“No es algo estático, no es un museo, es un lugar para la reflexión y la participación”

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“No es algo estático, no es un museo, es un lugar para la reflexión y la participación”

22 Octubre 2014

Por Juan Ciucci / Fotos: Nancy Peroni

APU: ¿Cuál es su historia en esta casa?

Osvaldo López: Virrey Cevallos fue una casa operativa de la Fuerza Aérea, dependía de la Regional Inteligencia de Buenos Aires (RIBA); actuaba en la zona de Morón, Merlo y Moreno. Mi primer contacto con esta casa fue en julio de 1977, a mí me secuestraron en San Miguel, Provincia de Buenos Aires. De ahí, me llevaron a un lugar de Morón que no tengo identificado, tengo la certeza de que es en Morón por el recorrido que hicimos desde San Miguel. Ni bien me llevaron a ese lugar, me inyectaron y me dormí. Al despertarme, estaba en una parrilla y comenzaron a torturarme con picana eléctrica. Mi secuestro tiene que ver con que yo militaba en el PRT y, por información, llegaron a identificarme.

Al día siguiente, me llevaron a Virrey Cevallos, un lugar de transito, no concentraban demasiados secuestrados en este lugar. Tampoco era habitual que los secuestrados tomaran contacto entre ellos. Yo estuve secuestrado una semana, por suerte pude escapar por el techo. En el momento de la fuga, reconocí algunos ambientes de la casa, porque estuve siempre encapuchado. En el caso de los varones, estábamos en el piso, encadenados a unos fierros y con esposas. Miriam (Lewin) estuvo encerrada 11 meses en una celda, en planta baja, sin estar esposada. Con Miriam coincidimos en el momento del secuestro, yo sabía que había otra persona en la celda de enfrente porque escuchaba la voz. Cuando me fugué, fui a su celda pensando que podía abrirla, pero ella tenía una cadena gruesa que pasaba por los parantes de la puerta y no la pude abrir. Fui a buscar una llave, pero escuché ruidos como que se despertaban los guardias. Conocí a Miriam recién en 1987, estuve muchos años preso hasta 1987.

APU: ¿Escapó y lo volvieron a capturar?

OL: Anduve fugado por un tiempo, sin documentos, sin contacto con la organización, que ya había sido prácticamente desarticulada meses antes de que yo cayera. Un coletazo de la última caída grande desarticula al PRT, en el ’77. Entonces, andaba con bastante inseguridad, viendo dónde podía refugiarme. Los tipos amenazaron con poner una bomba en la casa de mis padres si yo no aparecía; en ese momento estaba en Bariloche. Volví a Córdoba y me contactó mi hermana, me dijo que me hiciera cargo de la situación “porque yo era quien militaba”. Fui a un juzgado de Córdoba y denuncié que estaban amenazando a mi familia. Me respondieron que tenía captura por deserción y en tres horas me pasó a buscar la Fuerza Aérea. Me llevaron a Morón y me condenaron a 24 años de prisión en Magdalena. Ahí me junté con otros presos políticos y salí en el año ’87. Salimos por la denuncia internacional que hicimos en la Comisión Internacional por los Derechos Humanos que comenzó a presionar al gobierno porque esa causa era de nulidad absoluta. Lo que hizo la justicia fue legitimar el “Consejo de guerra” que era lo que cuestionaba la Comisión Interamericana. Cuando salí, tomé contacto con Miriam, testimoniamos por el secuestro previo a la Cámara, pero la Justicia no nos reconoció ese secuestro.

