Canto de nadie: Alfredo Zitarrosa
Elegimos para recordar a Don Alfredo, una entrevista en la vuelta de su amargo exilio madrileño, aquel que le impidió continuar desplegando su avasalladora creatividad. Contó alguna vez, que hasta que no pisó suelo americano no pudo volver a componer.
Esta entrevista aparece publicada en el sitio La música de Santa Fe, y fue realizada en 1983 en la ciudad de Rosario. No falta mucho para que LA PACO le brinde un justo homenaje al Maestro Zitarrosa, con un especial que este a la altura de su historia.
El exilio de Alfredo Zitarrosa empezó a morir en Rosario, Por José Luis Cavazza
Pocos artistas infunden el respeto de Alfredo Zitarrosa. Haber estado frente a él en el desaparecido bar Imperial, en Rosario, fue como estar compartiendo una mesa con un prócer. Imagínense comer una pizza con San Martín un momento antes de que el Libertador cruzase la cordillera de Los Andes. Bueno, Zitarrosa se disponía a volver a su Montevideo querido después de muchos años de exilio. Eran tiempos de euforia, con militares volviendo a sus cuevas, pueblos enteros en las calles y varias democracias latinoamericanas restablecidas o a punto de reinstaurarse.
Sólo en este marco de efervescencia era posible encontrarse con un Zitarrosa locuaz y feliz, que confesaba la triste experiencia del exilio pero al mismo tempo imaginaba cómo iba a ser el primer día en su pronto regreso al Uruguay. El cantor, tal como anunciara en esta entrevista, volvió en marzo del 84 a Uruguay y una multitud lo fue a recibir al aeropuerto de Montevideo. Cinco años después, en enero de 1989, a los 52 años, Zitarrosa murió en una clínica de la capital uruguaya. Algunos amigos dijeron que “de tristeza”.
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La entrevista con Zitarrosa tuvo lugar en octubre de 1983 y fue publicada por el entonces diario Rosario.
Medianoche del viernes y el bar Imperial, en Corrientes y Santa Fe, está repleto. Elegimos la última mesa vacía que queda, sobre un rincón y a un paso del pasillo mugriento que da a los baños. Alfredo Zitarrosa le acomoda la silla a su mujer y después espera que yo tome asiento. Un caballero. Lo único que queda intacto de su recital de hace una hora en el teatro Fundación Astengo es el pelo lustroso y engominado. Ahora lleva un pantalón oscuro y un pulóver azul de cuello alto. El traje negro de compadrito, con su pantalón de listón gris en cada lateral y su saco de solapa de gamuza probablemente esté viajando rumbo al hotel.
A Zitarrosa se lo ve feliz, lo que no es poco teniendo en cuenta la pretérita melancolía que rodea a su figura como un aura. La razón de tanta alegría es que minutos antes del recital recibió una información desde Montevideo que decía que la dictadura uruguaya había levantado la prohibición de difundir sus canciones en los medios, el paso previo al regreso a su tierra natal.
Pedimos gaseosas y Zitarrosa, encendiendo el segundo cigarrillo negro en diez, advierte: “Usted pida vino si quiere. Sabrá disculparme, pero en el exilio dejé el trago por una cuestión de fuerza mayor…”.
“Yo me siento anticuado y me siento un viejo arriba del escenario, cantando cosas del pasado, más o menos significativas y expresivas, de un acontecer que es del pasado”, dice el autor de “Adagio a mi país” en el comienzo de la charla. “Me faltan las canciones del ahora. Espero que, al volver a Uruguay, mi pueblo me dicte las canciones del futuro. Además, la cercanía me va a hacer muy bien y tendré mucho por aprender… posiblemente voy a encontrar alguna canción digna de nuestra gente”.
-¿Qué significa el levantamiento de la prohibición de la difusión pública de sus canciones en Uruguay, que acaban de informarle aquí en Rosario?
-En lo personal marca que ha llegado el momento de regresar a mi país, más allá de que, obviamente, se trata de una medida que han tomado a favor del clima político que se ve en Uruguay y básicamente a partir de la lucha de nuestro pueblo y de todos los partidos políticos, que están dispuestos a transitar el camino hacia la democracia. El ascenso de esas luchas populares marca el inicio de un régimen de derecho que, supongo, vendrá el año que viene. Yo volveré a fines de marzo, y si me permiten cantar voy a tener que someterme a las reglas de juego que ha establecido la dictadura en materia de recitales.
