“Siempre que interpretamos rearmamos el corpus, un recorte de ciertos textos de Marx”

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“Siempre que interpretamos rearmamos el corpus, un recorte de ciertos textos de Marx”

22 Septiembre 2013

Parte I: “No existe un verdadero Marx, existe un legado complejo” (Ir a la nota)

Por Juan Ciucci

APU: En el libro marca dos momentos de recepción de Marx a fines del siglo XIX y comienzos del XX: un Marx revolucionario y uno científico, que estarían en tensión.

Horacio Tarcus: En realidad, son dos recortes que se hacen de Marx, según las circunstancias de difusión de su obra. En la década de 1870 se vislumbra, sobre todo, el Marx revolucionario organizador dirigente de la Internacional. Porque cuando estalla la Comuna de París, la prensa de todo el mundo pone el foco en este acontecimiento asombroso, porque es la primera vez que se produce una revolución de estas características, donde el pueblo en armas se auto organiza, niega el Estado nacional, es una ciudad que se autonomiza. Es un acontecimiento totalmente inesperado, el mundo moderno conocía las revoluciones burguesas, conocía el carácter de masas de las revoluciones de 1848, pero esta es una revolución totalmente inesperada y la prensa de la época busca algún tipo de explicación ante este fenómeno totalmente novedoso.

Entonces trata de radicar la explicación en una suerte de organización secreta llamada Asociación Internacional de los Trabajadores, que habría promovido la toma del poder por los obreros parisinos en 1871. Por supuesto, esto responde a una visión conspirativa de la historia y de la política, no fue la Internacional la que decidió la Comuna de París, sino que fue la ignominiosa derrota francesa en la guerra franco-prusiana y un momento de vacío de poder, de algún modo llenado por estos obreros y soldados indignados, en un momento de una crisis política de la dirigencia francesa extraordinaria. Se escribió mucho sobre la Comuna, pero se la piense como se la piense, lo que es claro es que no fue un subproducto de las decisiones de la Internacional. Pero sí aparece en la prensa de la época, en la prensa porteña, en la prensa de Montevideo, en la prensa española, hay estudios sobre La Comuna en la prensa de la época, y todas coinciden en que en un primer momento hay un asombro y pánico en las élites.

A continuación, se busca un culpable y no puede ser el pueblo el culpable, tiene que ser una organización secreta, entonces ahí aparece la Internacional. Y ahí, por primera vez, la Internacional llega a la gran prensa, a los titulares de la gran prensa y se habla de la Asociación Internacional de los Trabajadores y se transcriben documentos, se consiguen documentos que facilita la policía. Pocas semanas después aparece alguien que tenía que ser el cerebro de esta Internacional y entonces ahí aparece la figura de Marx presentado, por ejemplo, en la prensa porteña por uno de los corresponsales de La Nación, Gutiérrez, el escritor y amigo de Mitre, médico, que está haciendo un viaje de perfeccionamiento en París; él tiene como apoyo económico enviar corresponsalías al diario de Mitre y lo agarra la situación de La Comuna. Entonces escribe diariamente sus artículos y sigue este itinerario: asombro, pánico en las élites, denuncia de la Internacional y, de pronto, aparece un señor llamado Carlos Marx, este genio maléfico que, como un Prometeo moderno, le robó la sabiduría a los dioses para ponerla al servicio del pueblo. En este contexto la policía francesa fragua una cantidad de cartas de Marx presentándolo como alguien que está animando a los obreros a extender la revolución. Cuando en realidad Marx fue muy cauto con La Comuna de París y en la medida en que él tenía algún ascendiente sobre un proceso, él estaba en Londres y esto ocurría en París. Marx era respetado pero era uno más entre la cantidad de líderes revolucionarios de la época. Él precisamente tiene una gran preocupación porque La Comuna logre sobrevivir y llega a recomendar que se acepte una paz honrosa antes de que el movimiento sea reprimido y todos sean fusilados, que es lo que termina pasando. De modo que en la correspondencia real nos encontramos un Marx sensible políticamente, cauto, inteligente y en la prensa burguesa aparece un Marx como un especie de enloquecido tratando de generar un incendio en toda Francia y después en toda Europa.

