Muxes: El desafío precolombino al binarismo de géneros

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Muxes: El desafío precolombino al binarismo de géneros

06 Julio 2019

Por Nadia Mayorquin

“Muxe es despertar erecto con una minifalda./ Muxe es el chico que quiere llegar/ con huipil a su clase de dibujo técnico./ Muxe es la cantina y su vientre lleno de polvo/ Muxe es De profundis de Wilde. (…)/ Muxe es una libertad que se azota”. (Elvis Guerra)

Han existido y persisten grupos étnicos con géneros múltiples y estructuras sociales flexibles que no solo se sostienen en la cuestión biológica y que tienen como base una interpretación cultural de estas realidades. Se pueden identificar a los sererr en Kenya –un estatus hermafrodita, no son calificados ni como varones ni mujeres–; en la India están los hijra –una categoría asignada a varones impotentes que asumen roles femeninos y que gozan de un reconocimiento con base en poderes religiosos que le son atribuidos–; o las mujeres tiburón en las Islas Marquesas –asumen una sexualidad heteroxesual agresiva, cualidad atribuida en esa sociedad al género masculino– y los muxes de México, entre otros. Se pueden identificar comunidades que no asignan el género al momento de nacer, desafiando en términos históricos al binarismo de géneros.

La colonización convirtió el sistema binario y occidental en hegemonía, sin embargo algunos grupos étnicos resistieron a la occidentalización de costumbres y conservan estructuras sociosexuales que contemplan la existencia y diversidad de géneros.

Para autoras como la norteamericana Judith Butler, el género es una construcción cultural y social que no tiene relación con la anatomía. En este sentido es importante diferenciar que la palabra queer se usa para designar esa corriente cultural que nace en Occidente para romper la idea binaria y no es comparable con otras identidades de género que son de origen étnico porque se construyen en diferentes contextos socioculturales. Se es muxe solamente en el lugar donde se nace.

La palabra muxe (mushe) del latín mullier que significa mujer, es una derivación fonética que la cultura originaria zapoteca del Istmo de Tehuantepec Oaxaca, en México, empezó a utilizar en el siglo XVI. Desde la época precolombina, los zapotecas consideraban a los muxes parte de un tercer sexo, no mejor o peor que los hombres y mujeres, simplemente diferentes. La palabra se suelen definir como “ni hombre ni mujer, sino todo lo contrario” o como “un alma femenina en cuerpo de varón” (Miano Borruso, 2002).

Lukas Avendaño es actor, antropólogo, bailarín, migrante. Es el único artista muxe que hace de la performance un ensayo antropológico. En Réquiem para un Alcaraván aborda como temática la muxeidad. De acuerdo a las definiciones de Lukas: “… no hubiese sido posible sin la construcción, análisis y reflexión social que le aportaron las herramientas de la antropología. Refleja las contrariedades de la comunidad en el Istmo de Tehuantepec, así como la influencia de la religión católica como parte de la identidad muxe.”

Agencia Paco Urondo: En lugar de las Flores ¿Cómo fue tu infancia y adolescencia en el lugar donde naciste?

Lukas Avendaño: Como la vida de cualquier niño de campo, que es responsable de cuidar una manada de chivas, llevar la comida al campo donde sus hermanos y padre trabajan hasta que se oculta el sol, la vida como cualquier niño con tradición familiar agrícola.

Mi infancia transcurrió cuidando a mis hermanitos más pequeños, Juan y Bruno, acompañando a mi abuela materna cuando ella se quedó sola con sus gallinas y su perro; ella me hacía café y me daba comer galletas de animalito, alrededor de un mechero hecho de un frascos de vidrio con una mecha humedecida de petróleo, y que cuando nos sentábamos en el suelo, nuestras sombras se proyectaban hasta el techo como si se tocaran nuestras cabezas, después era llevarme frente al altar y persignarme y rezar, y fue el mismo rito siempre. Quizás de ahí aún mi hábito de llenar siempre de flores el altar familiar, porque siempre me recuerda a mi abuela materna.

APU: ¿En qué momento te identificaste como muxe?

L. A.: En la Universidad, razón por la que cambio de ciudad y estado en el país, y me encuentro con que los códigos y valores culturales no eran los mismos que los míos, y los supe desde el primer día que llegué a Xalapa, Veracruz, México, donde al encontrar el único lugar donde podría quedarme a vivir en calidad de pupilo, fue con la condición de cortarme el cabello, y fue así  como no teniendo otra opción en lo inmediato acepte cortarme el cabello y no solo pedí que me “hicieran un corte de varón”, sino además pedí que me raparan, mientras mis cabellos caían al piso rojo de aquella peluquería llamada La Fuente, sobre la Calle de Úrsula Galván, esquina con Av. Revolución. No dejaba de pensar en la sensación que vivían los nativos que, tras abrazar la religión católica y aceptar ser bautizados, les cortaban el cabello.

APU: ¿Qué me puedes decir sobre la comunidad zapoteca y la diversidad sexual?

L. A.: Hablar de “diversidad sexual” amerita contemplar también en esta la heterosexualidad, es decir no puede existir “diversidad sexual” sin heterosexualidad”, mi propia existencia es resultado de esta experiencia sexual. 

