Para no quedarse fuera de la Historia (II)
En La Tecl@ Eñe l En ciernes. Epistolarias(1) es una revista compuesta por cartas (propias, pedidas, recuperadas) dirigida por Alejandro Boverio, Luciano Guiñazu, Hernán Ronsino y Sebastián Russo.
Cartas sobre la Mesa I
A poco de cumplirse diez años del momento político fundamental-fundacional del 2001, el histórico triunfo del kirchnerismo en las últimas elecciones, nos (auto)exige escribir estas “cartas sobre la mesa”. Recuperando tanto el gesto epistolar, con lo de personal y político que esta escritura tiene, como el de la urgencia, e insidiosa prepotencia de ubicarlas (arrojarlas) allí, sobre la mesa.
Buenos Aires, 4 de noviembre de 2011.
Querido Boverio;
La intensa carta de Lucio me disparó algunas ideas que, retomo, y prolongo en estas palabras. Plantea, Lucio, como dice, que deja sentadas sus bases. Y que este momento historico es un momento cargado de potencialidad en el que hay que pensar y discutir los límites de un proyecto. Ese, creo yo, es el gran debate. Este momento es un momento coyuntural, dice Lucio, pero por eso no deja de ser peligroso. Dice Lucio: “reflexionar sobre las posibilidades de continuidad de este llamado modelo nacional, sobre los modos de esa continuidad y sobre los debates que hoy es necesario poner en juego en pos de lograr esa fomentada y anhelada profundización”
Por lo tanto creo que el debate entre Sarlo y Galasso pierde de vista el gran eje de discusión que plantea la coyuntura.
¿Cuánto de peronismo hay en la construcción, en el armado del kirchnerismo? ¿Cuáles son sus límites?
Octubre fue un mes cargado de referencias simbólicas para el movimiento popular y nacional. El 17 de octubre, las elecciones presidenciales con un triunfo histórico de la presidenta, el primer aniversario de la muerte de Kirchner y la condena a los genocidas de la ESMA, a los asesinos entre otros, de Rodolfo Walsh.
Uno de los ejes centrales del kirchnerismo es la intervención política sobre el plano simbólico del campo nacional y popular. El kirchnerismo ha sabido recuperar, restañando las heridas abiertas por la dictadura y profundizadas, luego, por el menemismo, un discurso, una palabra política y la consolidación, a su vez, de una memoria. En ese lenguaje simbólico está la gran potencia progresista del kirchnerismo. Pero, a la vez que funciona con un efecto profundo para el tejido social el discurso simbólico, es decir, la ampliación de ciudadanía, funciona también una base material que – si bien ha restituido el circuito productivo, recuperando a los sujetos que el capitalismo necesita – tiene una lógica mucho más moderada que el discurso simbólico.
Por lo tanto, pensar en la herencia del peronismo es pensar en los límites del kirchnerismo. La trama que sostiene al movimiento está tejida materialmente, en las provincias, por liderazgos conservadores: Gioja, Soria, Insfrán, Scioli. Y, por otro lado, hay un discurso emitido por el liderazgo de Kirchner, primero, y de Cristina después, que recupera ciertas tradiciones nacionales y populares, ciertos espectros progresistas. Esta construcción es, primero, la herencia del peronismo, y, sin dudas, el gran desafío del kirchnerismo para repensar sus límites.
Desde hace unos meses se escuchan discursos, palabras que tienden a ubicar, a poner en su lugar los entusiasmos progresistas. Cristina, por ejemplo, hace unas semanas dijo: “Yo nunca pretendí ser revolucionaria, siempre fui peronista”. Ayer, en la reunión del G20, con una libertad inusual y conmovedora en sus palabras para decirles a los líderes del mundo que han fracasado por no saber resolver la crisis financiera mundial, Cristina dejó expuesta la contradicción que define al kirchnerismo y que, a su vez, lo sigue haciendo funcionar en la matriz peronista: “Hay que volver al capitalismo en serio”. Allí, en esa tensión del discurso en el G20, en la potencia simbólica, en la libertad para decirles a los lideres del mundo que han fracasado, por un lado, y, por otro, en la expresión – que generó, incluso, dudas antes de ser manifestadas en la conciencia de la presidenta, "quien me viera hoy en mis tiempos de universitaria hablando de volver al capitalismo en serio" – que el capitalismo está desbocado y hay que volver a un sistema de producción y de consumo. Allí está la tensión entre la base material, moderada, y el discurso, la palabra que recupera la vitalidad de la militancia y de la conciencia progresista. La palabra que conmueve. Zizek, en una nota – curiosamente – publicada hoy en Clarin, dice que “el capitalismo es el auténtico problema”. Muy distinto, entonces, es el gesto de Cristina en el G20 al de Rafael Correa en la Cumbre Latinoamericana, retirándose frente a la presencia del Banco Mundial. En Correa hay una palabra progresista que refleja una base material progresista o que intenta serlo.
