El oficio del cantor

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El oficio del cantor

09 Enero 2013

Por Juan Ciucci l Hablar de destino parece imprimirle una dimensión sacra a la vida de Don Alfredo, que quizás suene excesiva para un materialista. Pero Zitarrosa, sin proponérselo, encarna como pocos el espíritu de una época, de una voluntad, de un Pueblo. El hombre que empezó como locutor, periodista, poeta, encuentra en su camino al canto, y ambos se perturban. Pronto comenzaría a construirse una carrera de esas incipientes canciones, que lo revelan como un poeta de una notable profundidad y sencillez. Una de sus primeras obras, con tan sólo 29 años, es Milonga para una niña, donde analiza los difíciles tiempos del amor; o Mire amigo, que refleja el dolor y la bronca contenida de aquel que vive y sufre su existencia.

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Pronto Don Alfredo comienza a ser reconocido en su país, y en toda Suramérica. Hay algo novedoso en su voz, en sus guitarras, en sus palabras. Parte de una generación brillante del canto uruguayo (Viglieti, Los Olimareños, El Sabalero), su estilo recuperó las tradiciones populares del canto de su país. Sus milongas revitalizaron el género, del que fue un profuso conocedor y defensor. Esa fue una de sus banderas, entre muchas otras que supo llevar y que le costaron la persecución y el exilio. “Compongo por milonga porque es un estilo de expresión muy vivo en mi país y conserva una total vigencia entre las clases populares tanto del campo como de la ciudad. Yo me tomo muy en serio esto de ser un artista popular, porque cuando eso es el resultado de una retribución de la gente que se siente interpelada, se convierte en una gran responsabilidad”. Es un tradicionalista revolucionario, que comprendió que en esas fuentes fecundas de la tradición podía encontrar el espíritu vital de su Pueblo.

Fue un autor que cantó a muchos otros, y que reconocía el valor de esas obras y se interesaba por difundirlas: Silvio Rodríguez, Rubén Lena, Atahualpa Yupanqui, Washington Benavides, Yamandú Palacios, José Alonso y Trelles, Enrique Estrázulas, Nicolás Guillén, Carlos Di Fulvio, Idea Vilariño, Gastón Ciarlo “Dino”, Aníbal Sampayo, Ignacio Suárez, Armando Tejada Gómez, Eliseo Salvador Porta. Su obra también se reflejó en otros, y en nuestro país fue fundamental la versión de Zamba por vos que hiciera Jorge Cafrune.

Con sus canciones acompañó los años tumultuosos de la Patria Grande, época de luchas y reivindicaciones sociales y políticas. Con filiación frenteamplista, su canto estuvo presente en actos y encuentros, en los frentes de lucha. Un hombre de Pueblo, que interpretaba su accionar como parte de ese todo al que pertenecía, en eso que llamaba el oficio del cantor. “Para mí las canciones no generan revoluciones, no modifican el movimiento de las sociedades. La sociedad, en cambio, sí modifica las canciones”.

Contracanciones

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Ese trajín del cantor popular, lo enfrenta a su accionar como sujeto histórico, a su bella posición de artista. Zitarrosa interroga su figura, sus rebotes, el aplauso que le devuelve la sala a oscuras. Ese proceso creativo toma forma en sus Contracanciones, que darían nacimiento a Guitarra Negra, una de las obras de música popular más importantes del Siglo XX. Su reflexión política y cultural se expresa en esta búsqueda, en este enfrentamiento con su estilo. La persecución, el comienzo de la derrota generacional, el rol de su voz en ese camino que comienza a dejar de ser tan nítido, la concepción del artista militante; son algunos de los temas que ocupan este largo poemario.

“Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra... Cómo haré para que sientas mi torpe amor, mis ganas de sonarte entera y mía... Cómo se toca tu carne de aire, tu oloroso tacto, tu corazón sin hambre, tu silencio en el puente, tu cuerda quinta, tu bordón macho y oscuro, tus parientes cantores, tus tres almas, conversadoras como niñas... Cómo se puede amarte sin dolor, sin apuro, sin testigos, sin manos que te ofendan... Cómo traspasarte mis hombres y mujeres bien queridos, guitarra; mis amores ajenos, mi certeza de amarte como pocos... Cómo entregarte todos esos nombres y esa sangre, sin inundar tu corazón de sombras, de temblores y muerte, de ceniza, de soledad y rabia, de silencio, de lágrimas idiotas...”