Lo que digo es que ésta imagen del Marx organizador, revolucionario, que está atrás de los procesos revolucionarios en curso, es de algún modo contrapesada, desplazada por el Marx autor de El Capital, el Marx que descubrió las leyes de la historia, el Marx que, según las palabras de Engels en el cementerio ante la tumba de Marx, así como Darwin descubrió las leyes de la evolución de las especies, nuestro querido Carlos Marx descubrió las leyes del funcionamiento de la sociedad. Esto, en realidad, hace sistema con el pensamiento positivista hegemónico en la época, entonces aparece un Marx como campeón de la ciencia, un Marx que descubrió las leyes del decurso objetivo de la historia. No es que el Marx revolucionario desaparece absolutamente, pero la imagen de que se puede llevar a cabo una revolución como la de los comuneros de 1871 comienza a desaparecer en el horizonte de la social democracia hacia 1900.

Pongo el ejemplo de las conferencia de José Ingenieros: en cada aniversario de la Comuna, dicta una conferencia para los afiliados del partido socialista que quisieran acercarse, haciendo un elogio de la Comuna. Pero este mismo Ingenieros que está a punto de recibirse de médico, que está imbuido de las doctrinas positivistas spencereanas, pero también del socialismo y del marxismo, de matriz social demócrata europea que se está consumiendo, en determinado momento, Ingenieros dice sí podemos celebrar el carácter heroico de los comuneros, pero no lo hagamos con la esperanza mesiánica de repetir esto. Esto es una excepcionalidad histórica, una especie de aborto de la historia, acá las sociedades están evolucionando, los partidos socialistas son partidos que en todo caso empujan ésa evolución histórica, el desarrollo económico, la integración social. Las revoluciones al modo del siglo XIX se han terminado.

Creo que acá no tiene sentido decir: Ingenieros no comprendió a Marx, que Ingenieros no había leído a Lenin. Este es un modo posible de leer a Marx, era un modo legítimo. Vos me dirás “pero bueno, era un recorte de ciertos textos de Marx en desmedro de otros textos de Marx”. Te diría que siempre hacemos eso, siempre que interpretamos rearmamos el corpus, entonces los textos sobre La Comuna ahí nos parecen textos políticos, subordinados frente la centralidad de un texto científico como El Capital. O viceversa, en determinados momentos decimos este texto es muy importante pero es un texto muy complejo, vamos al más político donde está la quintaesencia de su pensamiento. Bueno, todos, ortodoxos y heterodoxos, reformistas, revisionistas, revolucionarios, hacen este tipo de operaciones, no es que los revisionistas tergiversan y los ortodoxos leen bien: todos hacen operaciones de interpretación.

APU: Uno de los personajes importantes para esa difusión en la Argentina es Raymond Wilmart ¿Puede comentarnos su experiencia en el país?

HT: Mirá, es un personaje apasionante. Lo descubrí a partir de referencias aisladas que aparecían en la prensa de la época, por ejemplo José Ingenieros en un escrito muy temprano sobre la historia de la Internacional en la Argentina, dice “y el doctor Wilmart que en algún momento le dio problemas a la policía y hoy es un abogado de la élite porteña”. Yo decía ¿quién será este Wilmart? Fui a la facultad de Derecho y encontré textos de este jurista, profesor de Derecho Romano, pero me costó dar con la pista del joven revolucionario. Encontré en un viejo texto publicado en francés, en la década del ’70, por uno de los estudiosos que te nombraba al principio –este chileno de apellido Segall- un artículo que ponía el foco en Wilmart y me dio una pista preciosa. Él decía que Wilmart se había carteado con Marx, citaba dos o tres líneas de la correspondencia de Wilmart con Marx, decía que había sido anarquista en su juventud, que Marx lo había enviado como delegado a fortalecer la sección argentina de la Internacional, y que después se había convertido en un abogado de la élite, pero que se había mantenido vinculado y solidario durante muchos años con el Partido Socialista. Le dedica dos o tres páginas breves, y esto ya me puso mucho más en la pista.

