Proscripción, peronismo y la necesidad de una nueva síntesis popular

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    Concentración por Cristina condenada_Juli Ortiz_18.06.25
    Foto: Juli Ortiz
PERONISMO EN EBULLICIÓN

Proscripción, peronismo y la necesidad de una nueva síntesis popular

24 Junio 2025

*El autor es Presidente de la Comisión de Desarrollo Cultural e Histórico “Arturo Jauretche” de Río Cuarto.

La plaza volvió a hablar, y con ella una parte del subsuelo vivo y doliente de la patria. Una vez más, ante el ataque oligárquico, una porción del pueblo se agrupó en defensa de una figura que -con más o menos votos que antes- conserva el centro de gravedad simbólica del movimiento popular argentino. El fallo de la Corte Suprema contra Cristina, que la condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, no solo constituye una aberración jurídica: representa, en toda línea, una operación de proscripción política. Pero el problema excede largamente a una persona. Está en juego la posibilidad misma de que el pueblo argentino se piense a sí mismo como sujeto político, y no como rebaño disponible para las decisiones del poder económico y judicial.

La proscripción de Cristina no sólo encarna una ofensiva judicial y política del bloque de poder económico real que ha quebrado el pacto democrático en Argentina; también actúa, en los hechos, y como efecto secundario, como un mecanismo de congelamiento del proceso histórico del campo nacional-popular. No se trata solo de excluir a una dirigente: se busca anclar al peronismo en un tiempo clausurado, el de 2015, sin saldar sus contradicciones, sin actualizar sus representaciones, sin reconfigurar su estrategia. En lugar de propiciar una discusión fecunda sobre liderazgos, organización y rumbo, el movimiento es arrastrado hacia un estado defensivo, identitario, que inhibe la síntesis y la renovación. El resultado es una política paralizada, atrapada entre la nostalgia y el cerco externo, incapaz de asumir críticamente su propio ciclo para proyectar una nueva mayoría histórica.

Y es aquí donde aparece el dilema central: cada ataque contra Cristina reactiva una adhesión profunda. La plaza se llena, la liturgia se pone en marcha, y la unidad vuelve a construirse alrededor de una épica de resistencia. Pero esa reacción, justa y emocional, no puede reemplazar la discusión política. La Argentina no está solo bajo ataque: está bajo ruinas. Y para reconstruirla hace falta algo más que lealtades afectivas. Hace falta un proyecto colectivo lo mas amplio posible.

Porque si el campo nacional no reconstruye su inteligencia estratégica, si no rehace su vínculo con los sectores populares, si no recupera la calle política, si no ordena un programa y una nueva síntesis que aprenda de sus límites, la proscripción será apenas la excusa perfecta para ocultar las propias debilidades.

En ese marco, la disputa con Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires pone de manifiesto una tensión estructural que merece atención y prudencia: el progresivo vaciamiento de autoridad política de quienes cuentan con legitimidad electoral efectiva, en favor de operadores sin representatividad directa, pero con poder delegado por cercanía simbólica al núcleo de conducción. Que el gobernador de la provincia más populosa del país quede marginado de las decisiones estratégicas sobre el armado político no puede leerse como un dato menor, ni tampoco como una simple interna circunstancial. Obliga a preguntarse: ¿qué idea de conducción se está sosteniendo y que intereses se están anteponiendo? ¿Qué tipo de verticalismo permite excluir del debate a un actor central del dispositivo político con tal de preservar el control del aparato?

Sin estridencias ni dramatismos innecesarios, conviene advertir que ese tipo de lógica tiende a encapsular al movimiento nacional en un modo de funcionamiento que, lejos de ampliar su base de sustentación, la estrecha. Cuando se confunde lealtad con obediencia automática, la plaza con el país real, y la épica identitaria con una hoja de ruta, se corre el riesgo de perder de vista lo esencial: el pueblo no demanda liturgias cerradas ni fidelidades tribales, sino respuestas concretas, vocación de mayoría, sensibilidad social, organización territorial y horizonte estratégico.

La Cámpora y ese núcleo dirigencial, cerrado sobre sí mismo, parece vivir encapsulado en una lógica de autoconfirmación (y autosatisfacción) permanente. Confunde la intensidad de una movilización con la legitimidad de una mayoría social. Cree que una Plaza colmada -movilizados con razón y pasión frente a la proscripción- equivale a un mandato popular amplio, cuando en realidad es un reflejo de la densidad afectiva de un sector, no del consenso de una sociedad.

Lo de la movilización frente a la condena a Cristina no puede interpretarse como un cheque en blanco a la línea dura del cristinismo, ni mucho menos a su hijo. El pueblo defendió a CFK frente al ataque judicial, el peronismo estuvo ahí para su defensa, pero jojo!, no respaldó automáticamente una estrategia política que atrajo un sinnúmero de derrotas electorales que aún hoy no encuentra responsabilidades, salvo el dedo inquisidor que apunta al "pueblo desagradecido" y algún que otro "traidor". Confundir una reacción defensiva con una validación estratégica sería un grave error.

No llegamos a Milei sólo por la persecución de los grupos de poder. Llegamos también por las limitaciones, errores y soberbia de quienes gobernaron entre 2019 y 2023. Incluso mucho antes también: La ruptura con la CGT en 2011, el sostenimiento del impuesto a las ganancias que castigó a los asalariados y el sabotaje interno a la candidatura de Daniel Scioli en 2015 que puso a Macri como nuevo presidente reflejan una creciente desconexión entre conducción política y representación real de las mayorías. A esto se sumó, en 2019, la decisión unipersonal de Cristina Fernández de designar a Alberto Fernández como candidato a presidente, anunciada por redes sociales, sin discusión interna ni construcción colectiva. Si bien la jugada fue eficaz para derrotar a Macri, su posterior deslegitimación desde adentro del propio espacio revela no solo el límite de las decisiones verticales, sino la falta de compromiso con el rumbo que se eligió. Más allá de su eficacia táctica, el proceso que siguió fue políticamente irresponsable, y sus consecuencias aún condicionan la posibilidad de construir una conducción legítima, amplia y duradera.

Si no se asume esa parte de la historia, no hay posibilidad de reconstrucción ni de síntesis superadora. Y si el peronismo pretende salir de esta encerrona con candidaturas dinásticas, sin renovación ni discusión profunda, no habrá proscripción que explique la derrota: será autodestrucción.

Sostener una conducción es también habilitar pluralidad, debate, síntesis. De lo contrario, lo que se preserva no es el liderazgo, sino el encierro. Por eso, más que una disputa de nombres, lo que se juega en este momento es una concepción de la política. Y conviene, con serenidad, dejar que los hechos hablen, si, pero con honestidad intelectual invocar a un análisis crítico, para ver si la dirigencia está a la altura, o no, de las circunstancias que impone esta etapa crítica en nuestra historia política nacional.