La indómita luz

La indómita luz

29 Noviembre 2016

Es imposible expresar en palabras lo que nos atraviesa, sucede y conmueve. Todas las palabras están un poco de más. Quizás, como nunca antes, desde que escuchamos la noticia, estemos abrazados a millones de mujeres y hombres de nuestra América y del tercer mundo. Así, en silencio, con alguna lágrima y alguna sonrisa.

¿Hablamos de los logros? ¿De la ayuda a las revoluciones tercermundistas? ¿Del cobijo a miles de compatriotas? Hoy todo está demás. Nada alcanza. Hablemos de alguna vivencia.

Agosto de 1995. Un lugar de nuestro país. Bariloche. Un encuentro de presidentes del continente. Él volvía a estas tierras después de muchos años. Un grupo de estudiantes de la universidad sentía el deber de acompañarlo. Decirle que en el sur del continente había quienes seguían pensando en una sociedad con aspiraciones anticapitalistas, en el socialismo, y que defendían la revolución cubana.

Allá fuimos. Muchas escenas. Gritar bien fuerte. Levantar el puño. Agitar la bandera. Hacer la venia. Saludar. Ahí lo vimos. Algo de nuestra promesa estaba cumplida. Viajamos días para estar sólo un rato. No importaba. Decir presente era el compromiso.

Quienes atravesamos la soledad de esos años lo abrazamos en una mezcla de sentimientos y posicionamiento ideológico. Era él y Cuba, en medio del fin de la historia. Era él, su necedad y sus convicciones, en un mundo donde se empezaba a dudar o claudicar. Era la Revolución Cubana, en un continente que no podía salir del letargo.

Durante años pensé que su liderazgo y su rol en el mundo de esos tiempos era infinitamente más trascendental -incluso- que haber encabezado la revolución más importante de la historia de nuestro continente, décadas antes. Sigo pensando lo mismo. Quizás una mirada generacional. Porque, como se dijo, hacer la revolución es una tarea muy difícil y sostenerla en medio del bloqueo, más difícil aún. Pero mantener, en soledad, la construcción de la sociedad con mayor justicia social de nuestro continente, es realmente una tarea inconmensurable.

Ese sueño abrazamos y nos abrazó. Ese sueño que no era simple utopía. Era la realidad concreta que ayudaba a caminar. Luego cambiaron los tiempos de nuestro continente, pero eso -ahora- es otra historia.

Dije que sobran las palabras, pero la memoria me recuerda algo que dijo una amiga sobre otra persona muy querida y que bien vale la pena traerlas a este día. Sin mediaciones ni metáforas, estamos vivos y seguimos soñando porque, en esos tiempos, Fidel nos salvó la vida.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografía: Es Fotografía