Segall anunciaba la próxima publicación de la correspondencia de Wilmart con Marx, así como otra correspondencia que había reunido sobre la Internacional en Argentina y en América Latina. Quiso la mala suerte que a Segall lo atropellara un auto en Amsterdam y queda inválido durante muchos años y finalmente falleció; no pude conocerlo ni pude dar con ese conjunto de cartas que él tenía, aparentemente traducidas o en proceso de traducción. No logré dar con ningún familiar, no pierdo las esperanzas de hacerlo algún día. Si publicás esto, quizás algún familiar lo lee y tiene la gentileza de escribirme. Al no aparecer este legado dije, bueno, empezaré de cero entonces. Me fui a Holanda, consulté las cartas, las fotografié, pedí permiso para traducirlas, trabajamos semanas en el desciframiento de esa terrible letra, y además del francés de 1873, con el plus de que muchas cosas están dichas entrelíneas porque es un revolucionario que le escribe a otro revolucionario que está cumpliendo una misión y no quiere que le intercepte las cartas. Entonces, fue muy complejo traducir. En Holanda encontré otras cartas, en un número especial del diario anarquista La Protesta aparecieron, en la década del ’20, otras cartas y, entonces las pude reunir en el apéndice del libro y reconstruir en parte el vínculo de Wilmart con Marx.

Quedaban, todavía, muchas zonas oscuras, pero un día voy a la Biblioteca Nacional y busco Wilmart –será hace diez años- y todavía estaban las viejas tarjetas mecanografiadas y algunas manuscritas. Una ficha de Wilmart, después que recorro todas las fichas, casi todos los artículos de temas jurídicos, me interesaban pero para mí objeto sólo diagonalmente. Finalmente encuentro una ficha que se llama “Un error de Carlos Marx”. Digo: ¿qué es esto? Y esta ficha me salvó porque me metió en una pista extraordinaria, porque esta ficha -que estaba manuscrita- vaya a saber, debía ser de la época de cuando Paul Groussac era director, cuando los directores todavía se abocaban a las tareas bibliotecológicas y llenaban fichas; no descarto que sea la letra de Groussac, además está escrito con las rúbricas y las tintas de la época. Me hubiera gustado fotografiar la tarjeta, vaya a saber dónde fue a parar. Me puso en la pista, pido el artículo en cuestión, que era un artículo aparecido en una revista de graduados y estudiantes de Derecho y Wilmart cuenta, ahí, su vida.

La cuenta el viejo Wilmart, que ya no participa de las esperanzas revolucionarias de su juventud, la cuenta de algún modo como uno cuenta su propia vida, racionalizándola, omitiendo algunas cosas, enfatizando otras, pero de algún modo me permitió normalizar una ficha biográfica y darle coherencia al conjunto. La historia era que Wilmart era un joven belga, hijo de una familia noble, que se rebela y se va de la casa paterna y no sabemos cómo ni por qué, en esta vida juvenil aventurera, desemboca en la ciudad de Burdeos; allí traba amistad con la hija de Marx, Laura, y el yerno de Marx, el cubano Paul Lafargue. Laura y Paul eran dos entusiastas animadores del movimiento socialista, fundadores del Partido Socialista francés, difusores de obra de Marx, y logra incorporan al joven Wilmart a la organización política francesa, que es la sección francesa de la Asociación Internacional de los Trabajadores.

En determinado momento, Wilmart cuenta que frecuenta la casa de los Lafargue y Marx era para él un estimulo extraordinario, que allí encontró los libros de Marx, los libros de Engels, los libros de los socialistas de la época, así como libros de ciencia; digamos, lo introducen en el mundo de la cultura y le da un sentido a su rebeldía. Allí cuenta que, en determinado momento, Wilmart viaja a Londres y conoce personalmente a Marx, pero lo que omite decir es que en realidad viaja para participar como delegado de la sección holandesa de uno de los congresos de la Asociación Internacional de los Trabajadores, que es el Congreso de la Confrontación entre marxistas y bakuninistas. Este relato permite descartar la hipótesis de que Wilmart había sido anarquista en su juventud; él tiene una actitud de respaldo a los marxistas, pero no vota por la expulsión de todos los anarquistas, como sí vota el sector más duro y esto llevo a conjeturar que, en realidad, era anarquista Wilmart, pero no lo era.

