenguaje cotidiano como política de la confusión

15 Agosto 2021

 

Lo propio del saber no es ver ni demostrar,

sino interpretar. Hacer hablar a otro.

(Foucault, Las palabras y las cosas)

El lenguaje nos hace humanos ¡y de qué modo! Tanto que a veces decimos lo que no queremos, trastabillamos con las palabras, olvidamos nombres, malinterpretamos conversaciones. ¿Qué queremos decir cuando hablamos? ¿Qué juegos de poder, qué prejuicios? ¿Cuánta conciencia tenemos de eso que afirmamos? ¿Cuánta prisa en atestiguar para que todo siga igual?

Nos interesa detenernos en un particular traspié del habla. Ciertas palabras, frases, modos discursivos que, aunque cuentan con legitimidad social en su uso, alteran el sentido y nos confunden. Un singular engaño, una farsa, una trampa de la que formamos parte sin ser conscientes de ello, que poco a poco nos convierte en autómatas del lenguaje. Expresiones que en una trama social discursiva van tomando cuerpo para decir a medias, para ocultar sus verdaderas intenciones o para tergiversar su significado.

Hablamos así porque sufrimos y sufrimos porque hablamos mal. El sujeto que padece es el sujeto que mal-dice, no por desconocer los recursos lingüísticos o el rico vocabulario de su lengua, sino porque no ha aprendido a conectar lo que dice con sus consecuencias. El padeciente sufre de frases maltrechas, aforismos ultrajados, adagios indeseables, refranes mal habidos. Dejaremos de penar, de angustiarnos, si entendemos que no se puede vivir bien si se habla mal.

En el interior del dispositivo de tratamiento analítico, estas conversaciones son develadas, puestas sobre la mesa, escuchadas por un otro investido que las traduce, que las acerca al sentido que se produce en el mismo acto terapéutico.

Abordaremos en esta y en próximas notas, algunos modos del cepo del lenguaje. Como en “El gato negro” de Edgar Allan Poe, ese gato encerrado nos delata, nos entrega. “Era primero una queja, velada y entrecortada como el sollozo de un niño. Después enseguida se hinchó en un grito prolongado, sonoro y continuo, completamente anormal e inhumano. Un alarido, un aullido, mitad horror, mitad triunfo, como solamente puede brotar del infierno, horrible armonía que surgiera al unísono de las gargantas de los condenados en sus torturas y de los demonios que gozaban en la condenación”.

La autoestima

(RAE: aprecio o consideración que uno tiene de sí mismo)

Aquel consultante solía repetir una y otra vez como excusándose: “viste que yo tengo la autoestima muy baja”, como si la autoestimación fuera algo completamente concerniente al yo y recargable como un encendedor…

Estamos acostumbrados a hablar así y vamos por la vida diciendo estas cosas ya que nadie nos escucha. Hablar es gratis, balamos con la inocencia de una oveja que trotando va al matadero. Pero, de repente, en medio de ese monocorde murmullo tuitero, de ese cántico coral de misa dominguera, algo empieza a ofrecer resistencia: el síntoma. El mismo que jode y zamarrea; nos lleva al diván de un extraño donde hablar ya no será gratis, tiene causas y consecuencias. Sabemos que el analizante se encuentra en los límites de su propio lenguaje. El deseo freudiano es el de encontrar los límites del lenguaje de cada uno, para trascenderlo. Ese también debe ser el deseo del analista.

Autoestima es una palabra que tiene buena prensa. Allí donde exista una palabra asentada en los anaqueles del sentido común, políticamente correcta, es necesario cuestionarla.

La “autoestima “o el amor propio van a ser renombrados por Freud en 1914 como narcisismo, haciendo referencia al mito de Narciso (érase una vez un hombre que se miraba en el lago, se admiraba y embelecía pensando que era otro, pero cuando intenta acercarse al agua para besar a ese otro, cae preso de su amor y muere ahogado) Diferencia narcisismo primario y secundario. Dice que el primero es un estado originario, universal y estructural en la constitución psíquica, y se encuentra anterior al yo como unidad, entre el autoerotismo y el yo.

Imaginen a un recién nacido con hambre, ese que se pega al pecho materno cabeceando a ciegas como un pajarito, hasta que lo toma con fuerza y succiona. Y ahí está esa mujer, con su geografía de acantilado, su cansado pasado repleto de amores falsos que no hacen más que pronunciar la hendidura y un porvenir comprado y asegurado en un shopping de la capital. Ahí está el niño, con ojos de asombro, con esa mirada que cautiva el hocico del tiempo, la eclipsa, y mientras las caricias se funden con la leche y las palabras, el pequeño demanda más, y repite la experiencia de saciar su hambre con calostro y Eros. Madre y niño se confunden, se hacen uno y así fue en el comienzo de los tiempos. Dios-madre lo alojó en el paraíso, lo amó como un rey, lo protegió del frío, del hambre, de la sed, del dolor, de los otros, del infierno humano. Si hay un lugar donde siempre vamos a querer volver, una vez arrojados al mundo, será a ese estado de nirvana.

Entonces ni tan “auto” ni tan otro, la estimación es en los términos del “entre”. Y podríamos enumerar algunas palabras que van en esta serie (resiliencia, insight, self, entre otras) donde se teje la ilusión de un sujeto que puede procurarse las cosas por sus propios medios, de un Yo fuerte, constituido, operativo, objetivo, etc. En las lecciones de introducción al psicoanálisis, Freud nos va a recordar el por qué no comienza enseñando la teoría del inconsciente del lado del Yo del enfermo, como lo intenta A. Adler. Freud nos advierte: “De hacerlo así, habríamos corrido el peligro de no llegar a descubrir lo inconsciente, dejar pasar inadvertida la gran importancia de la libido y apreciar los hechos de un modo idéntico a como lo hace el Yo del enfermo, al cual no podemos considerar como juez imparcial, pues siendo el Yo el poder que niega lo inconsciente y lo reprime, no está capacitado para formular un juicio equitativo”. En textos posteriores llegará a la conclusión de que el Yo no es siquiera dueño de su propia casa. ¿De dónde vendrán las intenciones actuales de empoderar a un Yo de esa manera? ¿Será que los caminos de la meritocracia trascendieron los límites del tener y están jugando en el territorio del ser? El capitalismo intenta por todos los medios convencer a los hombres de que son islas en medio de la nada, que nadie afecta al prójimo con sus pensamientos, sus afectos y sus acciones. Sin ir más lejos, pensemos que los que enarbolan la bandera de “libertad” en plena pandemia son los mismos que antes estuvieron de acuerdo con la doctrina Chocobar.

El psicoanálisis, discurso de la resistencia, está para recordarnos quienes somos…ese sujeto dividido que no llega a ser uno.

A sabiendas de que el narcisismo primario es un lugar de paso, Joan Manuel Serrat escribe en este soneto un mensaje a las madres completamente alejado del cursi discurso capitalista de que madre hay una sola y debe ser venerada como una santa toda la vida:

No es que no vuelva porque me he olvidado

de tu olor a tomillo y a cocina

de lejos dicen que se ve más claro

que no es igual quien anda y quien camina.

Y supe que el amor tiene ojos verdes

que cuatro palos tiene la baraja

que nunca vuelve aquello que se pierde

y la marea sube y luego baja.

Supe que lo sencillo no es lo necio

que no hay que confundir valor y precio

y un manjar puede ser cualquier bocado.

Si el horizonte es luz y el rumbo un beso

no es que no vuelva porque me he olvidado

es que perdí el camino de regreso.

Mamá…