Cuando salí en libertad, me puse a militar en una agrupación barrial. Junto con familiares de presos políticos estuvimos un año reclamando la libertad de algunos compañeros de la organización. Después, me puse a militar en el barrio. Luego de dos años de trabajo social, que me absorbía, porque la crisis social era espantosa, nos reunimos y dijimos paremos, porque ni siquiera nosotros conocíamos a todos los desaparecidos del barrio. Incorporamos al trabajo social, el trabajo de la memoria para presentarlo en sociedad: hicimos una investigación identificando las casas donde habían vivido vecinos desaparecidos. De esa manera, empezaron a tomar visibilidad los vecinos desaparecidos del barrio, de San Telmo y La Boca. Todas las siluetas que hay ahora ahí, las hicimos con la agrupación. Tenía que haber algo que siga estando, que dijera que ahí existía un centro. El tema de las marcas, así surgió la idea de la silueta y luego la idea de las baldosas en San Telmo.

APU: ¿Esto fue con una asociación de vecinos?

OL: Sí, se llamaba “Encuentro por la Memoria”. Era una asociación de vecinos que trabajaba socialmente en el barrio.

APU: ¿Cómo vuelve a tomar contacto con esta casa?

OL: Como trabajamos memoria en el barrio, conocimos otros grupos que trabajaban por la memoria. Tomamos contacto con un grupo de vecinos que se llamaba “Vecinos de San Cristóbal Contra la Impunidad”, que había hecho un trabajo de visibilización de los desaparecidos de San Cristóbal; habían plantado arbolitos en la Avenida San Juan, con placas. Ellos sabían que yo había sido secuestrado y pasado por esta casa y una vecina les planteó que se había comprado la casa y sería remodelada, empezaron a movilizarse para que no se venda. A partir de ahí, en el año 2003, se empezaron a hacer actos y jornadas.

APU: ¿Antes no había vuelto por acá?

OL: No. Cuando nos dijeron que la casa se había puesto en venta, Miriam y yo nos hicimos pasar como compradores e hicimos el recorrido por la casa. Después del centro clandestino los dueños volvieron a tener la casa y la alquilaron, la vendieron recién en el ’98. Los dueños de la casa eran testaferros de la fuerza represiva, aparecen también como dueños de otra casa que también fue centro clandestino. En el año ’98 la compró una inmobiliaria e hizo un conventillo, la alquilan por cuarto. Aquí vivieron un montón de familias y se perdió rastro de lo que fue el centro clandestino. Los inquilinos se enteraron que había algo raro, que esto había sido un centro clandestino, que la dueña no era la dueña y le dejan de pagar. Entonces, pasa a ser una casa tomada durante un año y medio, luego los desalojaron. En el 2003 se pone en venta la casa y es donde los vecinos notaron que estaban reformando el frente, se movilizan y empiezan a una lucha por la expropiación del lugar. Primero fue una presentación en el juzgado y eso paraliza la obra de quien la había comprado, Petraca. Logramos que saliera un proyecto de expropiación aprobado por la Legislatura. En el ínterin murió Petraca y la casa entró en sucesión. Luego de que salió la Ley, se tardó cuatro años más en poder hacer la expropiación. En septiembre del 2004 salió la Ley de Expropiación, al cumplimentarse los 10 años vamos a realizar una jornada para recordar con alegría la posibilidad de esa expropiación y la formación del lugar en un sitio de memoria.

Entregaron la casa a fines del 2007 y el Gobierno de Buenos Aires se la dio al Instituto Espacio para la Memoria. En el 2008 realizamos unos arreglos mínimos porque estaba muy deteriorada. Teníamos ansiedad por abrir la casa para empezar a recolectar información; no sabíamos demasiado, había tres testimonios de detenidos. En el 2009 hicimos un trabajo de investigación con los vecinos donde reconstruimos qué pasaba con la casa y el entorno de la dictadura; aparecieron tres testimonios más. Aún así, con los testimonios, no teníamos nombres de represores. Luego de determinar que la casa dependía de RIBA, que estaba en Viamonte y Riobamba, hemos logrado identificar veintiséis represores con nombre y apellido. Los legajos del personal de RIBA tenían fotos y, a través de las fotos, logramos identificar a los represores. Se dictó el procesamiento a Graffigna, como responsable máximo de fuerza y Monteverde, que era de inteligencia civil. Había mucho personal de Inteligencia, civil, en Virrey Cevallos.  Ya tenemos identificada toda la cadena de mando de ese momento.

