Chorizombilandia #1: Y otra cosa, piscuí

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Chorizombilandia #1: Y otra cosa, piscuí

23 Septiembre 2017

Advertencia

Los textos de Chorizombilandia son un experimento narrativo en construcción colectiva, como los son todos los delirios del LITIN. En Chorizombilandia se cruzan temporalidades y personajes vinculados a partir de un territorio común, de una identidad. Se ponen en juego los mitos, los estigmas, los azares, los tabúes: es una invitación siempre abierta a la provocación. Los que hacemos Chorizombilandia invitamos, a quien guste, a prepararse un buen trago y adentrarse en este mundo que estamos construyendo.

Chorizombies #1: Y otra cosa, piscuí

Por Facundo Solfa

Ilustración por Leo Sudaka

Acá todo el mundo te dice que fue la mejor época del club, “La época de oro”, y que fue la única vez que peleamos el Argentino B, pero yo tenía tu edad cuando ellos jugaban y te juro que eran unos cavernícolas ¿Por qué te pensás que en esa época al equipo le decían “La máquina de hacer chorizos”? Porque te agarraban los cuatro del fondo y te dejaban hecho mierda, picadillo para chorizo te hacían.

Y otra cosa, con los nenardos que había en la barrabrava en esa época... ¡El capo era el Chato Pereyra! Decile a tu viejo que en vez de hablar macanas de “La época de oro” te cuente quién era el Chato Pereyra.  Sí, ese mismo, el de la historia de la estatua. Pero no fue así como la cuentan todos, se mató solito el Chato, sin que nadie le hiciera nada. A mí me lo contó El Placero, que estuvo metido en el quilombo, y era el único que estaba viendo cuando llegó el Gomina. Y eso que el placero no lo quería al Gomina eh… nadie lo quería.

La cosa fue así: La máquina de hacer chorizos fue a jugar de visitante contra Almaceneros de Pringles, y terminaron cagándose a trompadas todos: los jugadores, las barras, hasta los pibes de las inferiores. Ese día habían ido pocos de la barra de acá, eran como 200 contra 20 y los fajaron. Así que se volvieron re calientes, cagados a palos. Y parece que durante el viaje de vuelta se acordaron de que en la estatua de la plaza, donde debería estar don Ricardo Haramboure, el fundador del pueblo, está el Coronel Pringles. Sí, piscuí, es verdad, es Pringles, no Haramboure. Lo que pasa es que se equivocaron cuando mandaron las estatuas desde Francia y terminaron cambiadas. Pero bueno, parece que los de la barra se les ocurrió cortarle la cabeza a Pringles y mandársela por correo a los de la otra barra, como un mensaje mafioso.

En fin, los descerebrados estos, con el Chato Pereyra al mando, se aparecieron en la plaza. Pusieron una escalera para llegar hasta la cabeza de la estatua y el Chato se subió con una sierra. Cuando ya estaba arriba, antes de decapitar a Pringles, parece que al Chato le dieron ganas de mear y no se le ocurrió mejor idea que hacerlo sobre la estatua. Por eso es que La Señora dice que la causa de la epidemia de viejos meones está relacionada con la muerte del Chato, porque los viejos que andan meando por todos lados son de la generación del Chato.

El Placero, que llegó justo cuando el Chato estaba meando al Coronel Pringles, le empezó a gritar para que se bajara de la estatua. Cosa va, cosa viene, los de la barra se terminaron yendo a las manos con El Placero, que cobró de lo lindo hasta que unos sindicalistas vieron el quilombo desde la municipalidad y se cruzaron a ayudarlo. Ahí la cosa se puso más pareja. El despelote se agigantó tanto que alguien avisó a la policía, y el primero en llegar fue el Gomina.

El Gomina no era como esos pendejos de ahora, piscuí, era un cana de los de antes, más malo que chorizo de vómito, no lo quería ni el comisario. El Placero, que había quedado tirado contra un árbol, lo vio venir caminando con una mano en la cintura y sacando pecho. Lo vio pararse al lado de la escalera, desenfundar el arma sin mirar para arriba, y tirar tres tiros al aire, como si estuviera en el Far West. Tenía esa cosa teatral el Gomina, se creía Clint Eastwood. Recién ahí los sindicalistas y los barras dejaron de pelear. Lo que no calculó el Gomina fue que arriba suyo estaba el Chato. De pedo no le pegaron las balas, pero se pegó semejante julepe cuando escuchó el ruido que perdió el equilibrio y terminó cayéndose de la escalera.

Después, los que habían estado ese día dijeron que el Gomina le había disparado al Chato, y que el Chato había saltado de la escalera para esquivar los balazos. El placero dice que nadie más vio lo que había pasado, que todos los demás estaban peleando y ni se habían enterado de que estaba el Gomina hasta que escucharon los tiros. Pero al Chato era como un héroe, nadie le iba a creer que el jefe de la barra se había muerto de cagón. Y nadie iba a defender al Gomina, que era más insufrible que morcilla de caucho.