La historia es que en ese congreso se informa de la creación de la sección argentina. ¿Quiénes crean la sección argentina de la Internacional? Los comuneros exiliados de 1871. Se comunican con el Consejo General que tenía su sede en Londres, que de algún modo hegemonizaba Marx, aunque no dominaba por completo. Marx y el Consejo General en Londres deciden enviar a este hombre, probablemente, porque era joven, no estaba casado, era un hombre inteligente, manejaba idiomas, hablaba español, y entonces era la persona ideal. Era una persona de confianza, amigo personal de Lafargue y lo envían para fortalecer la sección y, de algún modo, ponerla a resguardo de los anarquistas. Porque la sección uruguaya estaba hegemonizada por los anarquistas, mientras que la sección porteña ni era marxista ni bakuninista, porque en realidad esto es una simplificación de la historia de la Internacional, no es que la Internacional se dividía entre marxistas y bakuninistas, la historia es mucho más compleja porque había muchas tendencias, pero sobre todo la base de estos jóvenes era un socialismo internacionalista muy vago, muy indeterminado, no estaba formado doctrinariamente: no eran blanquistas, no eran bakuninistas, no eran marxistas, eran hombres con una ideología más general, más abstracta, más sentimental, pero bueno, ahí podían de algún modo ganar terreno las ideas bakuninistas, Marx se apresura a enviar a Wilmart.

De la correspondencia que se conserva en el fondo Marx, del Instituto de Amsterdam, hay toda una serie de cartas de Wilmart, pero desde Buenos Aires hay sólo tres, que son las que comento y transcribo íntegras en el apéndice. Las tres cartas que se van sucediendo a lo largo del año 1873, demuestran el creciente escepticismo de Wilmart respecto de crear una sección de la Internacional. Hay que decir que éste es un contexto de declive, de repliegue de la Internacional, la derrota de la Comuna de París fue una derrota para la Internacional, aunque la Internacional no la hubiera convocado. El respaldo de Marx a La Comuna, a la famosa locución de la guerra civil en Francia, de algún modo determinó el retiro de los sindicatos ingleses que constituían un apoyo de masas, un apoyo institucional muy importante. La división entre marxistas y bakuninistas y la expulsión de los bakuninistas implica la creación de una Internacional paralela y el retiro de muchos sectores independientes que no se sentían parte de ese debate, y no casualmente Marx impulsa la votación de que se traslade la sede a Estados Unidos. Trasladar la sede a un lugar al que los bakuninistas tenían un acceso mucho más difícil era reconocer que se había entrado en un proceso de declive.

En el campo local, la situación no era mucho más entusiasta para Wilmart, aquí se encuentra con una cantidad de comuneros que no tienen una gran formación política, no es una clase obrera emergente, son artesanos que se implantan en los espacios locales, son zapateros, cocineros -ahí están las profesiones- que vienen como exiliados políticos pero también con una voluntad de integrarse social y económicamente, no tienen relaciones orgánicas con las, todavía, muy incipientes organizaciones obreras. Hablan otro idioma, se reúnen a hablar en francés. A lo largo del año pareciera que hay un momento de crecimiento de la Internacional hacia sectores de habla italiana, de habla española, pero el movimiento enseguida se desarticula. Se vuelve a organizar en 1875, pero un proceso judicial dirigido contra ellos, acusándolos de haber incendiado la iglesia del Salvador, vuelve a desarticular el movimiento.

Entre tanto, Wilmart se va a tratar de una afección pulmonar a Córdoba, conoce una hija de la élite cordobesa, se convierte en una suerte de alumno esmerado y luego discípulo de un abogado del foro cordobés muy reputado, que ve un muchacho inteligente, que habla idiomas, que aprende rápidamente y no tarda, entonces, Wilmart en asimilarse a la Argentina de 1870. Se recibe pronto de abogado, se casa con esta mujer y, como dice Segall, no va a volver a ser un cuadro revolucionario militante, pero sí va a acompañar algunas acciones del Partido Socialista y, como abogado, va a desarrollar una cantidad de obra, de artículos y de intervenciones en un sentido sumamente social.

