Después de la infinitud: acerca de Los espantos de Silvia Schwarzböck

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Después de la infinitud: acerca de Los espantos de Silvia Schwarzböck

12 Noviembre 2016

Como la Revolución Francesa determina el horizonte de la política en el siglo XIX y
la mayor parte del siglo XX, y sitúa la noción misma de revolución en posición
de criterio político fundamental, otorga al mismo tiempo al infinito un alcance político:
lo erige en soporte de la maximalidad en la voluntad y el pensamiento políticos.
J.C. Milner, Controversia

Por Martín Ara

Un texto de filosofía argentina constituye en sí mismo una rareza. Y más inquietante nos resulta aún cuando logra articular una nueva gramática filosófica, una lengua conceptual tan polémica como categórica. Este es el caso de Los espantos. Estética y postdictadura, primera publicación de la colección Cuarenta Ríos, esfuerzo conjunto de la editorial Las cuarenta y de los directores de la revista El río sin orillas, Gabriel D’Iorio y Diego Caramés.

Silvia Schwarzböck, autora del texto, se propone pensar allí aquello que el subtítulo indica, esto es, la postdictadura, entendida esta no simplemente como un período histórico (aunque ciertamente lo es) sino sobre todo como las supervivencias, los restos que quedan de la dictadura toda vez que su victoria fue disfrazada de derrota. Tal victoria es, indudablemente, económica, pero esta tesis solo puede ser pronunciada en el campo intelectual postdictatorial por quien ocupa un lugar liminar en ese Salón literario que se conforma a partir de 1984: Fogwill, quien al describir a la dictadura como operación banquero-oligárquica-multinacional, pasa a asignarse el rol del “ilustrado oscuro”, a quien se autoriza implícitamente a pronunciar aquello que los otros no están en condiciones de señalar.

Sin embargo, la hipótesis de Schwarzböck consiste en sostener que la victoria de la dictadura no fue simplemente económica, fue también y sobre todo, existencial. No basta con pensar en la destrucción del aparato productivo, el endeudamiento, la ruleta financiera; lo que la dictadura instala con victoria disfrazada de derrota es un horizonte vital: la vida de derecha como única vida posible. Efectivamente, el siglo XX se encontró atravesado por esa dialéctica entre vida de izquierda –que en el extremo de la lucha de clases asume la figura del guerrillero, la vida partisana- y vida de derecha –entendida como vida burguesa-, siempre bajo el horizonte del fantasma del comunismo acechando como posibilidad de fundar una vida emancipada. La derrota del comunismo a nivel mundial fue anticipada en Latinoamérica pues el campo de concentración, dice Schwarzböck, implicó la muerte de la vida de izquierda. La vida de derecha es lo que la dictadura instala victoriosamente, aunque al funcionar como presupuesto del lazo social en el horizonte postdictatorial, no termina de ser puesta en cuestión de manera acabada. Sin su contrapartida, la vida de derecha se transforma y resulta extemporáneo hablar de vida burguesa. La lengua política adopta rápidamente un color moral y se “buenifica”, identificando en la dictadura el “mal absoluto” (aunque ese mal es la vida militarizada y la suma de crímenes y atrocidades cometidos por el terrorismo de estado, pero no los intereses económicos que se defendían de ese modo).

Ahora bien, otra de las particularidades de Los espantos es su enfoque: como lo señala el subtítulo, la vía de entrada a la comprensión de la postdictadura es estética. Y, si esto es así, es porque la estética habilita pensar el problema (con Adorno y luego de él) en términos de verdad y de no verdad. Esto le permite a Schwarzböck pensar de otro modo una vida de izquierda que no conoció. Era una vida, la de izquierda, tensionada por dos infinitos: por un lado, el del Estado (“toda guerrilla constata, para su propio espanto, la infinitud del Estado: ni el monte, ni la selva, ni la villa, precisamente por parecérsele, replican el estado de naturaleza” p. 29), y por otro lado, el infinito del Pueblo irrepresentable portador de la vida verdadera (emancipada) en nombre del cual se lucha, aunque tal vida es precisamente indefinible. Por su infinitud, el Pueblo que se invoca desde la clandestinidad es sublime, pues desborda los sentidos. La agrupación armada imagina al Pueblo “con atributos estéticos propiamente modernos, que combinan en una sola imagen la infinitud y la totalidad”.

Si la infinitud, a partir de la idea de Revolución, fue como dice Milner en el epígrafe, el soporte y criterio político central (pues la infinitud implica lo inconmensurable, lo que no ingresa en el juego de intercambio y, por lo tanto, lo que puede operar en términos de verdad), entonces la derrota de la vida de izquierda es también la victoria de la finitud, esto es, de la economía por sobre la política. “La economía es la que introduce la finitud en la política”, dice Schwarzböck en un artículo del número 5 de El río sin orillas, donde se anticipaban algunas ideas de Los espantos. Y es que para la vida de derecha postdictatorial el Estado ya no es infinito (aunque sí, tal vez, sea infinita la deuda, que constituye la base del lazo social así como de la subjetivación y, porque no, del Estado cuando deviene neoliberal). El Estado vuelve a ser pensado, bajo el horizonte de la vida de derecha, como Deus Mortalis, como finitud, como lo que puede desaparecer.

Es necesario volver a pensar una y otra vez al Estado y Los espantos se atreve a hacerlo, sabiendo que ya no puede hablarse con la misma lengua que resultaba apropiada cuando el fantasma del comunismo todavía acechaba. Si en aquel entonces, el accionar represivo del Estado se dejaba pensar a partir del secreto y el ocultamiento, desde los años 90, dice Schwarzböck, se instaura un nuevo régimen de la apariencia: la explicitud. La paraestatalidad se vuelve interna al Estado y toda la serie de individuos y prácticas que quedan de la dictadura y que protagonizan la “racionalidad nocturna” de lo estatal, generan más terror mostrando de modo explícito su poder que ocultándolo.

Tal vez no podamos evitar el sabor amargo (y el terror, claro está) una vez finalizada la lectura del texto de Silvia Schwarzböck. Aún así, este libro, que casi no tiene con quien discutir (todavía), abre un horizonte de intelección posible para nosotros, los Niños Mierda (como los llama el texto), aquellos que no vivimos la dictadura, o que tomábamos el Nesquik y mirábamos la televisión mientras la vida de izquierda era aniquilada en los campos (o mientras Menem firmaba los indultos y se abrazaba con Rojas). Los desautorizados para hablar sobre la dictadura ya tienen su texto.