¿Humor? Un patrimonio nacional, por José Pablo Feinmann

¿Humor? Un patrimonio nacional, por José Pablo Feinmann

03 Marzo 2012

El destino de Messi era emigrar hacia los clubes hiperpoderosos del Primer Mundo. Aunque aquí le hubieran pagado el tratamiento hormonal, tarde o temprano se lo hubieran llevado el Barcelona u otro. Países como el nuestro no pueden ver jugar a sus mejores jugadores. Los compran de afuera. Se van. Y nosotros sólo los vemos jugar de nuestro lado cuando se ponen la camiseta de la selección.

Sin embargo, ahí tampoco juegan para nosotros. Messi se pone la blanquiceleste y sale a la cancha. Lo que para otro era tocar el cielo con las manos, para él es un grave problema. Sus amos europeos le dicen: “Pibe, cuidate las piernas. No sea que te nos vuelvas quebrado por tratar a de hacer ganar a la selección de tu maldito país”. ¡Y así lo vimos a Messi jugar con la selección! ¿Es posible que juegue tan mal? No, es otra cosa. No juega. Le da bronca estar aquí perdiendo el tiempo y no en Europa forrándose los bolsillos. No quiere y no puede jugar para la selección. Tiene que cuidar su fortuna, que son sus piernas. No las arriesga. Y juega mal, horriblemente mal.

Todos los periodistas deportivos se preguntan qué le pasa a Messi. Y pocos o nadie dicen la verdad: podemos generar grandes jugadores, pero no retenerlos. La solución –como en tantas otras cosas– reside en quebrar las leyes del mercado libre por medio de la intervención del Estado. Ningún club puede vender a ningún jugador que un jurado de entendidos, de honestos, de intachables juzgue patrimonio nacional. Los jugadores nacieron en la Argentina para darles alegría a los hinchas argentinos. ¿Que se van a quejar? ¡Claro! Van a decir que tienen ofertas millonarias de afuera. Pero –yo le diría a Messi–: mala suerte, pibe. Naciste en la Argentina. Aquí te pueden pagar lo que te pagan. Jodete, hermano. Todos nosotros nacimos aquí. Mirá, yo, en Estados Unidos, con sólo los guiones de cine que hice, sería millonario. Y Alfredo Alcón habría sido Laurence Olivier. O Norma Aleandro, Meryl Streep. Mala suerte. Usted se queda aquí y les da alegría a las hinchadas de su pueblo, que lo van a adorar. ¿No le importa, quiere euros, quiere irse? Prohibido. Usted –como jugador de fútbol, sólo como eso– no se pertenece a sí mismo: pertenece a la Nación Argentina. No se venden más jugadores. Son patrimonio inalienable de la Nación. Porque somos proteccionistas. Se acabó el libre mercado de la venta de jugadores talentosos o geniales. Se quedan aquí. Créanme: en menos de dos o tres años ganamos la Copa del Mundo. Y no nos para nadie. Y todos los domingos los pobres y sufridos hinchas ven partidos de lujo, tramados por la magia de los grandes jugadores. Porque, ahora, son nuestros.