¿De qué sirvió haber cruzado a nado la mar?

¿De qué sirvió haber cruzado a nado la mar?

30 Enero 2016

 

Por Jorge Hardmeier

En uno de sus aforismos Wallace Stevens escribe: "La pérdida de una lengua crea confusión o mudez". En Oceáno, su primer libro, editado por Lamás Médula, Gabriela Borrelli Azara postula que la lengua es una patria. Lo cual remite, asimismo, a un pensamiento de Juan José Saer: "la patria es la infancia". Una patria lejana y extraña. Una nueva lengua. Esto escribe Borrelli, refiriéndose a su abuela, su nona, la protagonista, por llamarla de algún modo, de estos relatos breves.

La patria es la lengua y la lengua, siempre, será la lengua madre – esa de la infancia – y, si se produce un traslado geográfico, no solo será tal. En esa lengua que se debe, forzosamente, abandonar, quedarán anclados la infancia, las costumbres, los pensamientos. O sea: la patria. Que no es la patria de los patrioteros, es esa patria privada, íntima, que la lengua aprendida en la infancia expresa y luego posibilita, acaso, la escritura. Por eso el Océano, un océano que representa no solo un viaje geográfico, sino fundamentalmente uno lingüístico y, podemos decir, existencial. El océano es como el silencio: inmenso y profundo. Y lleno de cosas. A veces, también, un tránsito a la palabra. Un estado sin nombre entre lo dicho y lo por decir. Entre un país y otro. La lengua se habita, el océano es el silencio. Un tránsito. Un tránsito entre geografías, entre países, entre amores y afectos. Luego del océano deviene el territorio de la palabra que puede ser un exilio: no encuentro las palabras y el tartamudeo inevitable; el origen de un desencuentro: Una palabra motivo. En castellano. Y no entendía. Una palabra que los separó. Una palabra que no se volvió a nombrar en veinticinco años; un modo de engaño: Por favor nona, rápido, insistía la voz. Y así le entregó a un desconocido todo el dinero que tenía; un derrotero infinito en su búsqueda o su contraparte: el grito universal que nos aúna. No hay lengua para el grito. Cuando la nona tiene mellizos grita, grita y la partera: Sí, ustedes, las tanas, como gritan. Y esa mujer que luego fue la nona: Ah, ¿qué? , ¿las argentinas no gritan, no les duele a ustedes?

Es que existen diversas lenguas, pero si hay algo que es común a todos los humanos, en cuanto a la palabra o a su falta, es el grito o el silencio. Dos extremos. Dos polos. Es que las palabras son todo lo demás que hay en el mundo y sí, otra vez Wallace Stevens. Entre el silencio o el grito y una lengua nueva, patria, el océano: Sentía el océano profundo y maldito de la muerte en su cuerpo. Es que todo tránsito, el de una lengua a otra, el de una patria a un territorio o el de la vida a la muerte es, seguramente, un océano. Como el tránsito del amor. Porque así como habitamos una lengua habitamos un territorio, un cuerpo, un amor. Y por eso Océano es también la otra lengua, el órgano, la que besa, chupa, lame, desea. La lengua que ama al otro territorio, la del cuerpo del ser que se ama. Un océano. Tanto la lengua como el amor son aprendizaje. Sangra mi lengua cuando no te pronuncio, / pronunciarte, anunciarte y curarme/ La lengua se aquieta cuando tu nombre la navega/ pero se inquieta en su soledad, / nació para lamerte, nombre y espejo. Borrelli, en su primer libro, aúna las dos lenguas: la que intenta decir lo imposible, esa palabra que se busca y no se encuentra nunca y la búsqueda del amor, ese eterno vagabundo.

La respuesta es, tal vez, el silencio.

Soy yo. Vengo del silencio, no de la palabra ni de la lengua.

Es decir: atravesando el océano sin ruta ni destino preciso. Nadar. Desde y hasta el silencio.

 

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