El desafío está en los límites y en la posibilidad – cierta y concreta, hoy, después de las elecciones de octubre – de superar las tensiones propias de una construcción peronista. El kirchnerismo es el actor político que puede, después de tantos intentos, dar ese giro dialéctico para salir, como dice Matías Roderio, de la biblioteca de Perón. La contradicción entre lo material y lo simbólico es la contradicción del peronismo. Esa herencia está hoy atravesando la identidad kirchnerista.
Un fuerte abrazo,
Ronsino.
Buenos Aires, 7 de noviembre de 2011
Compañero Russo:
Siempre creí que la verdadera crítica se expresa en el modo de la urgencia, una urgencia que no puede, sin embargo, dejar de lado una consideración general del tiempo, o de los tiempos. ¿Cómo juzgar este tiempo? Creo que entre todo lo que compartimos con los compañeros de En Ciernes, no es menor el pensamiento de que la crítica debe orientarse no hacia el cuestionamiento de toda experiencia posible, sino más bien al de la experiencia real (con sus límites, sus nervaduras e intermitencias). Es la experiencia real de esta época de la que partimos y que queremos considerar para pensar sus contorsiones y evaluar, entonces, nuevas trayectorias. Y este tiempo se encuentra tensionado, como todo tiempo, entre el pasado y el futuro.
En ese pasado, sin dudas, está de manera prominente el peronismo. Lo bueno y lo malo del peronismo.
¿Qué relación tenemos nosotros con el peronismo? ¿Y con su liturgia? Te cuento algo que creo no haberte comentado nunca. Sabés la importancia que tuvo mi abuelo en mi formación intelectual y el afecto que le tuve siempre. Pues bien, mi abuelo era un socialista bien pensante, lector de Juan B. Justo, del mejor Ingenieros. Un libre pensador, digamos, que era un activo afiliado al partido socialista. La vanguardia llegaba todos los meses a la casona de mis abuelos. Entonces, claro: muy crítico del peronismo, sólo le faltaban las bananas para que entrara en el terreno de la zoología, como decía el viejo Viñas. De chico siempre fui sensible de ese malestar que le provocaba el peronismo, sólo con el hecho de nombrarlo. O tal vez insensible, así son los chicos a menudo. Entonces a veces lanzaba un jocoso “¡Viva Perón!” o, en un cumpleaños, me ponía a cantar el Qué los cumplas muy felices entonándolo con el ritmo de la marcha peronista. No sabés cómo se ponía. Nada mejor para que yo siguiera haciéndolo. ¿Cuántos tendría, doce, trece años? Algo así.
Si al Bombita Rodríguez de Capusotto le fue muy bien entre los jóvenes con todo ese delirio peronizante es porque intuyó asombrosamente eso que algunos sentíamos cuando éramos chicos: el peronismo no tenía sentido para nosotros y debíamos apropiárnoslo de alguna manera. No sabía, de adolescente, con todo lo que me estaba metiendo cuando lo vaciaba de sentido. Hoy, si bien no sé en qué punto del equilibro entre la infancia y la madurez me encuentro, sé que no me gusta Bombita Rodríguez. Sin embargo no lo despacho por el absurdo. Si me gustan las obras de Daniel Santoro, en las que hay una fibra de absurdo compartida con Capusotto, es porque al mismo tiempo hay en ellas cierta dimensión de lo siniestro que de alguna manera tensiona ese absurdo trágicamente. Eso no sucede, creo, con Bombita Rodriguez: es un absurdo que no convoca el resto trágico que poseen esos símbolos y nombres con los que trabaja, atravesados por la sangre.
Nosotros no experimentamos el peronismo histórico, por lo que no sé si tenemos derecho a expresarnos sobre las decisiones individuales que se han tomado en relación a esa época histórica, en ese momento. Me pregunto qué sienten los jóvenes, incluso más jóvenes que yo, cuando cantan la marcha peronista. ¿Qué los atraviesa? ¿Qué los hace cantar eso? Es algo que se me escapa. Yo no puedo cantar la marcha peronista: la siento ajena.
Pienso que no puedo cantarla porque creo que la experiencia actual tiene que superar los límites del viejo peronismo, idea que comparto con Hernán, que expresa sutilmente, como siempre suele hacerlo, en la carta que me envía. Creo, también, que Cristina Kirchner es más honesta que Perón, ya que nunca dijo otra cosa en relación al destino de la economía política argentina: el kirchnerismo busca un “capitalismo en serio”. Ya desde la entrevista que Di Tella le hace a Kirchner, antes de las elecciones de 2003, estaba sorprendentemente anticipado el rumbo que luego tomó su gobierno, como alguna vez señaló Ronsino en una de nuestras reuniones en el bar Río. Ese proyecto asumía los modos, por decirlo de alguna manera, de un neo-desarrollismo productivista. El gobierno actual parece continuar en la misma senda. En la cumbre del G20, marca Hernán en su carta urgente, la presidenta dijo con todas las letras que había que terminar con el anarco-capitalismo financiero para sustentar un capitalismo desarrollista y productivista que genere empleo.