APU: ¿Cómo es la muxeidad fuera del Istmo de Tehuantepec?

L. A.: No existe muxeidad fuera del istmo de Tehauntepec. La enunciación muxeidad tiene lugar de nacimiento y esta tiene su origen entre los zapotecos hablantes o lo que compartimos valores culturales por nuestra ascendencia en el marco del “estilo étnico” zapoteco del Istmo de Tehuantepec –bini zaa–.

La muxeidad es indisociable de la masculinidad, la femineidad, los ritos de paso femeninos, la iniciación sexual en mucho de los casos de los varones. La muxeidad acontece desde un paradigma distinto en la concepción y percepción del cuerpo, la sexualidad, la sensualidad y la vida. Desde mi experiencia considero que “la vocación de servicio” es un valor que impera entre los muxes, porque así es la cultura, que muchas veces llega a decir: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir.”

Contrario al modelo desarrollista, capitalista y neoliberal que todo lo cosifica, en el cual todo tiene precio, que todo lo devasta, lo contamina, que en todo ve un valor de uso o valor de cambio, donde por encima de nuestro esfuerzos en la venta de nuestra “fuerza de trabajo” nunca será suficiente para que las personas fuera de la región del Istmo de Tehuantepec, me dejen de ver como la encarnación del rencor ponzoñoso de un asqueroso cuerpo homosexual.

APU: ¿Qué piensas sobre la ideología de género y su nacimiento?

L. A.: En una ocasión un periodista me preguntó qué opinaba con relación a la ideología del género; respondí que la ideología de género en lo que hoy conocemos como continente americano tiene fecha de nacimiento. Esta ideología de género nos llega quizás como la primera avanzada allá por 1492, en lo que hoy se conoce como México; quizás llegó allá por 1521, y así sucesivamente fue una avanzada sistemática y selectiva que ha llegado hasta la Patagonia, lo mismo que se ve reflejado cuando los franciscanos, como primera orden religiosa que llega  a lo que fue bautizado como el Virreinato de la Nueva España, mostraba tres preocupaciones fundamentales para llevar a buen puerto al puerto de la Vera Cruz Cruz verdadera– la evangelización entre los naturales del llamado nuevo continente; mismas preocupaciones que se centraron en erradicar entre los naturales la idolatría, la poligamia y la sodomía, instaurándose un nuevo orden mundial –en el mundo cristiano– del género donde se reconoce y se legitima al varón y la mujer como los únicos seres capaces de vivir con gracia ante los ojos de Dios.

No así aun en la actualidad podemos reconocer algunos de estos reductos que escaparon de la mirada inquisidora del cristianismo en diferentes contextos culturales que guardan una relación en sus prácticas y valores con su ascendencia étnica o de pueblos originarios, tan así que hoy podemos hablar de muxes en México, hombres enchaquirados para el Ecuador, Manitú entre los nativos de Norteamérica y Canadá, solo por mencionar algunos, dando así que la existencia del género binario heteronormado y patriarcal es la única ideología de género que se sigue imponiendo a la fuerza de los códigos penales o bajo las amenazas de la vergüenza, la pena, la culpa, el arrepentimiento o el pecado nefando de los que viven en sodomía.

APU: ¿Qué representa para vos el día de la diversidad sexual?

L. A.: El día de la diversidad sexual lo vivo en el día a día, desde mi propia construcción cultural y mi propia actividad, lo vivo día a día desde mi propia existencia, y enfatizo “sexual” dado que enunciando un “criterio de verdad” hipotético, todos los seres vivos somos seres sexuados, desde las hembras y los machos, las fanerógamas y las criptógamas, valga usted a saber.

APU: ¿Qué piensas sobre el hecho de que ser relegado no es una condición natural sino social?

L. A.: Voy a poner un ejemplo simple, histórico y contemporáneo. La migración, como todos sabemos, en algunas especies es un ciclo natural, como las ballenas, los salmones, las mariposas, y más. Nuestra propia existencia no hubiera sucedido si no fuera por un acontecimiento de la migración, es decir todos en algún momento llegamos a este continente y llegamos de algún lugar, hago mención a esto como preámbulo para decir que la migración, como ahora sucede en muchos de nuestros países, no se debe a factores naturales, sino sociales, económicos, políticos.

APU: ¿En qué momento decides ser antropólogo?

L. A.: Cuando conozco a un arqueólogo que trabajaba en un sitio arqueológico en Oaxaca, y dado que la población donde nací y crecí aún se encuentran vestigios precolombinos, pensé que acercarme a la antropología me ayudaría a poder entender y explicar los vestigios sobre los que estaba parado, pero nunca pensé que terminaría explicándome a mí mismo.

APU: ¿Cuál es tu postora respecto a la convivencia entre la antropológica y las artes escénicas?

L. A.: Una de las “máximas” de la antropología culturalista clásica era “encontrarse en la piel del nativo”. La mirada antropológica me llevó a no solo encontrarme “en la piel del nativo” sino a reconocerme en los huesos de un nativo, ya que precisamente todo el proyecto nacionalista iniciado en México desde los años 30 tuvo como su objetivo llegar a indio desindianizado para dar paso al ciudadano mexicano.