Kirchnerismo versus Moyano: el costo real del conflicto

Kirchnerismo versus Moyano: el costo real del conflicto

29 Junio 2012

En revista Debate I El gobierno de Cristina Kirchner, como el anterior de Néstor Kirchner, no le teme ni le rehúye al conflicto, sino que, por el contrario, lo busca. Probablemente, la capacidad del Gobierno de sentirse a sus anchas en un contexto de alta conflictividad política sea la mejor carta en su mazo, ya que cualquier actor que decida enfrentarse con el kirchnerismo sabe, a esta altura, dos cosas: que el Gobierno va a llevar el conflicto hasta las últimas consecuencias, y que no se abrirán espacios para la negociación directa antes de que suene la campana del ultimísimo round. Y sabe, también, que en el transcurso de ese conflicto, el kirchnerismo movilizará sus bases, utilizará todos los recursos institucionales a su disposición, y revisará todos y cada uno de los recovecos de las leyes para encontrar soluciones creativas que lo favorezcan -incluyendo, por supuesto, el retroceso táctico si, como con el caso de la postulación de Daniel Reposo, por dar sólo un ejemplo, el cálculo de fuerzas no lo favorece.

Entonces, la novedad del decenio kirchnerista es que cualquier actor social que decida enfrentarse al kirchnerismo debe realizar un cálculo de costo-beneficio extremadamente duro: ¿vale la pena enfrentarse a un Gobierno que se sabe que está de antemano dispuesto a ir hasta el fin en un conflicto? ¿No dinamitará la puja la propia posición? Es un dilema de hierro: enfrentarse al kirchnerismo hoy es casi seguro asumir que una victoria sólo es posible mediante la destrucción mutua.

Algunos dirían: lo peor que tiene el kirchnerismo es que no le teme al conflicto. Y, ciertamente, vivir en la Argentina kirchnerista es vivir en un país en el que el Gobierno está casi siempre peleándose con alguien, en el que la esfera pública está hiperpolitizada y polarizada, en el que las familias se pelean en una sobremesa por algo tan abstruso como los procedimientos parlamentarios para nombrar un Procurador del Tesoro. Esta Argentina es agotadora.

Pero, al mismo tiempo, lo mejor que tiene el kirchnerismo es que no le teme al conflicto. Todo gobierno estructura su acción política en gran parte de acuerdo a su evaluación de las fallas de los gobiernos anteriores; y la principal convicción práctica, tal vez la única, con que Néstor Kirchner ingresó a la Casa Rosada es que la estrategia de sus predecesores de ofrecer concesiones a los factores de poder esperando con esto ganar su benevolencia no es, en este país, más que una manera segura de aumentar el tamaño y el hambre futuro del adversario, que lo devoraría más tarde o más temprano. (Néstor Kirchner reforzó este convencimiento en el conflicto con Clarín, a quien  Kirchner había otorgado varias concesiones, y que se cruzó de vereda, sin embargo, en cuanto pudo).

Como resultado del gusto por el conflicto kirchnerista, por primera vez desde 1983 a la fecha, la Argentina tiene en la Casa Rosada un gobierno con la capacidad de acumulación de poder y el talante necesarios para no rehuir las peleas; por primera vez desde 1983 hasta la fecha existe un gobierno que ha logrado convencer a los otros actores políticos de que él no va a ser quien parpadee primero, nunca.

En este sentido, el conflicto del gobierno con la CGT encabezada con Hugo Moyano podría encuadrarse en una larga cadena de conflictos: con los organismos financieros internacionales y los acreedores externos, con las cúpulas militares, con los familiares y simpatizantes de los condenados por crímenes de lesa humanidad, con el “campo,” con Clarín y La Nación, con las AFJP, con la Iglesia Católica, con Techint y otras empresas por la decisión del Poder Ejecutivo de poner directores propios en sus juntas de gobierno, con el macrismo por el transporte en la Ciudad de Buenos Aires, con Repsol, con los “caceroleros” por la venta de dólares. Desde esta perspectiva, podría que ser la actual disputa de poder con Hugo Moyano sea sólo una más en la constante búsqueda kirchnerista de rings a los que subirse.

