De Capital a La Plata con Leónidas

De Capital a La Plata con Leónidas

15 Noviembre 2011

Alguna vez escribimos, en una de las tertulias compartidas con el viejo Leónidas Lamborghini que inscribir a su poesía en una tradición no nos resultaba una tarea sencilla. La calidad de sus trabajos nos remite a lo mejor de la gauchesca: Hernández o Estanislao del Campo; pero así también a la contundencia y al efecto provocador de los ensayos y la prosa de Roberto Arlt  y a Marechal quién intercambió con Lamborghini en una oportunidad: “…el suyo amigo, es uno de los caminos que todavía puede liberar a la poesía de sus llantos esterilizados”.  El viejo –si así nos permitimos llamarlo a secas- era un insistente descolocado. Insistente descolocado como aquel que contesta con acciones descolocadas. “Como el que…” punza y distorsiona el lenguaje. Reclama salirse de “la lagrimita”, el lirismo aterciopelado aunque quedo de ciertos círculos poéticos; es quién se auto interpela ante cualquier sedentarismo y ausencia de riesgo y fundamentalmente: “Como el que…” denuncia la proscripción de turno con una poética rupturista, “desentonada”. Nueva. Llena de dilemas con el verbo.

No recuerdo cuántas veces fuimos y vinimos de La Plata hacia Capital y de Capital a La Plata pero fueron unas cuántas veces. Las charlas con el viejo siempre tenían un tono burlón. Era imposible fugarse de la parodia. La parodia estaba en el aire, en la respiración, porque para él era un modo de comprender el mundo aunque también de soportarlo. Y siempre que íbamos por ese lado recordaba a Nietzsche quién decía que la parodia era un gran instrumento para hacer ver que todos los valores del modelo burgués están vacíos y que sólo hay una inmensa cáscara. Entonces la risa. La caricatura beckettiana. Cuánto más consagrado se encuentre el modelo más nos reímos. Eso nos decía Leónidas. La parodia como canto paralelo. Una relación de semejanza y desemejanza.

Partimos de un modelo y allí viene la crítica, la risa paródica, una zona de sismo-incomodidad modifica lo dado y hace trizas cualquier campo cercado por encasillamientos. Con el viejo las cosas se alteraban, la sintaxis en la conversación misma mutaba, tomaba otro rumbo. El “monumento instituido” se desmorona. Permanentemente se trataba del juego con la palabra. A lo Lewis Carroll. Asomarse a un suelo movedizo, en dónde las piezas se acomodan trasgrediendo. El otro queda perplejo. No encuentra definiciones. Encuentra alteraciones. Juego. Campo de batalla y de juego. Porque la risa no está despojada de la tragedia. Y el juego es pugna. Tensión y bruma. No todo está explícito. Y no todo es en términos de cordialidad.

“Desde un principio preferí ser bárbaro” anotaba en la primer entrevista que le hicimos en el año 98 para la revista La Grieta. Por ese tiempo manifestaba una clara disidencia a la cultura concebida como espectáculo. Más bien como una “gerencia de espectáculos”. Burlón al extremo de cualquier espacio de “aglomeración de cholulaje” del que prefería salir corriendo. La “cultrucha” nos decía. “La cultura”.Y después nos poníamos hablar de los españoles, de Quevedo; en el automóvil se ponía a recitar distintos versos de Quevedo. Y siempre nos dejaba con una pregunta: ¿Qué es lo que nos moviliza? ¿Qué hacemos con nosotros?