La Canción de Barrios Bajos, por Carlos Sanfelippo

La Canción de Barrios Bajos, por Carlos Sanfelippo

05 Marzo 2012

El gobierno de Alfonsín estaba a punto de terminar, envuelto en una híper inflación que golpeaba fuerte en la percepción y el bolsillo del ciudadano. Incluso, en algunos sectores, esa vorágine de precios, era valorada más negativamente que las leyes de obediencia debida y punto final. La defensa de la democracia no fue fácil por aquellos años y el clima de algarabía y libertad que se vivía en aquel diciembre de 1983, era prácticamente imposible de mantener.

La música, expresión de la cultura de un pueblo, marchaba al ritmo del acontecer político social. La canción de protesta marcó a fuego la guerra de Malvinas y el fin de la dictadura más sangrienta que se vivió en la Argentina. Desde el punk con Los Violadores y desde el Rock más pesado con Riff y V8, se pidió más acción al pueblo para que dejen de meterle el dedo en el culito. El baile descarado de grupos como Los Abuelos de La Nada, Virus o Los Twist, la apertura que provocó Charly con su “Clics modernos”, los nuevos peinados y tendencias que trajo Soda Stereo, marcaron los primeros años de democracia.

Al término del gobierno radical, Carlos Menem se sentó en el sillón de Rivadavia. Con la convertibilidad, en pocos años, detuvo la sangría de aumentos de precios, creó un paraíso para unos pocos, donde el acceso a bienes hizo perder de vista la fragilidad del modelo y, mientras tanto, la pobreza y la marginalidad crecían a pasos desgarradores.

Un sinfín de jóvenes vieron como sus padres se quedaban sin empleo. Sufrieron en carne propia lo complicado que estaba el ingreso al mercado laboral. Los que lo lograron, lo hicieron con sueldos indignos y otros tantos en negro. Mientras tanto, la educación y la salud, que parecían garantizadas para todos en la Argentina, dejaron de estar al alcance. Pobreza, marginación, criminalización de la condición social se convirtieron en marcos habituales para millones de personas. Las políticas nacionales no se mostraron interesados en integrarlos. Hasta allí fue el rock.

Conocido como “Rock Barrial”, grupos musicales, comenzaron a cantar la realidad vivida en los barrios, las villas, los lugares alejados de las luces del centro. Esos sectores que no viajaban a Europa ni a Disney y que no entraban en ningún discurso oficial, fueron expresados por las voces de otros (en casi todos los casos, iguales a ellos), que con melodías simples y directas, pero con una poesía representativa, de denuncia e integración, lograron captar a esos pibes que no tenían alguien que los escuche, los entienda y los reivindique.

Así nació una nueva expresión cultural que fue mal recibida por la industria musical, los críticos especializados, los grupos musicales ya corporizados, los consumidores de canciones banales, los dueños de la educación, los dictadores de lo nacional. Todos juntos, desde su lugar de elite, se encargaron de defenestrar a una música sincera y de catalogarla como grosera, de poco vuelo, de tres tonos, de agresiva, de incitadora hacia la violencia y el consumo de drogas, anti institucional, anárquica, entre otras acusaciones. Salvando la distancia, la llegada de los “cabecitas negras”, refugiados y comprendidos por el peronismo, causó el mismo rechazo en las familias patricias asentadas en Buenos Aires 70 años atrás. Los inmigrantes latinos, que buscaron trabajo en la década menemista, también fueron señalados inquisidoramente por una sociedad hipócrita. A todos ellos, el rock barrial supo contenerlos.

No es de extrañar que estas bandas hayan sabido llenar estadios, hacerse de un grupo de seguidores leales. Otros géneros, como la cumbia, sufrieron la misma persecución desde las elites y la misma fidelidad desde aquellos que se sienten representados. A principios del siglo XX, el tango fue el que cantó la realidad social del inmigrante, del trabajador, del explotado, del conventillo. Años después, perdió su peso social, y fue aggiornado por el sistema.

¿Qué es lo que cantaba el Rock Barrial? ¿Por qué se hizo masivo y peligroso para la comodidad de la cultura nacional? En 1991, La Renga hace circular un casette que se llamó “Esquivando charcos”. La canción que abre la placa dice:

“En tu andar veo mi andar, y somos los mismos de siempre.

La soledad, como un disfraz, te vende entre la gente.