Las cartas que recibe de Marx se han perdido, un familiar las quema o las rompe, no sabemos exactamente, lo cuenta uno de los descendientes. Tenemos las cartas de Wilmart, pero no tenemos las cartas de Marx, probablemente se han perdido para siempre. Un dato curioso de su biografía es que uno de sus descendientes era el cura Raymundo Podestá, se llama así por Wilmart, por su abuelo. Es ese famoso cura progresista de izquierda que decide romper con la prohibición del celibato y casarse con Clelia. Lamentablemente, no llegue a entrevistarlo con vida, no sé en qué medida ese abuelo revolucionario habrá influido en las ideas del cura Podestá.

APU: Una de las tensiones que está presente en el libro es la complejidad de El Capital, una lectura difícil, y al mismo tiempo la posibilidad de distintos medios obreros para difundirlo. ¿Cómo analiza este acceso a la obra y al mismo tiempo muchos conceptos vertidos en la prensa obrera?

HT: Ese es un capitulo que -creo- recién se está estudiando en estas últimas dos décadas en el mundo, que es la historia de los esfuerzos de edición popular. La escuela, los cursos, las bibliotecas obreras, las escuelas de formación, los cuadernillos con resúmenes y con esquemas. Este realmente es todo un mundo: el mundo de las editoriales, los libros baratos y la folletería, merecería varios volúmenes. Le dedique aquí un subcapítulo para mostrar cómo los socialistas argentinos están recibiendo la folletería belga, francesa, alemana, la española que es más incipiente que la italiana, y están copiando el modelo de editar en serio. O sea, en principio editan libros y folletos sueltos, y después descubren la importancia de crear un sello editorial, editar libros que tengan un solo formato, que constituyan una serie numerada porque eso hace al hábito, a construir el hábito del lector de comprar de modo serial, de organizar su biblioteca numéricamente. Digamos que es un proceso que se va dando en la segunda mitad de la década de 1890 e inicios del 1900 en la Argentina y son los prolegómenos de la Editorial La Vanguardia que, después en la década del ’20, va a ser la Editorial Claridad.

Sigo trabajando en esto, recuperando viejos catálogos, poniendo el foco en la recuperación de la folletería, pero claro, esto que a nosotros hoy nos parece como un  método muy antiguo, folletos llenos de textos que no tienen ningún atractivo, para hoy en plena cultura de la imagen, y detrás de la cultura de imagen, la cultura digital, esto nos parece una antigüedad total. Sin embargo, estos folletos, con estas ilustraciones -si vos queres precarias-, y estas viñetas y apenas algunos juegos tipográficos, eran medios de avanzada para la época. La edición de Almanaques Socialistas, por ejemplo, era una forma de entroncar con la tradición del almanaque popular de los siglos XVIII y XIX, cuando en la casa campesina y en la casa obrera no había libros todavía, qué ingresaba: el almanaque. ¿Cuál era la cultura que manejaba el campesino, el artesano y ese obrero incipiente? Eran los fragmentos que contenía un almanaque. El almanaque, además del calendario, tenía consejos para la siembra y la cosecha, indicaba el tiempo a lo largo del año, traía algún cuento, traía poemas, traía alguna frase célebre y una cantidad de imágenes que, después, la mujer de la familia campesina obrera seguramente recortaba y enmarcaba y era el cuadro que adornaba la casa, en una época en la que había una enorme penuria de medios gráficos. Hoy hay una sobreabundancia de medios gráficos, pero no lo había un siglo atrás, inclusive medio siglo atrás.

