El día que una Europa murió

El día que una Europa murió

31 Julio 2015

Por Marina Cardelli, publicada en [R]umbo

“Soberanía” y “dignidad” había dicho Alexis Tsipras después del referéndum en el que el 60% del pueblo griego dijo NO al ajuste de la vieja Troika (ahora Eurogrupo). Acaso se adelantaba a definir su propio devenir: sin soberanía y sin dignidad el gobierno griego dijo que SÍ. El paquete económico que acordó Tsipras para Grecia parece de ficción: Las exigencias de superávit, brutales; el incremento del IVA, generalizado; el recorte a las jubilaciones y pensiones, fenomenal; el ataque a la vivienda, selectivo contra los trabajadores y trabajadoras. Promueve la flexibilización laboral, incentiva los despidos y restringe la negociación colectiva; libera los precios de productos de primera necesidad y liberaliza el comercio; abre un ciclo de privatizaciones que incluye puertos, ferrocarriles y cláusulas de entrega de bienes en caso de incumplimiento. Como frutilla del postre, ya ni siquiera se habla de una posible reestructuración de la deuda.

Tan sólo dos semanas antes, Grecia había resistido una campaña del miedo incentivada por los capitales que controlan la economía europea, que buscaba demostrar que votar NO significaba abandonar la Eurozona. Syriza, por su parte, insistía en que de ninguna manera Grecia estaba considerando tal cosa. La aclaración era exigida por el consenso hegemónico, que se encargó de instalar la idea de que el Euro es el certificado de europeidad de la era actual. Sin embargo, no es más que el certificado de la supremacía económica del capital financiero representado por los ministros de economía de todos los países en el Eurogrupo, conducido por Alemania y Francia.

El debate abierto al interior de Grecia se cerró de la peor forma. Algunas propuestas que emergieron desde el interior de la coalición de gobierno sostenían que la única salida a la crisis griega era renegar de la Eurozona, pero el consenso hegemónico primó: para defender la unión de Europa hay que subordinarse al capital financiero.

El viejo continente está en temporada de ajuste hace bastantes años: las políticas de “austeridad” (menudo eufemismo) no son un tema exclusivamente griego. Portugal inició en 2010 las huelgas generales contra las primeras políticas de recorte encaradas por el presidente Sócrates y continuadas por el gobierno conservador de Passos Coelho. En América Latina se empezaba a escuchar acerca de la destrucción del Estado de bienestar como la respuesta que daban a la crisis iniciada en 2008 y se veía al pueblo europeo volver a las calles después de muchos años. Siguieron Francia, Italia, España. Sus calles se llenaban de trabajadores y trabajadoras resistiendo políticas iguales a las que ahora se implementan en el país helénico. Se leían, todavía, pancartas reivindicando a Islandia y su negativa popular a pagar una deuda que habían contraído los banqueros. Desde entonces y hasta hoy, las políticas de salvataje a los bancos son moneda corriente, demostrando que el objetivo no es, de ningún modo, “rescatar” las economías superadas por la deuda, sino al capital financiero superado por la crisis. Basta con analizar el remedio: ajustes por ley y tomas obligatorias de deuda, que salvan a los bancos pero pagan los Estados. Hay que escapar al análisis maniqueo: los banqueros no son malos, son banqueros. Y si no tienen condiciones para sostener la sobrexplotación del trabajo solamente en la periferia, van a empezar por casa.

En la actualidad, la deuda de Grecia es de 750 mil millones de euros. La pública asciende a 350 mil millones, casi el doble de su PBI, y la privada alcanza los 380 mil millones. A esto hay que agregarle que parte de esa deuda fue contraída con bancos europeos y transferida a los Estados. El resto de los Estados débiles, en situaciones similares, ajustaron y pagan. Por lo que no es Grecia la que no podría tolerar abandonar el Euro. En cambio, es la Unión Europea la que no podría sostener la partida de Grecia, tanto por las consecuencias económicas, como por las políticas. Alemania alecciona con dureza porque necesita mantener su superioridad en exportación y en crédito; y el resto alecciona por miedo a las consecuencias de un éxito griego hacia el interior de sus países. Defensores de la unidad ya han comandado ocho planes de austeridad en los últimos años.

No se puede dejar de pensar en el camino que recorrió Latinoamérica, tanto en lo vinculado a su deuda externa, como a las violaciones de su soberanía. La Argentina de hoy, a pesar de una quita histórica, un nivel de desendeudamiento inédito y un acumulado simbólico importante en los niveles de confrontación contra la política depredadora del capital financiero, debilitó sus reservas cuando retomó los pagos se inició un nuevo ciclo de endeudamiento. El nivel de deuda de todos los países de mundo equivale a lo producido en tres años. Es decir que el mundo debería producir durante tres años, sin consumir ni morir de hambre, para que las deudas fueran saldadas. Sin considerar que la mayor cantidad de deuda es ilegítima y se concentra en las primeras economías del mundo, con Estados Unidos a la cabeza. Ucrania, recién llegadita a la gran Europa de la unidad económica, ya recibe miles de millones para un “rescate” en forma de deuda. No hace falta ser especialista para llegar a la conclusión evidente de que las deudas son impagables y tienen la simple función de subordinar la soberanía de los deudores.

Resulta difícil volver a creer en alternativas cuando un pueblo que se animó a decir que NO dos veces no alcanzó: los griegos no solamente votaron a la izquierda, sino que votaron un referéndum reafirmando su primer gesto. No fue suficiente la traición de la socialdemocracia de Francia y España, que encararon sin problemas la política antipopular que requirió el capital, demostrando que una tradición reformista no garantiza nada. Ahora la izquierda parece que tampoco alcanza. Quizás no es una pregunta de partidos, sino una un poco más profunda, acerca del futuro de los sectores populares europeos y la ruptura con un eurocentrismo político, cultural y económico. Quizás la campaña mediática tenía razón, y votar que NO significa que para pensar alternativas hay que irse de Europa, o, por lo menos, de la europeidad de hoy. Si alguien se anima, contaran los pueblos libres en el futuro que en esa parte del mundo todo empezó a cambiar el día que una Europa murió.