Ana, a través del espejo

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Ana, a través del espejo

12 Noviembre 2016

Por Juan Manuel Ciucci

Es difícil no hablar de uno al hablar de ella, les digo a lxscompañerxs cuando asumo la difícil tarea de escribir estas palabras ante su partida. Ana Amado ha dejado algo en nosotrxs, creo, indeleble. Desde algún comentario en una clase, que uno a la distancia confunde con cualquier otro encuentro con ella, pues nunca tuvo ni la solemnidad ni la somnolencia en su quehacer docente; a sus textos desde el cine, para el cine, por el cine; o sus intervenciones políticas y polémicas, estéticas y artísticas.

Asumía un modo del hacer y el pensar fascinante, que nos guiaba por senderos que ella misma desconocía y que indagaba con una curiosidad creativa que nos transportaba más allá y más acá de la mera realidad. Quien se aventura al conocer, no tiene temor ni pudor ante lo que desconoce sino la firme voluntad de ensanchar un poco más su horizonte. El abismo venía a su encuentro y ella lo recibía gustosa, sabiendo que de allí encontraría otra vez, o quizás esa, una enseñanza que le permitiera ahondar en sus deseos, sus sueños, sus invocaciones.

Recuerdo su amor, su placer, por Yasujirō Ozu, y cómo esa mirada encantada fascino la mía propia, hacia una cinematografía que me era absolutamente desconocida y que de pronto enraizaba en lo más profundo de mí ser. O su pasión por Favio y la veo navegando por la Casa del Bicentenario en esa muestra/universo que recreó, en tiempos más felices que el presente. O su risa elegante, sincera, encendida, que abría las búsquedas para luego encauzarlas con mayor densidad.

Recuerdo un final pésimo que ante ella di y que sirvió para que entendiera todo lo que hasta allí no había comprendido y comprender todo lo que estaba por venir. Un encuentro en los patios del Museo del Libro, una tarde primaveral, cuando al vernos en grupo nos deslizó un “qué lindo verlos juntos, complotando”, como al pasar. Y cruzarla una noche en el Club Matienzo, que parecía un no lugar para ella, pero que con su presencia cobraba una intensidad de la cual siempre carece. Allí Ana, brillando, brillante, siempre.

Su legado pone en querella a los saberes académicos enquistados, a las prácticas artísticas complacientes, a los gestos críticos ensimismados. Obliga a repensar, como era ante su presencia, los dichos de todxs, por todxs, ante todxs. Porque siempre existe un hilo del cual seguir tirando, sin miedo a que se corte y caiga el mundo por error. Más bien hay que intentarlo, sigilosamente, hasta la fascinación. Sigamos al conejo, nos queda mucho por visitar.