APU: ¿El juicio está por comenzar?

OL: Sería elevado a juicio oral el año que viene. Pedimos que se eleven a los veintiséis a juicio oral porque tenemos los elementos probatorios. Vamos a ver qué pasa porque no podemos estar tres años en un proceso para elevar únicamente cuatro represores y después tener que hacer otro proceso. Además, eso genera que las víctimas tengan que testimoniar tantas veces, con lo que significa, pasar por ese proceso.

APU: ¿Cuál es la actualidad de la casa?

OL: Estamos en este trabajo de reconocimiento de los vecinos y también con satisfacción por lo que se hace en el lugar, se transformó el lugar. En estos años ya pasaron cientos de pibes de la escuela secundaria. Hemos hecho una gran cantidad de talleres, pasado películas, hay una circulación importante de gente con quien hacer un trabajo de transmisión. Lo que me da satisfacción personal es que este lugar era un lugar para romper la cabecita de aquellos que pensaban diferente y querían otro país, de iguales sin explotación del hombre por el hombre; hoy se ha convertido en un lugar de reflexión crítica, de participación, de hacer pensar en los procesos de lucha en la historia, de lo que significó el terrorismo de Estado, la necesidad de la participación social. No es algo estático, no es un museo; es un lugar para la reflexión y la participación. Es un viraje de 180° y eso nos tiene contentos. Lo que nos guía es el pensamiento desde un lugar de militancia, independientemente de que sea también un ámbito laboral. El día que dejemos de hacer eso, va a dejar de tener sentido nuestra participación. Hemos logrado muchísimo, nuevos testimonios de compañeros que pasaron por acá y logramos identificar a represores. Hace unos meses pasamos a depender de la Nación, es una nueva experiencia para nosotros, antes dependíamos de Ciudad de Buenos Aires.

APU: ¿Cómo piensa su participación en la casa?

OL: Esa es una pregunta necesaria y todos me la hacen. Si la procesión va por dentro no lo sé, pero concientemente la casa no me afecta para nada. De hecho, estuve mucho tiempo girando por alrededores y nunca se me ocurrió ir a ver la casa. Si me generara rechazo no estaría acá. A veces les cuento a los pibes que yo volví a visitar a los presos de La Tablada, en Caseros, donde estuve un año y fue el peor año que pasé. Sentí un frío en la espalda cuando se cerró la puerta y eso que iba de visita. Emocionalmente me afectaron más los años de carcelario que la semana que estuve acá. No lo sentí como un impacto sino como una circunstancia. Creo que también tiene que ver que nunca me sentí víctima, estaba convencido de lo que estaba haciendo, de la militancia y sabíamos los riesgos de la militancia, la posibilidad de la muerte y la tortura. No me sentía una víctima, en todo caso había perdido la batalla; por más que objetivamente sí éramos víctimas del terrorismo de Estado.

Soy consciente de la actividad que hacemos acá, es necesaria y cuando hablas con los chicos y los docentes te das cuenta del trabajo de hormiga que haces, pero la falta que hace desarrollar esa actividad porque el chico si no habla de ese período histórico en la casa o con los docentes, no tiene acceso a esa información. Acá se dan algunos factores que hacen que la atención del chico esté más predispuesta: uno es lo ambiental y lo otro es lo testimonial, que le acerca la historia. Tratamos de contextualizar porque no es algo que terminó en el ’83, es decir, la concepción de las Fuerzas Armadas y represivas no cambia, está contenida por proceso constitucional, pero cuando puede se zarpa. En las comisarías se dan golpes, hay tortura, siguen teniendo esa concepción discriminadora de ese otro, que es la construcción social que han hecho de ese otro. Entonces, los enemigos siguen siendo los pobres. El trabajo de concientización es necesario.