Creo que allí no hay ninguna contradicción en el nivel del contenido enunciativo kirchnerista. La presidenta dice lo que siempre dijo. No hay en el kirchnerismo, ni materialmente ni en el contenido de sus discursos, una aspiración a superar el capitalismo. Quizás sí hay una cierta tensión entre el tono militante de los discursos con su contenido. Así puedo entender la tensión que siente Hernán. La tensión entre tono y contenido, es quizás lo que caracterice al kirchnerismo, como me decía hoy a la mañana un querido amigo en el bar Británico (no te digo quién es porque puede ser inoportuno nombrarlo, pero me pregunto: ¿en qué medida codifica el registro de la escritura de nuestras cartas el hecho de que sepamos que van a ser publicadas?).
¿Pero cómo conjugar, por otro lado, el “combatiendo al capital” de la marcha peronista y el discurso que, en agosto del ´44, Perón da en la Bolsa de Comercio como Ministro de Previsión y Trabajo? En el peronismo histórico sí había una contradicción discursiva en el nivel de contenido de los enunciados, que podrá justificarse como astucia (¿y qué otra cosa es la política?, se nos podrá decir). Pero esa contradicción de Perón yo no puedo tragarla. Tal vez por eso no pueda cantar la marcha peronista.
El límite que me parece que, en primera instancia, debería superar el kirchnerismo es, por un lado, dejar de pensar la Nación en una equivalencia con la forma Estado. El decisionismo estatalista que ejerció hasta ahora el gobierno kirchnerista puede justificarse, creo yo, si entendemos estos ocho años de kirchnerismo como un período de transición. Ahora debería pujarse, sin embargo, por una ampliación de los procesos de decisión, dándole espacio a las bases movimientistas no burocratizadas. Sino creo que la historia dirá que el kirchnerismo murió con Kirchner.
El otro límite creo, es el de cometer el viejo error del peronismo histórico, que se repetirá en el peronismo revolucionario: confundir “pueblo” con “kirchnerismo”. Esa identificación cierra y no abre. Si tenemos esperanzas en este proceso histórico es porque creemos que abre en muchas dimensiones que ya hemos charlado, pero entre ellas quiero destacar una fundamental que no sé si alguna vez te la planteé, pero creo que es el motor que hace avanzar a la época. Y esa dimensión es eminentemente política y no, como dicen algunos opinólogos, económica. Si el gobierno ganó con el 54% de los votos, eso es por razones políticas y no meramente por razones económicas (el supuesto “el viento de cola” que tendrían los oficialismos). Un breve argumento para ello: el kirchnerismo en 2009, con una situación económica semejante a la actual, obtuvo aproximadamente el 33% de los votos a nivel nacional y perdió en la provincia de Buenos Aires. En dos años subió 21 puntos a nivel nacional y en la provincia superó por 40 puntos al que había ganado en la anterior elección. La situación económica, sin embargo, es la misma.
Esa dimensión política del kirchnerismo, fundamental, no para ganar elecciones solamente, sino para hacer avanzar la época, creo que está dada por cierta tensión entre el ubicarse en el poder y, al mismo tiempo, en la revuelta. Eso se vio de manera meridiana en la Cumbre de las Américas de 2005, en Mar del Plata: en el mismo momento en que sucedía la cumbre, se organizaba un acto masivo de repudio al ALCA cuyo primer orador era Chávez. Ayer, charlando con Germán García, él me decía que eso no es ninguna novedad, que eso es el peronismo desde siempre, y me mandó a leer su artículo de Literal, que ya había leído: “El matrimonio entre la utopía y el poder”. Yo creo que, tal vez, si en efecto -como dice García- ése fuera el proceder del peronismo, esa dimensión que asume el kirchnerismo no es un límite sino su proyección futura. (Y abro un paréntesis, un poco en honor a vos, que te gustan tanto los paréntesis: Germán García me comentó que leyó Glaxo, y dice que es una de las mejores novelas que ha leído en el último tiempo, junto a Los topos de Bruzzone. Yo siempre creí lo mismo, pero cuando uno es tan amigo de alguien, como sucede con Hernán, duda si la amistad no tiene algo que ver con nuestro juicio, pero después de todo pienso lo siguiente: claro que tiene que ver, ya que la amistad y la escritura van siempre tan juntas, al extremo que se disuelve toda diferencia en su diferencia).
Creo que es la crítica la que debe marcar esos límites que te comentaba, en este nuevo período que se abre con el contundente triunfo electoral. Y no para situarse en un punto de vista prístino y puro, que juzga siempre desde afuera, sin hacerse cargo de las condiciones reales e históricas en las que se vive, sino para aunar el compromiso con una autonomía siempre necesaria. Cierta tradición opuso la autonomía al compromiso. Yo me pregunto: ¿cuándo fue posible darse uno sus propias leyes sin ensuciarse las manos?
Un gran abrazo,
Alejandro Boverio