Instituto Dorrego: jaque al gatopardismo liberal

Instituto Dorrego: jaque al gatopardismo liberal

15 Diciembre 2011

Según ellos es un intento de imponer una mirada maniquea de la historia, reemplazando a un inexistente “discurso hegemónico” por una nueva historia oficial. Además, acusan a los integrantes del Instituto de ser un conjunto de ignorantes que ni siquiera están al tanto de los progresos de la ciencia histórica, atados a interrogantes antiguos, ya sepultados por el avance global de las ideas. La crítica también sugiere la invasión a funciones reservadas a organismos autárquicos del Estado (esos mismos que alguna vez Ernesto Guevara llamó “un Estado dentro del Estado”). Parece que los revisionistas no sabrían que ellos mismos son la anquilosada expresión de otro objeto de estudio, que la ciencia histórica ya tendría identificado, descripto y debidamente archivado.

Los detentadores del poder académico fingen ignorar que hace más de 60 años existe una corriente de pensamiento que ha proclamado la necesidad de emancipar las ideas y las ciencias sociales en general (no sólo la historia), de la tutela que ejercen las usinas de pensamiento de las potencias hegemónicas. Para mantener esa ignorancia fingida, deforman a su interlocutor, como cuando afectan desconocer la diferencia entre los hermanos Irazusta y Jorge Abelardo Ramos, y eligen hablar de Irazusta, pretendiendo hablar así del “revisionismo”. Selección que un incauto podría confundir con ignorancia, pero que esconde el fin de negar todo lo posterior; o sea: Ramos, Scalabrini Ortíz, Hernández Arregui, José María Rosa o Fermín Chávez. El primer revisionismo (el de los Irazusta en los `30) a pesar de haber cumplido un papel importante en la historiografía y en la política argentina al orientar la mirada hacia el dispositivo de dominación colonial, era subsidiario del surgimiento del fascismo en Europa (con su antiliberalismo y anglofobia). O sea: practicaban un nacionalismo importado, una contradicción evidente. Ese nacionalismo aristocrático era, a su modo, otra expresión de la colonización pedagógica.

Un instituto histórico revisionista en nuestro país no viene a sacarle trabajo a nadie, ni a ocupar espacios (materiales) que pertenecen a otros. Y mucho menos a falsear la narración de la historia. Sí viene a luchar por los espacios simbólicos, y a dar su aporte en la batalla cultural que vive nuestro país y a la que convocó la presidenta. Es la batalla por la emancipación de las ideas. La creación del Instituto Histórico Revisionista Iberoamericano implica un respaldo decisivo a la investigación y publicación de trabajos que aborden la problemática local y regional reconociendo la centralidad de la cuestión nacional y de la cuestión social. Perspectivas que no conforman el eje de las preocupaciones de nuestros académicos, y en cambio sí de buena parte de la sociedad. La investigación histórica tampoco puede reducirse a la estadística, el número, la microhistoria. Están muy bien quienes se ocupan de clasificar la información disponible, pero necesitamos quienes interpreten esos datos a la luz de nuestra realidad, ya que la historia tiene que hablarnos de nosotros, aquí y ahora.

En Argentina está en debate quienes fuimos y de dónde venimos, porque está en debate quiénes somos y hacia dónde queremos ir. Este es el centro de la cuestión y es legítimo que el Estado nacional se meta a fomentar este debate. No suprimiendo voces sino alentando a quienes sostienen una interpretación crítica sobre nuestro pasado, que se apoya, entre otras cosas, en una crítica a las escuelas historiográficas dominantes en la academia desde hace más de 100 años. Desde algunas universidades y sus institutos históricos nos advierten que ya no hacen historia como la de Mitre, que ha cambiado el paradigma científico, pero no pueden negar (como jamás han negado) su adscripción al ideario político de aquellos “padres fundadores”. Y como ellos mismos saben, la adscripción ideológica orienta las preguntas y condiciona la hermenéutica, o sea la interpretación de los hechos que hace el investigador.

Fingir que este debate no existe carece de sentido. El debate por la historia se ha instalado y seguirá por un largo rato. Es indispensable investigar con rigor y aplicar correctamente los métodos, pero estos son instrumentales y deben estar separados de la hermenéutica, que es lo que acá se discute. Mientras los presupuestos universitarios se vayan por la canaleta de estudiar la Europa medieval y la formación del “burgo” porque nuestros orgullosos intelectuales, marxistas rigurosos, quieren saber decir más sobre las condiciones de nacimiento del capitalismo, entonces será necesaria una iniciativa como la del Instituto Dorrego; y si los espacios universitarios preexistentes orientados a la historia nacional quieren sostener la farsa que ellos no polemizan con el revisionismo porque es una escuela del pasado -cuando gran parte de su producción está orientada a negar las tesis revisionistas- entonces será necesario el Instituto Dorrego.

Más allá de las virtudes intrínsecas del enfoque historiográfico identificado como “historia social”, los representantes de esta corriente en nuestro país, y sobre todo el pequeño pero poderoso conjunto de docentes y profesionales conocidos en ámbitos académicos como “los modernos”, han hecho con la historia social y otras herramientas un escandaloso gatopardismo, cambiando las formas para que nada cambie en los contenidos. Es la ardua tarea cotidiana de cuidar el quiosquito. La interpretación académica “oficial”, parece parada en un elementalísimo hegelianismo en la historia: lo que es, es lo que merecía ser. Así se sostiene que el proceso de descomposición del antiguo imperio español en América, y su fragmentación en una veintena de repúblicas dependientes del comercio británico, ocurrió sencillamente porque tenía que ocurrir. No es más que un reflejo de la división internacional del trabajo” (nada de “imperialismo”, no seamos folclóricos en nuestras expresiones). Quienes lucharon en contra de la balcanización de América, como San Martín, Bolívar, Artigas, Monteagudo, o Morazán en Centroamérica, eran apenas grandes utopistas, quijotes alucinados que no comprendían hacia dónde soplaban los vientos de la historia. En cambio Santander, Páez, Rivadavia o Portales eran los auténticos real-políticos, que sí comprendieron y fueron los verdaderos intérpretes de su época… y vencieron (fueron el hecho positivo), así que juzgarlos éticamente resultaría anacrónico: una actitud irrelevante en términos historiográficos.

Si para un europeo puede ser importante aprender algo más del burgo, para nosotros es fundamental estudiar el proceso de conformación de nuestras repúblicas y de las ideas que sostuvieron los diferentes proyectos de país. Desde aquellos hombres a nuestros días existe una continuidad que necesita ser rescatada en función de ciertos objetivos políticos, económicos y sociales que están estrechamente vinculados al proceso de unidad regional. Conocemos la técnica de escindir las luchas del pasado de las del presente, y al respecto podríamos introducir una conocida cita de Rodolfo Walsh; pero mejor, esta de Perón, dicha hace casi cuarenta años: “La historia grande de Latinoamérica, de la que formamos parte, exige de los argentinos que vuelvan ya los ojos a su patria, y que dejen de solicitar servilmente la aprobación del europeo cada vez que se crea una obra de arte o se concibe una teoría”. Siguen soplando nuevos vientos desde el sur.