Sin embargo, tal vez este espíritu acostumbrado al conflicto no haya podido percibir que esta pelea es distinta a las anteriores, y que entrar en un conflicto al último round con Moyano es menos continuidad que ruptura. Ya sea que la haya elegido o le fuera impuesta, la disputa con Hugo Moyano no sigue las mismas reglas ni tendrá los mismos efectos que el enfrentamiento con el “campo” o con los sectores “caceroleros”. No importa tanto, en este sentido, que el gobierno “gane”. (Lo cual es probable, por otra parte: el paro de ayer fue casi inexistente, y la movilización, aunque importante, mostró la relativa soledad de Moyano). La cuestión es que el propio Gobierno va a ver su base de apoyo alterada, aunque gane.

La puja con el FMI, la crisis del “campo” o el largo enfrentamiento con Clarín, en todos estos casos, se trataba de una disputa entre el Gobierno y sus (cambiantes) aliados de un lado y un adversario externo a su coalición del otro. Pero el conflicto con la CGT dicotomiza, por primera vez, la propia base del kirchnerismo.

A diferencia de los cacerolazos, la mayoría de los que se movilizaron ayer son votantes históricos del Frente para la Victoria, no de Elisa Carrió o de Hermes Binner. Se trata, al fin y al cabo, de trabajadores peronistas sindicalizados: un sector que era inimaginable contemplar que pudiera quedar afuera del kirchnerismo.  

Tan original fue el acto de ayer que puede afirmarse que en él se produjo una confluencia nunca vista desde 1983 a la fecha: la del Secretario General de la CGT y varios gremios orgánicos; un sector de la derecha partidaria, encarnada en el PRO; la Iglesia (que apoyó el paro y movilización en medios periodísticos); la izquierda de Jorge Altamira; y los sectores nucleados alrededor de Cecilia Pando. Es la primera vez que estos sectores confluyen abiertamente. Qué sucederá en el futuro con esta proto-coalición es un misterio, pero de consolidarse (aun cuando atraiga a sólo una parte del movimiento sindical) significará un reacomodamiento singular de los clivajes.

Es probable, entonces, que Cristina Fernández de Kirchner gane su puja con Hugo Moyano. Pero, sin duda, puede haber algo de pírrico en esta victoria.

El kirchnerismo ha sido extremadamente eficaz en disciplinar a los actores empresarios en este último tiempo: desde la presencia de directores estatales en los directorios de las principales empresas a la nacionalización de YPF y las multas a importantes multinacionales por evasión impositiva: el kirchnerismo ha logrado sus objetivos, con llamativamente pocas protestas empresarias. Claramente, uno de los factores (no el único) en este disciplinamiento ha sido el apoyo a la Presidenta de un sindicalismo fuerte, organizado y combativo. Pero además de la puja empresaria, Moyano también ha sido una cuña utilizada para balancear el poder del gobernador y los intendentes de la provincia de Buenos Aires, y el movimiento obrero organizado demostró tener capacidad de sostener al Gobierno en el medio de una circunstancia con movilización social adversa, como fue la crisis del campo.

Puede decirse, entonces, que al kirchnerismo le convenía un sindicalismo, sino fuerte en la realidad, sí al menos en apariencia. Si Cristina revela el carácter imaginario de esta fortaleza, si de verdad logra imponer en la sociedad la idea de que el más inescrutable y duro líder sindical de la última década es, en realidad, sólo otro político con ambiciones políticas personales que no supo medir sus propias fuerzas, habrá sin dudas debilitado, tal vez fatalmente, la figura política de Moyano. Sin embargo, habrá debilitado, también, al mismo tiempo, a la organización de los trabajadores en su conjunto y habrá reducido, en poder y tamaño, a un sector de su propia coalición; más aún, a uno que resultaba clave en el sostenimiento de su propia capacidad de sostener otros conflictos. En un año que no se presenta fácil en lo económico y financiero, la falta de este apoyo puede sentirse.
Habrá que ver entonces cómo continúa este proceso para ver si el resultado final de este conflicto en particular termina justificando su costo.