Monseñor Romero: la beatificación canónica de un santo popular

Monseñor Romero: la beatificación canónica de un santo popular

09 Febrero 2015

Por Diego Kenis

En crónicas publicadas en dos de sus libros, uno de ellos el imprescindible Memoria del Fuego, Eduardo Galeano relata cómo el Papa Juan Pablo II reprendió a monseñor Oscar Romero, ordenándole retomar buenas relaciones con el gobierno salvadoreño dictatorial al que había ido a denunciar por sus violaciones a los más elementales derechos humanos, y cómo poco después Romero fue asesinado. Corría 1980 y en plena misa, al momento de la consagración del pan y el vino, “el asesino aprieta el gatillo”.

Durante la primera semana de este febrero se supo que el Vaticano, ahora bajo el mando del argentino Francisco, decidió la beatificación de Romero. Se trata del paso previo a la santificación de una figura que, sin embargo, ya goza del sitial de santo en la consideración popular de su país y de buena parte de América. El suyo es uno de los rostros que pueblan el Salón de los Patriotas Latinoamericanos de la Casa Rosada argentina.

La beatificación de Romero no cierra discusiones ni diluye oscuridades de la Iglesia y su actual Papa, pero sí permite verificar que tal decisión pone en jaque a las construcciones de sentido de las derechas del continente, que duramente años se encargaron de ensuciar la figura del cuarto arzobispo de San Salvador. La noticia despertó, por otra parte, genuina alegría popular.

Para conocer más de cerca la importancia de monseñor Romero para el pueblo salvadoreño, AGENCIA PACO URONDO dialogó con Walter Mejía Navarrete. Católico no practicante y seguidor de la religiosidad maya, Mejía Navarrete milita en el Frente “Farabundo Martí” de Liberación Nacional (FMLN) desde hace más de tres décadas, cuando era guerrilla, y resultó víctima de las prácticas represivas del mismo régimen dictatorial que denunció Romero. Con el Frente convertido en partido político desde 1992 y en el gobierno desde 2009, Mejía Navarrete ha ejercido como gobernador de provincia y se desempeña actualmente como Asesor Principal del Ministerio de Gobernación y Desarrollo Territorial del gobierno nacional de su país.

AGENCIA PACO URONDO: ¿Cuál es la importancia de Romero para el pueblo salvadoreño?

Walter Mejía Navarrete: Monseñor Romero  fue el defensor de la persona, de la dignidad humana, de los derechos humanos. Fue  la voz de un pueblo que no podía expresarse libremente sobre sus derechos y necesidades. Es el obispo que trató de evitar que llegáramos a la guerra civil, el que protegía al indefenso, al perseguido, al encarcelado.

Tras su asesinato, el pueblo se siente huérfano del “padre protector” y lo convierte en un guía en medio de la guerra civil, alguien que no está físicamente pero que está acompañándolo en esa larga y cruenta lucha y es así como lo van elevando a los altares, a hacerlo “santo” antes que los cánones de la Iglesia institucional y pasa de un solo a los altares del pueblo sencillo, no sólo de El Salvador sino de Latinoamérica y del mundo, convirtiéndolo en el “salvadoreño más universal”.

La importancia, pues, en la figura de Romero para el pueblo es suprema e innegable, como su guía espiritual en vida y después de su asesinato mucho más. Romero tiene dos dimensiones: la dimensión religiosa como tal y la dimensión humanista. En Romero estas dos dimensiones se entrelazan en su discurso, mensaje y acción. La oligarquía o ciertos grupos conservadores pueden reconocer a Romero sólo como su primera dimensión, el religioso, el arzobispo… algo puramente historicista y letra muerta, parte de la historia pero no más allá. Como una pieza de museo. Pero la otra dimensión es la que ha trascendido y vive en su pueblo y en las luchas sociales, lo humanista e incansable luchador por los más humildes. Y ahora la institucionalidad de la Iglesia católica, el alto jerarca, lo ha reconocido como mártir… Y esos grupos conservadores pretenden subirse a ese tren, pero nadie les cree ya…

APU: ¿Cómo definiría su legado?

WMN: Quizás lo más importante es que nos convirtió en un pueblo que creyó nuevamente en sí mismo, nos convirtió en un pueblo con esperanza y fe  de cambiar las cosas, cuando ya los túneles se hicieron más oscuros y ni se veía una luz entre tanta muerte e injusticia social. Para mí, ese es el legado más importante: un pueblo naciente de fe y esperanza en el cambio y al que Romero abrió le abrió los ojos e inspiró a luchar por sus derechos y la justicia social.