-¿Qué es la palabra exilio en su vida cotidiana?
-Es un gran pesar. Yo he sufrido mucho el exilio. Soy de los que no encontraron su cara positiva, lamento decirlo pero es la más pura verdad. En el plano artístico no fui capaz de crear con continuidad en el exilio. Espero que sea mi pueblo el que me nutra y realimente mi caudal creativo. La experiencia del exilio para mí fue muy dura. Lo fue para todos, pero afortunadamente la gran mayoría, tanto cantores como dirigentes políticos y gremiales, asumieron el exilio en forma creativa. Yo, en cambio, no pude hacer eso, es muy poco lo que pude hacer afuera. Mis actuaciones públicas en Italia, Australia, Canadá, Estados Undos, Costa Rica, Panamá, México, Venezuela, Perú, Argentina y por todos los lugares donde anduve, tenían el carácter de denuncia puntual de lo que sucedía en nuestro país.
-¿Qué es lo peor de la nostalgia?
-La nostalgia lo inmoviliza a uno y lo peor es que se puede transformar en adictiva si se habitúa a ella. No hay que acostumbrarse a la nostalgia, y el exilio, a veces, puede transformarse en una mecedora de este tipo de sentimientos.
-¿Eses sentimiento lo tiene a menudo?
-Muchísimo.
Enciende el último negro del paquete y se queda en silencio. De su cabeza se desprende un mechón de pelo negrísimo y seco que cae sobre la frente. El cabello engominado y lustroso ahora se ve tieso, como a punto de iniciar una rebelión en lo más alto del edificio Zitarrosa.
-¿Qué opinión le merece el nuevo canto popular uruguayo? Me refiero a músicos como Leo Masliah y Luis Trochón, entre otros.
-Pertenece al movimiento de la nueva canción más importante que acontece en América latina, en los últimos tiempos. Tan importante como lo fue el movimiento brasileño de los años 40. Es sorprendente e inesperado, gracias a solistas como los que usted acaba de nombrar, entre tantos otros músicos. Leo Masliah es muy original y un gran músico. Además, la reivindicación de la murga, que es la voz del pueblo uruguayo, ahora especialmente tiene un peso político importante.
-En ese flujo y reflujo de gobiernos democráticos en América latina, ¿cuál cree usted que es hoy la misión del trovador popular?
-Estar juntito al pueblo, al ladito, atento a lo que pasa. Eventualmente, tiene una responsabilidad política: cuando otros no pueden hablar, el cantor se las arregla para decir algo, para mantener viva la llama, latiendo en el ánimo de la gente. Además, fíjese que la historia no es circular, no se repite. Son ciclos que van es espiral y que ascienden, pese a que el enemigo de nuestro pueblo siempre es el mismo y que vamos a independizarnos más tarde o más temprano, no caben dudas.
-¿Cómo imagina su primer día en el regreso a Montevideo?
-Obviamente me voy a encontrar con los amigos y con ellos haré, sin ninguna duda, lo que ellos digan. Lo más probable es que vayamos a algún boliche y, aunque yo dejé trago, de todos modos uno me voy a tomar. Quiero reunirme también con mis niñas, a las que veo poco últimamente. Estoy deseando ver un partido de Peñarol, aunque sé que están pasando cosas raras en el manejo del club. Parece ser que por andar mal económicamente han aceptado dinero de la secta Moon, razón que yo ya tengo para desafiliarme. De todos modos, mi corazón sigue siendo aurinegro. El cuadro va a salir adelante (risas) y se va a olvidar muy pronto de la secta Moon. Estoy deseando reunirme con la gente de allá, comer con los amigos, jugar al truco, que es muy distinto al que juegan ustedes acá… Aquel es más complejo y mentiroso y jamás se juega por dinero. A nadie se le ocurriría jugar al truco por planta, sólo por el cafecito…
Su mujer vuelve de la calle con un paquete de cigarrillos. Zitarrosa se reanima. Pedimos una pizza y otra ronda de coca cola. Entonces, Alfredo se interna en una larguísima explicación de las diferencias técnicas y filosóficas entre el truco argentino y el uruguayo.
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