Hay un cartel, te invita a entrar, adentro suena rock caliente…

La banda suena, te veo brillar, no soy tu solución, pero sí un mejor disfraz”.

Creo que está clarísimo. Quizás, La Renga, desde el escenario, no pueda mejorarle la realidad diaria al pibe que lo va a ver, pero sabe que allí estará entre iguales, que no estará en soledad, y que su presente, será disfrazado de alegría y libertad, al menos por un rato. La inclusión y la representación están dadas desde la primera canción de un primer disco. ¿Cómo ese joven no va a serle fiel al que canta su cotidianeidad, esa que otros quieren mantener oculta?

En el rock barrial, no hay resignación. Quizás no se encuentre el camino para cambiar un presente impuesto. Es probable que en los primeros años del género, no se haya siquiera buscado la forma de modificar la condición. Pero sí había un claro llamado a la felicidad. Uno también tiene derecho a sonreír, a enamorarse, a sentirse orgulloso de su persona, de su hogar, de su presente. Lo que uno tiene, lo ganó. No lo robó ni se corrompió para conseguirlo. El “pobre”, es mucho más rico que el poderoso, porque su valor es la honestidad, principio que en los 90 fue devastado por los sectores dominantes.

Quizás, en este disco revelador de La Renga, la canción que mejor refleje el valor cultural que el rock barrial posee, sea “Voy a bailar a la nave del olvido”.

“Hoy voy a bailar a la nave del olvido, olvido mi gotera y mi ración criminal.

Perfumes baratos, ambientes picados. Discos rayados, yo quiero despegar.

Hoy voy a bailar a la nave del olvido, olvido a mis hermanos, estampitas de estación.

Vení morocha, que vamos a dar una vuelta al chaperío .

La Perito está desierta y la luna se ha posado sobre los techos de Pompeya”.

Pompeya no es Recoleta. Techos de chapa no son casas en countrys. Perfumes baratos no son aromas de Dolce & Gabbana. Igual, nada impide el beso de los enamorados, el abrazo en la noche, el calor del amor sincero. No iremos a comer platos internacionales, pero la luna hoy es nuestra, está sobre la Avenida Perito, aquella que caminamos habitualmente de la mano.

Poco tiempo después, el grupo Heroicos Sobrevivientes, también pionero del rock barrial, escribía otras líneas con el mismo sentido, en la canción “Amor de bajos fondos”.

“Ya estoy bajando, estoy desbarrancando, estoy necesitando de algún amor.

Y alcanzar ese tren que me lleve hasta los bajos fondos.

Y a buscarte para amarte otra vez.

Y una vez más tu amor, dame tu amor, nena, hasta que salga el sol.

Lloraremos juntos cuando nuestros sueños se desvanezcan al amanecer.

Vos guardaras las cosas que vivimos en el corazón ”.

Cierta resignación habla de la consciencia de clase. Esa que el rock barrial no puede solucionar, pero que, al menos por una canción, puede hacer olvidar.

Años después, grupos como Viejas Locas, Los Gardelitos, La 25, Callejeros, Jóvenes Pordioseros, supieron llenar estadios, revelar un mundo que estalló a los ojos de todos con la crisis del 2001. Esa realidad que no querían que se viera desde la industria cultural y desde los Gobiernos de turno. Mal que les pese, las canciones ya habían hecho mella. La fidelidad de los jóvenes era hacia esas bandas y no hacia ciertos partidos políticos, sellos discográficos o revistas de rock.

El rock barrial se quedó con las voces de esos pibes hasta que en una de sus fiestas, y quizás por tanta rabia contenida, Cromañón se llenó de luz, y se llevó para siempre la vida de casi 200 de los buenos. Entonces sí, los enemigos de estos grupos, de estos pibes, de estas canciones. Los que prefieren que en el mundo del rock, sea todo más prolijo y espacio de divertimento superficial, salieron a criminalizar el movimiento. Se les cerró la puerta a estas bandas, se las llenó de estigmas. Se las declaró culpables, al igual que a la corrupción y a los que hacían negocios con sus canciones.

Ese rock barrial, fue condenado al ostracismo. Su pecado, interpretar el fuego de los marginados, ser la voz de los que mejor mantenerlos callados, ser tan inocentes y sinceros, como ese amor que se muestra sin tapujos, bajo la luna de Pompeya.