Otro legado del nuevo prócer que es monseñor Romero es que el diálogo es básico para mantener la armonía, la estabilidad y, en resumidas cuentas, para hacer próspera la democracia, que tanta sangre, sufrimiento y dolor nos ha costado.

Nos dejó esperanza  y la noción de que la Iglesia, en su base, como cristianos de base, está con los desposeídos, siguiendo al Jesús, histórico o no… Romero vino a reivindicar ese mensaje fundamental de solidaridad y a dar la mano, horizontalmente, al vilipendiado. Todavía se le escucha decir “todos son hermanos; y tú, hermano, que tienes de sobra… ¿por qué no compartes con el que no tiene nada? Cambiemos ese sistema y vivamos todos en hermandad”.

APU: ¿Cuáles fueron las consecuencias históricas, políticas o sociales de su asesinato?

WMN: Quizás la más grande y que envuelve los tres planos es que entramos directamente en una guerra civil que duro doce años y que Romero anunció o profetizó y trató de evitar a toda costa. Una guerra que se venía gestando décadas atrás, por causas estructurales como la pobreza bestial e injusticia social y causas coyunturales o subjetivas como la represión  indiscriminada, los asesinatos, las desapariciones y la tortura, y que tuvo su inicio prácticamente con su asesinato. Las consecuencias directas fueron devastadoras, prácticamente los salvadoreños perdimos al padre mayor, al único defensor que públicamente nos defendía contra ese monstruo de la dictadura de la época. Con su asesinato se perdió la oportunidad de diálogo entre salvadoreños, a lo cual él llamaba reiteradamente, y entramos a la vorágine de la violencia sin fin, que tuvo un altísimo costo de más de ochenta mil muertes, otros miles de desaparecidos y la destrucción del país en lo económico y en su tejido social.

Quienes mandaron a asesinar y quienes asesinaron a monseñor Oscar Romero sabían que hasta el más mínimo diálogo que existía entonces sería cortado y sobrevendría una guerra, que todos creyeron corta, pero que se prolongó doce años y a costa de muchos muertos, desaparecidos y demás desgracias que aún padecemos.

APU: ¿Su crimen sigue impune?

WMN: Sigue más impune que nunca, aunque en el Informe de la Comisión de la Verdad de la Organización de las Naciones Unidas, formada por mandato de los Acuerdos de Paz  para investigar y documentar las graves violaciones a derechos humanos llevadas a cabo durante la guerra civil,  apunta a que quien dio la orden de matar a monseñor Romero fue el ex mayor de inteligencia Roberto d’Aubuisson Arrieta, fundador del partido ARENA (NdR: Alianza Republicana Nacionalista, de corte conservador y gobierno del país entre 1989 y 2009).

Sin embargo, el asesinato de Romero nunca fue investigado por instancias judiciales salvadoreñas y sigue en la impunidad, al igual que otros crímenes cometidos antes y durante la guerra civil.

APU: ¿Cómo han recibido la noticia de su beatificación?

WMN: Con mucha alegría, mucha esperanza, mucho júbilo. Hubo manifestaciones espontáneas del pueblo, de visitas a donde reposan sus restos, en la Catedral Metropolitana de San Salvador, misas y retoques de las campanas de iglesias. Se manifestó desde el presidente de la República hasta el ciudadano de la calle, sectores religiosos, sociales, económicos y políticos se manifestaron con alegría. Es de hacer notar que la derecha política representada en ARENA dio declaraciones en donde decía que se sentían orgullosos de que el Vaticano lo beatificara, sin olvidar que ARENA es el partido que fundó el acusado de ser el autor intelectual de su asesinato.

Su beatificación no es sólo motivo de alegría, sino un estímulo evangélico al pueblo creyente. Es una comprobación histórica, anclada en nuestra propia realidad actual, que nos dice que la opción por los pobres es parte aun de la misión cristiana. Y es una prueba más de que el  legado de amor de monseñor Romero logra que la víctima indefensa y pacífica triunfe sobre el verdugo prepotente y armado.

Y esto tiene que ver con lo que decía anteriormente: Romero revindicó a esa Iglesia de los pobres y aun hoy, con su muerte física, desde el plano metafísico ha hecho de cierta manera reconocer a la alta jerarquía de la Iglesia que él, en su lucha, desde la trinchera de sacerdote, estaba realmente luchando por la justicia social y el amor que Jesús buscaba. En la medida que lo han declarado mártir y próximamente beato, ahí va implícito, pese a la campaña histórica de la ultraderecha hacia el Vaticano para que no lo reconocieran como tal, que al contrario de violar los fundamentos de la Iglesia, los exaltó y encendió esa llama.

APU: ¿Qué perfil tiene la Iglesia católica salvadoreña? ¿Cómo se vincula con la política, el gobierno y el Estado?

