Herencia y sucesión K: si se apaga Balderrama, por Matías Nielsen
Hace muy poco la Presidenta revalidó su gestión por un margen histórico y ganó la posibilidad de continuar su mandato por cuatro años más bajo la promesa de “seguir profundizando”. Los escribas de la derecha quedaron fuertemente desconcertados por la contundencia del triunfo. ¿Sabrán ellos acaso, que todas las balas que disparan, no sólo no le pegan al Gobierno sino que son ellos mismos quienes terminan heridos? Ahora han optado por seguir el consejo de José Ignacio De Mendiguren: “Se acabó la hora de confrontar, es la hora de incidir”. Al poco tiempo Nelson Castro, por ejemplo, recogió el guante y comenzó a plantear casi diariamente, cuánto quiere él que a este gobierno le vaya bien. La pregunta entonces, es hacia dónde vamos.
Primero exploremos brevemente de dónde venimos, simplemente desde la perspectiva de quienes aún no cumplimos los 30. Los últimos años de la primaria fuimos testigos de los llantos de nuestros padres a causa de la hiperinflación. Durante toda la secundaria sufrimos las políticas menemistas y al calor de la defensa de la educación pública fuimos formando cierta conciencia política y social, y deportiva ya que casi siempre había que salir corriendo a causa de las balas de goma y gases lacrimógenos de la Policía. Se sentía como el boxeador que retrocede pegando, pero retrocede.
Así llegó el 2001 y muchos explotamos, sentimos fuego en las venas y tuvimos, por primera vez en la vida, esperanza real de un mundo mejor. Rápidamente llegó un desconocido de la mano del capo di tutti capi, el Cabezón. La desconfianza en ese flaco desgarbado, como dice José Pablo Feinmann, se transformó pronto en desconfianza en el criterio y la experiencia propios, en el momento en que Fidel desde las escalinatas de la Facultad de Derecho de la UBA y le dice al pueblo argentino y latinoamericano: “Aún no son conscientes del golpe que le han asestado al neoliberalismo”. Al poco tiempo, la ESMA pasó a manos de las organizaciones de DDHH como un espacio para construir el futuro sin olvidar el pasado.
Ahí se gestó la llamada transversalidad, ya que como una línea que atraviesa cielo y tierra, dejó a peronistas de un lado y del otro, al igual que a radicales, comunistas, socialistas, sindicatos, empresarios, religiosos y un sinfín de organizaciones sociales. Había nacido un nuevo movimiento tan diverso como inorgánico: el kirchnerismo.
Sin prisa pero sin pausa, el nuevo gobierno Nacional y Popular comenzó un proceso de transformación inédito, y los que nunca habíamos creído comenzamos a creer, mientras que los que ya no creían, volvían a hacerlo. Más allá de las opiniones de quienes no están de acuerdo, los que queríamos, en grandes líneas, una patria grande, justa, libre y soberana fuimos quedando más cerca, de un mismo lado, hermanados en una causa. Aquel fue el sentimiento reinante. De otro lado, los que habían saqueado el país, asesinado a la generación de nuestros padres, las grandes corporaciones, el imperialismo, la oligarquía.
El que viviremos luego del 10 de diciembre será el tercer mandato consecutivo de kirchnerismo, y al parecer el definitorio. Néstor ya no podrá suceder a Cristina porque pasó del atril a la eternidad, en las banderas y corazones de millones de argentinos y latinoamericanos.
Quedan por delante dos cuestiones fundamentales: Construir el frente político nacional, popular y democrático que la Presidenta llamó a construir en el Estadio Huracán, y lograr el andamiaje legal para que las medidas alcanzadas en estos 9 años se vuelvan irreversibles.
Cristina ya no puede ser reelecta. La oposición, totalmente desarticulada. El establishment está dividido entre quienes quieren influir y quienes aún intentan confrontar. En lo que aparece como un principio de desmezclamiento, referentes kirchneristas, o eventuales aliados empiezan a mover las fichas del tablero de un lado hacia otro, aún con delicadeza, en vistas al 2015. Aparece de pronto el Cristinismo. Queda por delante, la batalla más difícil y la que siempre hay que tratar de evitar: la intestina. Esa es la batalla a la cual incluso San Martín prefirió sortear, lo que no significa que la batalla no se haya dado.
Si el rumbo se detiene, comienza el retroceso. Quienes aún duden sobre los desafíos por delante y antepongan sobre ello sus propias reivindicaciones sectoriales o sigan paseando por la feria de vanidades, deberían pensar tal vez, a dónde iremos a parar, si se apaga Balderrama y el tren de la historia se detiene nuevamente.