La carta que mi madre no le pudo entregar a Evita
El 26 de julio pasado se cumplieron 72 años del paso a la inmortalidad de Eva Duarte De Perón. Nuestra Evita. Digo nuestra porque era de todos nosotros. Cuando era niño encontré una carta en el cajón de la mesa de luz de mi madre. Supe que por distintos motivos nunca pudo ser entregada. Pero se las quiero compartir.
Querida Evita:
La saludo con el mayor de los respetos. No sé si podrá leer esta humilde carta y todavía no sé si se la voy a poder enviar. La veo tan ocupada desde su lugar de trabajo, atendiendo a tanta gente, a tantas mujeres humildes como yo. Cuando la veo trabajar tanto y la veo cada vez más delgada me dan tantas ganas de expresarle cuanto la admiro y la quiero. Quisiera contarle que su sonrisa me da fuerzas cuando siento frio y con mis hijitos pasamos hambre en donde estamos, en el sur. Gracias a usted ya el hambre y el frio están quedando en el pasado.
Mi marido es gendarme y lo destinaron a custodiar la Patagonia. Hace meses que no lo veo. Tengo cuatro hijos y realmente tienen frio. Sin embargo y gracias a la máquina Singer que usted trajo a Neuquén y de las cuales tuve la suerte de recibir una, pude hacerles unos trajecitos a mis hijitos. Tengo dos hijas a las que les pude coser unos vestidos hermosos. El domingo fuimos a misa con la ropa nueva que les pude hacer gracias a la maquina Singer que usted me regalo. De otra manera hubiera sido imposible acceder a ella. También les hice unos pantalones y unas camisas a mis dos hijos varones. Sabe una cosa, les hablo mucho a mis hijitos de usted. Estaban hermosos mis pichoncitos, si usted los viera.
Lo que usted hace por los humildes es inmenso, nadie lo va a olvidar. Seguramente van a pasar los años, pero seguiremos con usted. Esté donde esté. Yo no entiendo mucho de política, lo único que entiendo bien es de hacer las cosas de la casa y cuidar a mis hijitos, pero sabe una cosa, hacer feliz al pueblo y tratarlo bien para que no pase hambre o frio es ser buen político. Entonces usted es la mejor política de todas.
No quiero robarle más de su valioso tiempo. Le agradezco eternamente.
María Rosa
Cuando encontré la carta le pregunté a mi madre porque no se le había podido enviar. Ella me contó que a los pocos meses Evita enfermó y en julio de aquel mismo año falleció. Mi padre había tardado demasiado en volver y mi madre no podía concurrir al correo ya que no tenía con quien dejar a mis hermanos. Mi madre nunca había hablado de política en casa. Era muy reservada y silenciosa. Tal vez porque mi padre siempre había sido profundamente antiperonista.
Los años pasaron, crecí, estudié y un día me fui de casa. Forme mi familia. Tuve hijos. Pasé por distintos espacios políticos de izquierda hasta que desemboqué en el peronismo. Trabajé en una fábrica metalúrgica y entendí que era el justicialismo como forma de vida.
Pasados los años mi madre murió. El día que mis hermanas se llevaron algunos recuerdos de mi madre, dejaron una mesa de luz muy antigua. A mí me llamaba la atención, me acerqué y abrí el cajón. Adentro había fotos viejas y un misal muy ajado, con las hojas amarillas. Abrí suavemente el devocionario que mi madre solía usar cuando concurría a la celebración católica. Mi sorpresa fue inmensa cuando en el centro del antiguo libro se hallaba una foto doblada y dada vuelta. La abrí con suma precaución, era una foto de Evita sonriendo como un ángel. En el dorso de la imagen se encontraba un pequeño texto escrito por mi madre que rezaba “Gracias Evita por no dejarme pasar frio ni hambre, siempre estaré agradecida”.
Tomé la foto, la doblé y me la guardé en el bolsillo de mi camisa. Me acompaña cada jornada de trabajo adonde vaya.