El trabajo de difusión que hacen tanto anarquistas como socialistas, articulado con el mundo festivo, con el picnic, de la representación llamada en los términos de la época filo-dramática, el recitado de poemas, el canto de himnos, la difusión de los retratos de Marx, de Pablo Iglesias o de Juan B. Justo, la celebración de los grandes acontecimientos, la Revolución Francesa primero, la Comuna de París, comienzan a constituir lo que se podría llamar la cultura obrera anarquista y la cultura obrera socialista; anarquismo y socialismo como parte de una cultura obrera mucho más amplia, pero articuladores, organizadores, formadores de esa cultura. Entonces, lo que estos sistemas de edición permiten, es construir ciertas jerarquías donde vos, quizás, tenés acceso a los medios de difusión más masivos como puede ser el diario, luego del diario podés pasar a un periódico semanal que es un poco más doctrinario, del periódico al folleto y del folleto al libro; del libro más sencillo de divulgación al libro mucho más complejo.

El modo en el que el sistema de Marx -de algún modo- es difundido a través del Anti-Dühring, digamos que Marx no arma sistema, pero Engels arma sistema, pero su Anti-Dühring sigue siendo un libro complejo. Entonces le pide a Engels que separe tramos y de ahí sale Socialismo utópico y Socialismo científico, y Bebel escribe su famoso libro sobre La mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir y es el libro que sirve como llave para ingreso a la militancia y para la formación de lo que es la teoría del Materialismo Histórico. Como sabemos hoy, Bebel no era tan teórico, sino un líder obrero socialista, orador sobre todo, y un divulgador, pero bueno, para muchos medios obreros, artesanos La Mujer de Bebel fue el libro iniciático, para otros fue El Manifiesto Comunista ¿no? para otros van a ser las novelas sociales, Tolstoi, La Madre de Gorki. Aparece en las entrevistas que hago con viejos militantes; una de mis primeras preguntas es ¿cómo recuerda usted su ingreso en el universo de la política, de la militancia, los anhelos sociales? ¿Qué fue: un tío, un padre, un vendedor de libros, una lectura, la experiencia de una huelga? Bueno, siempre es una mezcla de todas estas cosas, pero siempre aparece algún libro iniciático.

De modo que El Capital aparece como una obra compleja, muchos cuentan que nunca pudieron pasar de las primeras páginas, pero aparecen las primeras ediciones resumidas. Hay un socialista francés Deville que hace una síntesis muy difundida en francés que el propio Marx de algún modo avala. Curiosamente en Italia es un Anarquista, Carlo Cafiero, el que resume El Capital, y su traducción va a tener circulación en Argentina. Kausky va a hacer su resumen de la economía marxista convirtiendo ya la crítica de la economía política en una especie de ciencia económica dentro del sistema científico de Kausky. Digamos que cada uno de estos resúmenes, lo que decíamos antes, interpreta, sacrifica, simplifica. En general la teoría del fetichismo ocupa un lugar casi nulo, a veces queda de modo ritual porque Marx lo dice, no es un foco interpretativo, son resúmenes que tienden a construir ciencia económica antes que crítica de la economía política que tenía El Capital para Marx que él no quería ser un economista científico. Él se propone hacer otra cosa, mostrar los núcleos ideológicos en la economía política burguesa, mostrar hasta dónde la economía política burguesa permitía pensar y dónde estaba el núcleo de obtención del beneficio que dinamizaba permanentemente el sistema, que era el plusvalor.

La teoría burguesa permitía arrimarse a pensar el plusvalor pero al mismo tiempo ocultaba ése núcleo porque no podía revelar su secreto, había que correrse de ése lugar, había que correr el punto de mira desde el cual la economía política como ciencia pensaba todo el proceso para develar finalmente el secreto que era la teoría del plusvalor. Entonces no es que Marx -en torno al plusvalor- desarrolla otra ciencia sino que lo que plantea es la necesidad de un pensamiento crítico; crítico de la filosofía, crítico de la economía política, crítico de la teoría política. Lo que hace el movimiento socialista de la época (y no se le podía pedir otra cosa) es construir positivamente, la teoría del materialismo histórico pasaba a ser una sociología Marxista, la crítica de la economía política pasaba a ser una economía marxista, en la crítica, en la política y el estado pasaba a ser una teoría marxista del estado del estado y de la política. Ahí donde Marx ejerce, lo que podríamos llamar con Adorno una dialéctica negativa, esta necesidad de armar sistema tiende a positivisarlo.