Proyección de "Mujer entera" en el ciclo MALBA

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Proyección de "Mujer entera" en el ciclo MALBA

26 Noviembre 2017

Por Melany Grunewald

El MALBA no estaba lleno y tampoco lo esperaba. Pero sí había más personas de las que esperaba. A mitad de una de las filas del medio, una señora mayor busca asiento: tiene una pechera de Madre de Víctimas de Trata. De forma puntual, Ulises de la Orden, director del documental Mujer entera, nos introduce a la proyección y nos invita a debatir su obra cuando culmine.

Mujer entera es un documental que aborda como temática la trata de personas para explotación sexual, y vio la luz del cine y el teatro por primera vez en 2015. El complejo MALBA retoma su proyección en el marco de un ciclo llamado “Cine y sexo diverso”. Resulta, cuanto menos, interesante que la trata de personas pueda entramarse en esa diversidad, en la forma diversa de tener sexo. De consumir sexo. Es en este último aspecto donde el documental pone su mayor foco: en el consumidor, el cliente. En el eslabón cargado de responsabilidades pero siempre oculto, siempre justificado desde la cultura machista que nos interpela a mansalva. Y es esa cultura la que desborda en el consumo de prostitución.

El documental elige desde un comienzo plantear las claras diferencias entre la prostitución autónoma y la trata para explotación sexual, en un contexto en donde la temática estaba aún más caldeada que hoy (aunque el debate no se haya saldado hasta ahora en el feminismo), con un primer Ni Una Menos a flor de piel y mucho por deconstruir. Esa suerte de diferenciación se plantea con la palabra de integrantes de AMMAR Córdoba y RedTraSex, que cuentan porqué lo consideran un trabajo digno en comparación de otros que están bien vistos socialmente (como la empleada doméstica) pero que les significaba mucha humillación y un trato de desigualdad social para con sus patrones. Además, establecen que la figura del cliente hombre heterosexual y patriarca, debe ser desmitificada, porque también hay consumidoras mujeres, matrimonios heterosexuales y un largo etcétera que se contrapone (pero no profundiza) con el resto del documental. Especifican, al mismo tiempo, que el trabajo de la prostituta no es solo el acto sexual sino la contención, por lo tanto desmitifican también esa figura del cliente macho, suplantándola por la de un hombre angustiado que no encuentra salida a problemas que pueden expresarse en lo sexual, pero no necesariamente.

En lo que refiere a la trata en sí, no hay mucho que ahonde en la problemática, más que una descripción: las chicas víctimas son muy vulnerables, el caso de la camioneta blanca es excepcional; el narcotráfico como sistema hermano para mantenerlas drogadas, los millones que se manejan; la complicidad de cuerpos policiales, jurídicos y políticos. Pero no hay mucho más que esa superficie informativa.

El film no solo se construye en base a la palabra de profesionales y dirigentes de organizaciones con perspectiva de género, sino que tiene como método la construcción de sentido en dos escenarios particulares: una reunión de amigos hombres y un debate en una secundaria pública de Capital Federal.

El primero, como se aclara en los créditos, se trata de una escena puesta pero no está guionada. Los hombres, reunidos, con la cerveza, el pucho y el canchereo hablando de putas con la soltura que se manifiesta cuando no se trata al otro como sujeto. El debate escolar, en cambio, no está montado ni guionado: se trata de un debate con menos de 10 alumnos de entre 15 y 18 años. Varones y mujeres.

Ven un corto que habla sobre la trata de personas y lo discuten, con el profesor como moderador del debate. Los varones al principio tomaban todo con gracia y chiste, y son las pibas las que toman rienda de la seriedad del asunto, las que se animan a hablar del machismo, del acoso callejero, de la dificultad de ser mujer y tener un cuerpo como tal. A medida que avanza el documental, los varones se unen a ese compromiso analítico. Van pasando por varios puntos, incluyendo el slogan “Sin clientes no hay trata”, la diferencia con la prostitución autónoma. Y es en este espacio donde se plantea por primera vez, a lo largo de todo el documental, una luz que guíe una posible salida, una solución: la educación. Educación para no ser machistas, para deconstruirse, para terminar con la trata. Tan simple y tan lejano a la vez.

Al culminar la proyección, Ulises da la palabra a la Madre de Víctimas de Trata, Margarita Meira, madre de Soledad, que eligió tocar la temática con la profundidad que le faltó al documental en sí: el prostíbulo como escenario responsable de la trata, el narcotráfico como hermano de la trata. “Yo escuché todo lo que hablaron ahí (en el documental) y nadie es víctima, salvo Susana Trimarco. Nadie dijo qué es la trata de personas, que es lo que nosotros queremos visibilizar. Hay mucho para hacer y somos pocos (…). Cuando perdemos una hija, lo primero que perdemos es el trabajo, nos quedamos sin comida, sin plata. No hay ni un tipo de ayuda para las madres. Si la hija deja un bebé, nos tenemos que hacer cargo de los nietos. Es una lucha muy dura. Basta de prostíbulos, basta de chicas desaparecidas. Hay 27.000 chicas desaparecidas, estamos por llegar a la cifra de desaparecidos en la dictadura, y nuestras hijas son desaparecidas en democracia”, dijo antes de verse sumergida en un aplauso por parte del público.

Me gustaría decir que el debate subsiguiente fue eso: un debate. Pero me encontré con la desazón de no saber qué hacer contra la trata. Me encontré con un público que pareció no comprender la diferencia de una esclava sexual y una prostituta autónoma. Pero me quedó el haz esperanzador de los pibes que sí supieron debatir en el film: la solución en manos de la educación. Y si es pública, mejor.