Esta introducción a Guitarra Negra dice todo aquello que le duele al cantor, esos sentimientos que intenta reflejar, que su voz ocupa, y que se vuelve arte para el que lo oye. Pero desconfía de su suerte, de su arte, de la vida en esas voces. Su honda ironía se refleja en Flor show, metáfora emparentada con su Canto de nadie, donde Zitarrosa se vislumbra como mero espectáculo, espectacularizado por quienes hacen uso de su show.

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“En la punta del agua... una flor blanca, luminosa, de quince dólares, se hace chispa, se abulta, se diluye, chorrea entre otras flores más pequeñas, llora, se agita, la catapulta el chorro de agua y sube como bola en el aire... Está naciendo siempre, mientras el agua canta en esa fuente de la boîte... Entre aplausitos, al compás de la orquesta, blanda flor blanca, acuosa, nostalgiosa en el aire... subida en los aplausos como espitada, hendida, empitonada... gime y llora en la noche, tira estrellas bailando bajo el humo, renace, llora por el chorro azul-blanco de la fuente como si fuera planta que la cría -y que no es-... y sin embargo, así seguirá abriéndose, muriendo, hinchándose y flotando, mientras duren la noche, su belleza infantil de ingeniería, su blando corazón bajo el foquillo fijo y lechoso... el gringo, el chorro de agua a precio, el aire de importación, esas hembras, el mozo, esos señores...”

Su obra quizás pueda resultar lejana por sus revueltas tradicionales, en este siglo XXI tecnologizado. Zitarrosa se aleja de los lugares comunes, retoma desde la tradición los discursos de vanguardia, exhorta a no creerle o aplaudirle como zonzos. Este breve repaso lo cerramos con Uruguay for export, otra desgarradora reflexión política del lugar en que se inscribe el intelectual, el artista. Un hombre que construyó su nombre, decide romperlo para vaciarlo intentando renovarse. Los últimos años de Don Alfredo fueron muy duros, murió en su tierra pero con el dolor intrínseco en su sangre. No pudo componer en el exilio, lejos de esta tierra americana. Y al volver volvió con sus muertos, con quienes se marchó. Sabemos que tendrá larga vida en nuestra memoria, maestro.

Uruguay for export

“Temblando, con el frontal partido por el marrón, por el marronero, cae sobre sus costillas, pesada como un mundo, la res... Cae con estrépito, de bruces sobre el cemento... balando al descuajarse su osamenta, ya sólo un pobre costillar enorme, ya sólo un pobre cuero y sangre, media tonelada de huesos astillados, hincados en toda esa vida temblorosa y atónita... Ahí se va alzando, como un pesado pingajo, atrapada por la pata por un gancho que le salta arriba, que la alza por un ojal abierto en el garrón de un cuchillazo en plena estupidez sentimental, en plena media tonelada de monstruoso dolor, incomprensible, absurdo, balando, plañidera y tonta, como un escarabajo que no piensa, mientras medita lentamente por qué duele tanto y por qué duele qué parte de quién que es ella misma, la res, abierta al descuartizamiento atroz por todas partes, que nunca habían dolido y que eran tantas partes, tan extensas... y que pastando nunca habían dolido... haciendo leche, esperma, músculos, crin y cuero y cornamenta viva, que eran la vida misma manando hacia sus adentros, vibrando tiernamente como un sol cálido hacia sus adentros... y nunca habían dolido... Ya está colgada... Las patas delanteras se enderezan, se endurecen y avanzan hacia adelante y hacia arriba, implorantes y fatalmente rígidas, rematadas en cortas pezuñas que hace un instante amasaban el barro del corral, el estiércol de otros cien balidos, dinosaurios del siglo de las máquinas, nacidos para morir de un marronazo... Ahora ya es carne azul colgada en la heladera: "Uruguay for export"... Aquella res, que murió de un marronazo, cayó y tembló todo el frigorífico... Aquella otra res que recibió el marronazo en plena frente, de dos dedos de espesor, mientras entraba al tubo desconfiando porque allí no había pasto, alcanzó a comprender que había otra res delante, balando, que ya se la llevaba el gancho... y cayó detrás, también, y el cemento tembló bajo esos huesos... Aquella otra res, que esquivó el marronazo y que cayó también, con un ojo reventado y una guampa partida, deshecha, también cayó y tembló la tierra, tembló el marrón, tembló el marronero; la res, murió temblando de dolor y de miedo... de un marronazo en plena frente "for export" del Uruguay...”