9D: Estado de Vanguardia

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9D: Estado de Vanguardia

16 Diciembre 2012

En la previa del Día Internacional de los Derechos Humanos y de la Democracia, el Gobierno Nacional convoca a Plaza de Mayo a una Fiesta Popular. Los anuncios nuca terminan de evidenciar qué es lo que ocurrirá. Se saben los nombres de algunos artistas, y se sabe el motivo que nos convoca. Pero desde el inolvidable Bicentenario, la expectativa es honda no sólo por el poder de convocatoria que expresa el kirchnerismo, sino también por acto de cual seremos partícipes.

Si nos permitimos observar con un amparo estético estas fiestas multitudinarias que el Gobierno Nacional organiza, la lectura del acontecimiento cobra otros matices. No es sólo la importancia de la multitud que se reúne a escuchar la palabra de la Presidenta, suceso de suma intensidad en un espacio tan basto y superpoblado. Los concurrentes se mantenían en un atento silencio, a la espera de la palabra de Cristina. Y respondían enérgicamente a sus interlocuciones con los canticos que de un modo espontáneo u organizado surgían.

No deja de asombrar, a quienes hemos conocido etapas previas pero recientes de nuestra política nacional, los riesgos estéticos y comunicacionales que exhibe en estos actos multitudinarios el kirchnerismo. No es sólo que hayan aparecido nuevas tecnologías que permitan esos riesgos (podemos pensar en las tecnologías que permiten el mapping sobre la Casa Rosada o el Cabildo), sino el uso que de las novedades se hace. Las pantallas que ocupan puertas y ventanas de la casa de gobierno, logrando una interactuar con el discurso y los artistas que ocupan el escenario, sería impensado años atrás.

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No sólo porque ha recuperado su lugar la Rosada como punto de encuentro del poder popular, sino porque los poderes estatales que conocimos, reaccionaban timoratos ante los edificios que los albergaban. Podemos pensar también en la propuesta museológica que la Presidenta encaró en Casa Rosada, como parte de la transformación que ha vivenciado ese espacio del poder publico. Esas pantallas en la puerta de la casa de gobierno, podían proyectar imágenes tan variadas como las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, o niños pobres de nuestra Patria profunda. Y esa presencia, inscripta sobre la superficie del edificio emblemático del poder, transforma tanto lo que cita como el lugar en que eso es citado.

La imagen, imponente, llega a toda la plaza, y reproduce la idea de una casa abierta, de un gobierno que incluye aquello que permanecía ajeno. Ese riesgo es el que permite esa comunicación masiva, el que construye esa imagen necesaria para la gestión del poder.

Podemos pensar esto mismo de la teatralidad que encarnan propuestas como Fuerza Bruta. Esos cuerpos que en los aires recuperan las ideas libertarias, transformadoras de esta época que transitamos. Las tensiones que experimentan, el riego del vacío, de la unión que permite la plasticidad del conjunto de cuerpos danzantes. Que llegan a tocar a la Presidenta en ese escenario que miles ven desde la plaza, y otros tantos desde una imagen televisada. Ella se les acerca, los toca y los besa, a ellos, cabeza abajo, colgados de una grúa inmensa que los transporta por los cielos de esta histórica plaza. Una desmesura que podría fallar, que podría sonar incomprensible: este grupo de humanos volando por los aires, y saludando a Cristina sobre el escenario.

Pero este relato que también es el kirchnerismo, los incluye, permite que comulguen con las banderas, las voces y los cuerpos que ocupan la plaza desde hace horas. Esa muchedumbre con practicas militantes diversas, y que enmarcados por la tradición de las movilizaciones, nunca habían visto nada parecido. Ese dialogo, potenciado por la presencia unificadora de Cristina, transforma ambas partes. Esa monumental puesta en escena, permite romper las barreras del escenario, del discurso presidencial, de las vallas contenedoras. El espacio se vuelve común; aquellos vuelan sobre todos nosotros, que somos parte de esa igual pertenencia, no sólo a esta plaza, sino al espacio político que la convoca.

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Riesgos varios, como ese himno con aires de cumbia, malambo y electro pop, que podría indignar a fervientes defensores de los estandartes de la nacionalidad. Partimos de aquel alboroto por la versión de Charly García, que hoy también el Gobierno Nacional utiliza en sus actos, a esta apertura del cancionero patrio a los ritmos variados de nuestra cultura. Es que ahora, al tener Patria, podemos comprender que esos bienes que celosamente protegían aquellos que destruyeron nuestra Nación, pueden cobrar múltiples sentidos. Ya no necesitamos resguardar partituras, porque no es allí, en ese pasado almidonado, dónde descansa nuestra nacionalidad. Es este presente el que nos da Patria, y esa vanguardia que el Estado encarna, no sólo en política, sino también en la estética política que lo representa.