WMN: Desde el asesinato de monseñor Romero, a excepción de ciertos obispos como monseñor (Arturo) Rivera y Damas y monseñor (José) Rosa Chávez, los demás más bien se han alejado del pueblo y se han aliado, como en el pasado, a la derecha tradicional salvadoreña, en posiciones bastantes conservadoras. Es un reclamo bastante común a los jerarcas de la Iglesia católica el que se acerquen y acompañen al pueblo y les echan en cara el ejemplo de monseñor Romero que supo ponerse junto al pueblo cuando más lo necesitó.

Actualmente las relaciones entre la jerarquía de la Iglesia y el gobierno son meramente diplomáticas, ya que hay bastantes diferencias en cuanto el enfoque del país que queremos como izquierda que gobernamos. Se hace cada vez más evidente, en las posiciones del arzobispo, al lado de quién está y no necesariamente es coincidente con el gobierno y el Estado. Reclaman que “no se politice” a monseñor Romero, pero es muy difícil ya que a él lo asesinaron por razones políticas y los análisis o reivindicaciones que se hagan en cierta medida serán políticas. No hablo de la politiquería electorera. Hablo de política en el sentido del “zoon politikón” de Aristóteles, en el sentido de la preocupación de cómo se organiza nuestra sociedad y nuestro sistema, una preocupación de que haya una organización de sistema más justa y digna para la persona humana.

APU: ¿Cómo cree que impactará esta decisión del Papa en sus internas? ¿Y en la política?

WMN: La Iglesia católica no tiene proceso internos, sino que todo emana  del Vaticano. Incluso la elección de obispos y arzobispos.

En la política local, a modo muy personal,  creo que sí impactará grandemente. En un país  aquejado por graves desigualdades y violencias difíciles de superar, el amor a los pobres, su defensa y el impulso a invertir en los más necesitados, son los únicos caminos que tiene el país  para lograr un desarrollo humano legítimo y una paz duradera. Es un signo bastante positivo que partidarios de la derecha comiencen a reconocer la obra de monseñor Romero y a reconocer que su asesinato fue un hecho injusto.

Se ve que esta beatificación es como un llamado a repensar nuestro futuro, nuestra situación de desigualdad, nuestra sociedad violenta. Esta beatificación toca a los ricos o a los dueños de este país, les llama -como les decía monseñor Romero- que deben ser generosos y solidarios con los más desposeídos. Nos recuerda también que debemos trabajar en un diálogo como sociedad para superar nuestras diferencias y sacar adelante a nuestro país. Para esto debemos de sentirnos siempre y cada vez más orgullosos de Romero y la mejor forma es ahondando en el conocimiento del Obispo Mártir, como ejemplo de vida y entrega y sobre todo de solidaridad militante. Esta beatificación es una palmadita en la espalda al poder económico, esa vieja oligarquía: es una palmadita de monseñor Romero diciéndoles “acá estoy, lo ven, nunca me fui, nunca ‘me desaparecieron’, compartan, amen a su prójimo… no el oro de sus crucifijos colgados en sus mesas llenas de lujos…”

APU: El rostro de monseñor Romero se encuentra desde hace unos años en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos de la Casa Rosada, junto a los de Salvador Allende, Juan Perón, Ernesto Guevara, Simón Bolívar, Túpac Amaru o el propio Farabundo Martí, entre muchos otros. ¿Qué significado adquiere ello para El Salvador y su pueblo?

WMN: Es un enorme orgullo para el país y su pueblo, que tuvieron y tienen en Romero a su defensor, a la “voz de los sin voz”, y se reivindica la altura moral, ética y universal que tiene Romero estando a la par de grandes próceres latinoamericanos en la Casa Rosada, y  tal como está también en la Abadía de Westminster en Inglaterra, junto a otras nueve imágenes de mártires cristianos del Siglo XX, elevado por la Iglesia Anglicana a la par de nueve figuras más, entre ellas a Martin Luther King. La presencia de la imagen de monseñor Romero en uno de los templos más simbólicos del mundo, muy lejano de nuestra propia realidad e historia, sólo pone de manifiesto la universalidad que ha logrado la memoria de nuestro obispo mártir.

Romero no es sólo de El Salvador, es de la Patria Grande… ¡del mundo entero! Él camina por las conciencias de los justos y las justas. Pero camina quizá más por la de aquellos poderosos que no quieren ceder en su acumulación de riquezas y que dejan así a la otra gran parte de la población sin pan ni vestido… En sus conciencias cristianas les molesta, porque monseñor Romero lleva a los falsos cristianos a que se pregunten si en realidad son tan cristianos como dicen ser…